Su timidez y reserva de carácter eran legendarias. Como toda persona de edad, la paciencia de Ennio Morricone tenía un límite con los colegas que no hacían bien su tarea. Buscar y repasar todas esas entrevistas caóticas no tiene pierde y proporciona un deleite indefinible, aunque lo suyo no era un asunto solo de fustigar la ignorancia. Similar temperamento le reservaba a los profesionales de la sobre interpretación, que lo atosigaban con sus preguntas kilométricas, dando a entender lo mucho que sabían de su obra. Se diría que con más de sesenta años como compositor, con docenas de bandas sonoras magistrales que hablaban con mayor elocuencia que él, el viejo se había ganado el derecho a ser un cascarrabias. O, al menos, a que lo molestasen lo menos posible.
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El maestro -como le gustaba que lo llamaran- tenía 91 años y había revelado este año, sin embargo, una cara menos arisca con los medios. En entrevistas que concedió cuando se anunció que se le otorgaría el premio Princesa De Asturias 2020 -un reconocimiento que iba a ser compartido con el no menos capo John Williams-, se le notaba feliz y hasta eufórico. La prensa lo hizo notar en sus despachos. Se le oía contento al teléfono, más que cuando la Academia se acordó de él y saldó una deuda de décadas al darle por fin un Oscar a mejor banda sonora por The Hateful Eight, de Quentin Tarantino, en 2015. Un Oscar de lo más tardío que sabía un poco a consuelo, para ser sinceros.
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La pena es que Ennio nunca llegará ya a recoger el Princesa de Asturias. Falleció anoche en Roma, luego que una caída en su domicilio le rompiera un fémur, situación que derivaría en otras complicaciones médicas. Con su partida se ha ido un auténtico revolucionario. Un hombre que transgredió normas que la tradición de las bandas sonoras de Hollywood habían inscrito en piedra. Como no podía ser de otra forma, Ennio no pertenecía a ese mundo de oropel que es la industria del cine norteamericano. Era italiano. No hablaba inglés y no se codeaba con esos círculos ni iba a sus fiestas. Prefería que lo dejaran en paz para componer.
Las palabras que más se encuentran cuando se analiza su obra son experimentación y sentimiento. Era un amante de las vanguardias que podía huir de la tradición tonal occidental. Al mismo tiempo, la abrazaba y era un sentimentalista nato, casi como un baladista latino, experto en hacer nudos en las gargantas con sus pasajes de cuerdas de incomparable belleza. Es imposible hacer una lista de lo mejor de Morricone que le haga completa justicia. Lo mejor sería buscar las bandas sonoras de las que provienen sus melodías mas recordadas. Sirva esta modesta lista como simple introducción al legado de Morricone.
1. Por un puñado de dólares (1964).
Su primera obra influyente. El músico, que se desempeñaba como arreglista de canciones, acudió al auxilio de su amigo de primaria, el director Sergio Leone, que filmaba un western en Italia, nada menos. Con pocos recursos, Morricone creó una banda de sonido con escasos elementos a la mano: una guitarra eléctrica, una tabla que sonaba como látigo, una flauta, una persona que silbaba (el gran Alessandro Alessandroni) y un coro gutural de cantantes. Estos extraños componentes serían su paleta de colores, copiados al máximo por otros compositores en la época de los llamados spaguetti-westerns.
2. El Bueno, el Malo y el Feo (1966).
Posiblemente su tema más recordado, incluso para los no iniciados en su obra, por su repertorio de ruidos y onomatopeyas y su ritmo galopante que imita al de un caballo. En su momento representó la cúspide del estilo que Morricone impulsaba. Sergio Leone confiaba tanto en su amigo que le encargaba la música antes de que se rodase un plano de la película. El director prefería filmar con la música de Morricone en el set, para inspirar a los actores y marcar el ritmo de todos: actores, camarógrafos, etc. Una versión de este tema, a cargo de la orquesta de Hugo Montenegro, fue un hit en algunas radios en el mundo.
