Rusbelt Montoya (44) creció entre harinas, mantequillas, fudge y fondant por el trabajo de su padre, un modesto pastelero ancashino que hacía sus creaciones en la panadería de sus tíos, a la vuelta de su casa, en el Callao. Desde los ocho años decidió apoyar a su papá acompañándolo todos los días a vender sus postres. “Los embolsaba [los productos], lo ponía en su cajita y nos íbamos de tienda en tienda para venderlo”, recuerda. Ese era el principal sustento de la familia. En el camino, aprendió de tus tíos y primos a hacer pan. “Lo esencial es el formado del pan: hacer los bollitos con las manos. Poco a poco vas creciendo”.
Contenido Sugerido
Contenido GEC