Se tiene el registro de que en México se utilizan 90 formas de llamar también a la muerte. Entre ellas: la catrina, la calaca, doña dientona, la flaca, la blanca, la fría, la impía, la pálida, la tiesa, patas de hilo, María Guadaña y la que no pregunta. En la cosmovisión de ese país, así es la relación que los vivos tienen con los que ya partieron. Cercana, lúdica, sonora.
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Es por ello que, desde hace siglos, se dedica allá un día completo al festejo del encuentro de esos dos mundos imposibles. Una reunión que para la gente puede ser tan imaginaria como real. La celebración del Día de los Muertos, de hecho, fue reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en el 2003; pero no ha sido hasta un lustro que se ha extendido más allá de las fronteras limítrofes.
Mucho han tenido que ver las películas que han abordado de distintas maneras la costumbre, pero lo cierto es que, por ejemplo, en el Perú, no ha sido raro ver por estos días de Halloween niñas y mujeres ataviadas como esqueletos, pero también con flores en la cabeza y faldones multicolores. Como tampoco ha sido extraño que se hayan acabado de un tiro las reservaciones para visitar el fascinante altar que la Embajada de México ha erigido en el Museo de Arqueología, Antropología e Historia de Pueblo Libre.
Tanto ha sido - es- el interés por la instalación, que esta permanecerá hasta el 7 de noviembre para la visita gratuita de cualquiera que pueda registrase (tal vez aún pueda conseguirlo aquí). Más allá de la estampa llena de símbolos y colores -y de las innumerables chances de sacar buenas fotografías-, el valor de la puesta yace en conocer más a fondo el pasado y presente de la tradición. Este, en particular, ha sido llamado “altar del bicentenario”, pues se ha erigido en la memoria y homenaje a las mujeres y hombres que protagonizaron las justas por la Independencia de México y el Perú, en el marco de los 200 años de la consumación de los movimientos independentistas en ambos países. De ahí que los retratos de los fallecidos colocados aquí sean los de algunos de ellos.
Adolfo Zepeda Soria, funcionario de asuntos políticos, prensa y medios de la Embajada de México en nuestro país, explica frente al altar que los días 1 y 2 de noviembre son las fechas centrales de las celebraciones por el Día de los Muertos. En los rincones de cada hogar, especialmente en las regiones centrales del país, se levantan sobre mesas pequeños altares en los que se ubican fotografías de miembros de la familia que ya no están. Junto a ellas, comida (incluyendo el típico pan de muerto hecho con rayadura de naranja y producido solo para esa fecha) o bebidas que a ellos les gustaba en vida, así como elementos distintos relacionados a “la comadre”, es decir, calaveras, velas, incienso y demás.
Mientras eso ocurre en la intimidad de las casas, en las zonas del sur del país se visitan los cementerios con viandas y música. Ya sea en la ciudad o el campo, en la fiesta toman protagonismo las flores de Cempasúchil, conocidas como las “de los mil pétalos”. Su aroma abre paso a todos los rituales de oración, música y danza. En tanto, el papel picado viste las plazas y los hogares. “Se reza si la familia practica la fe y tiene una concepción religiosa, pero no todos lo hacen”, detalla Zepeda. “Finalmente, todo es una celebración de la vida”.
Añade que en el Distrito Federal, por ejemplo, el 1 de noviembre se realiza desde hace algunos años un pasacalle enorme con carros alegóricos, comparsas. “Es hermoso, miles asisten disfrazados”. Y que para seguir promoviendo la festividad, todas las embajadas y consulados de su país en el mundo realizan una actividad en la que se involucra al público foráneo. “En Brasil, por ejemplo, se arma un festival impresionante al que llegan unas 12 o 15 mil personas. En el Perú empezamos hace unos años montando altares y esta vez lo hemos vinculado al tema del bicentenario”.
Vieja costumbre
El Día de Muertos es una tradición mexicana que nace del sincretismo de la cultura prehispánica y de la europea que llega con la Conquista, explica Zepeda. “Se coloca, entonces, una ofrenda con la percepción de que, de la noche del 1 de noviembre al día del 2 de noviembre, los muertos van a regresar al mundo de los vivos. En la concepción surgida antes de la llegada de los españoles se trataba de un viaje de ida y vuelta en la que los primeros, acompañados por un perro que se llamaba Xoloitcuintle, regresan a pasar un tiempo con los vivos. Entonces les ofrecemos de comer y de beber para que los disfruten tanto como lo hicieron cuando estaban aquí”.
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Esto no significa, aclara, que los mexicanos no teman a la muerte. “Tiene que ver más con la forma cómo la afrontamos. Es distinta a la de muchas partes del mundo. El Día de los Muertos sugiere una continuidad de la vida. Con el paso de los años esto ha evolucionado hasta el punto de burlarnos de ella, de jugar con ella. En la primaria, por ejemplo, los niños de ocho o nueve años hacen rimas alusivas a la muerte. ‘Si el profesor me puso cero, la pelona se lo va a llevar sin pero’”.
Para no perderse la vivencia de la tradición mexicana en Lima intente inscribirse y visite el altar de Pueblo Libre. O aprenda a preparar pan de muerto con la clase virtual que brindará el 1 de noviembre la Embajada de México en su cuenta de Facebook. Que disfrute el viaje.//
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