Todos los caminos llevan a Machu Picchu: trenes donde viajas cómodamente, antiquísimos caminos de piedra – o Qhapaq Ñan - y atajos poco conocidos entre las comunidades. Pero también un peculiar sendero de 12 kilómetros, fresco y verde por la ceja de selva, junto a rieles inamovibles, altas montañas, árboles inmensos, cantos y alaridos de animales, ruinas incas a la vista casi enterradas por el follaje, y un río torrentoso llamado Vilcanota, de aguas turbias que moldean enormes peñas.
El recorrido inicia en la hidroeléctrica de Santa Teresa y termina en Aguas Calientes - o Machu Picchu pueblo-, capital del distrito Machu Picchu, en la provincia de Urubamba, región Cusco. Por allí andan, sudan (sufren) y disfrutan durante tres horas miles de turistas que ansían llegar al pétreo y mítico palacio incaico. Es una experiencia inolvidable y económica que, eso sí, exige un estado físico adecuado.
El viajero debe llegar, primero, a Cusco. Esta imponente ciudad, por lo general con frío y lluvia entre diciembre y febrero, es la fusión de la cultura Inca y occidental, específicamente por la conquista de España en el siglo XVI. Las edificaciones tienen bases y muros incaicos bajo paredones, arcos y balcones virreinales. La actual catedral, por ejemplo, se construyó sobre antiguos y destruidos aposentos y altares del inca Wiraocha. ¿Entenderá la Historia el turista que se toma selfies? ¿Sabrá que en la Plaza de Armas intentaron descuartizar al rebelde cacique Túpac Amaru, jalándolo con caballos? ¿Sabrá que en una iglesia de Cusco están los restos de Diego de Almagro, uno de los principales conquistadores?
Cusco es uno de los puntos más turísticos del mundo, sin duda. Algunos guías dicen que estas fechas son “temporada baja”, no obstante, por las calles aprecias a centenas de peruanos y extranjeros tomándose fotos en el barrio de San Blas, los buses repletos de gente recorriendo los points históricos, las minivans saliendo muy temprano a tours como el de la montaña Siete Colores, el trekking al nevado Salkantay, el Valle Sagrado de los Incas o la visita a Machu Picchu, la maravilla del mundo y Patrimonio de la Humanidad que, según los historiadores, se empezó a construir antes la época del inca Pachacútec (siglo XV d.C.).
Entre Cusco y la hidroeléctrica de Santa Teresa hay cerca de 220 kilómetros por la carretera. Existen agencias de viajes formales que ofrecen paquetes turísticos desde 100 soles por persona: te llevan y te recogen, incluso agregas el hotel y la entrada a Machu Picchu, si no los tuvieras. De este modo, pasarás por Chinchero, Urubamba y Ollantaytambo, donde empezará la ascensión hasta los 4.300 metros de altura por una vía accidentada llena de curvas y abismos. Lo espectacular es que apreciarás cómo se forman los riachuelos que alimentan a los ríos y las lagunas gracias al nevado Verónica, cuya cima está a 5.682 metros de altitud. Algunos turistas, temerosos por el mal del soroche, chupan caramelos de coca o mordisquean cáscaras de naranja.
En la hidroeléctrica el mundo cambia. Quien haya realizado este recorrido podrá confirmar todo. La adrenalina sube, las verduzcas montañas de piedra están frente a ti y quieres caminar todas, mientras que el bramido del río Vilcanota – o Urubamba - es la banda sonora de la aventura. Los caminantes bajan de las minivans, se echan bloqueador, afianzan sus mochilas, algunos almuerzan en restaurantes de la zona o sacan su pan y pescado en latas, mientras que otros solo toman bebidas. Los guías exclaman “¡a ver, damas y caballeros, no deben caminar por las vías del tren!”, sin embargo, nadie hace caso.
Si caminan, los turistas extranjeros ahorrarán una buena cantidad de dólares por el pasaje en tren; los peruanos no pagan ni 20 soles. Entonces la alegría se contagia entre estadounidenses, asiáticos, africanos, europeos y latinoamericanos. He visto y oído que varios rezan, alzan las manos hacia los cerros, respiran profundo, encontrándose con la Pachamama (Madre Tierra), y se lanzan al camino. Ancianos y niños, hay de todo. Uno de estos es Jack Miguel, un brasileño que llegó por tercera vez a Machu Pichu. “Es una experiencia única, como si todo fuera nuevo”, dice.
Los 12 kilómetros se convierten en una travesía sin precedentes. Cuando caminas, puedes refrescarte en cualquier riachuelo o comprar agua en algún puestito donde ofrecen helados artesanales, fruta, galletas, choclos calientes y cerveza.
De pronto, llega el tren que lleva turistas desde Cusco y Ollantaytambo; observas, entre la maleza y la humedad, ruinas incas aún sin exploración profesional; ves perros que auscultan el camino y no ladran al caminante. La belleza del viaje se queda en los celulares y las cámaras. Alguien mira hacia arriba, en la punta de un cerro, y dice que allí está la llaqta Machu Picchu, la meta de todos.
Y sin mayor preámbulo, ya llegaste a Aguas Calientes, una parada obligatoria. Aquí, a unos 2 mil metros de altura, el mundo cambia otra vez: es más sofisticado y caro, colorido por el día y luminoso por las noches. Los caminantes procuran ducharse, alimentarse y dormir. Al siguiente día deben subir a Machu Picchu para tomarse fotos y escuchar a los guías. Esto es lo que importa.