3. El hombre de la Armónica (Érase una vez en el Oeste, 1968) .
La mejor partitura que Morricone hizo para un western fue al mismo tiempo el mejor western que firmó Leone. Parte de la película la rodaron en Estados Unidos por primera vez, en la localidad de Mountain Valley, y algo de la épica de ese paisaje consigue impregnarse en el trabajo de ambos. La música suena grande y, en algunos pasajes, gigante como un monolito, al punto de competir en protagonismo con la historia, una transgresión a una regla de oro que el maestro nunca se interesó en respetar. El “Tema de Armónica” resume a la perfección el aura fatal del personaje, torturado por un misterio que solo se revela “en el punto de la muerte”.
4. Los Intocables (1987).
Ennio Morricone compite con Nino Rota por el imaginado titulo del mejor compositor de bandas sonoras de películas de gangsters. Lo que hizo el segundo con El Padrino fue monumental y acaso la historia lo declare el justo campeón del pueblo. Lo de Ennio para Brian de Palma fue distinto. La inventiva que pone en delimitar cada personaje con un leitmotiv, la forma en que juega y dialoga con estos, como si fuese un guión paralelo y complementario al de filmación. Para la trivia: qué sería de los programas dominicales peruanos de los años noventa si no hubiesen tenido esta banda sonora para saquear a su antojo.
5. El tema de Deborah (Érase una vez en América, 1984).
Tres años antes de Los Intocables, Morricone había firmado su obra maestra definitiva en Érase una Vez en América, otra película de gangsters con un tono de lo más distinto. El canto de cisne de Sergio Leone no fue un drama familiar sino la épica de un matón atormentado por los errores del pasado. Ennio traduce la historia de Leone en más de tres horas de una prolongada melancolía que conduce al espectador al sollozo a cada tramo. Ejemplo de esto es el Tema de Deborah, indisociable para siempre a la imagen de Noodles (Robert de Niro) mirando por la ventanilla y enceguecido por un recuerdo de infancia.
6. El Oboe de Gabriel (La Misión, 1986)
Los Oscar fueron mezquinos con Morricone en su momento de esplendor en Hollywood. Su partitura para Érase una vez en América, claramente el trabajo de su vida, no fue nominada porque al parecer el estudio no envió la postulación a tiempo. La Misión, de Roland Joffé, fue otra banda sonora icónica en su carrera que tuvo mala suerte. Perdió el Oscar ante Memorias de África, de John Barry, un claro robo, con el perdón del compositor de James Bond. Dejó varios temas memorables como El Oboe de Gabriel y Falls.
7. Cinema Paradiso (1988)
En Morricone convivían dos temperamentos musicales distintos. Por un lado estaba el compositor exigente y experimental que fue miembro del Grupo de Improvisación de Nueva Consonancia, que desde 1964 animaba el avant garde italiano. De otro lado, había un sentimentalista escondido, capaz de hacer las mejores melodías para melodramas. Temas sencillos en su estructura diseñados para manipular la emoción del espectador y hacerlo llorar en su asiento. De este último grupo no hay mejor representante que el tema de amor de Cinema Paradiso, capaz de conmover a los corazones más duros.
8. The Ecstasy of Gold (El Bueno, El Malo y el Feo, 1966).
El Bueno, El Malo y el Feo tiene tantos buenos temas que cada uno podría estar considerado en esta lista. Además del tema principal se puede mencionar a la Historia del Soldado, el Trielo... pero uno que nunca podría faltar en ningún recopilatorio de lo mejor sería El Éxtasis del Oro, una composición circular en la que destaca la voz de la soprano Edda Dell´Orso, su favorita, que fue escrita para la emblemática escena del cementerio. Algunos lo recordarán por ser el tema que abre cada concierto de Metallica desde 1983.
9. El Gran Silencio (1968)
A la par con sus trabajos para Leone, Morricone le puso música a infinidad de westerns de la época, siempre imprimiendo su personalidad en cada nota. Uno de sus directores favoritos fue el gran Sergio Corbucci, con quien trabajó en 1967 en Navajo Joe y en 1968 en dos films de interés: El Mercenario y su obra maestra, El Gran Silencio, esta última una película de vaqueros de excepcional belleza, fuerte contenido político y ambientada en la nieve. Ninguno de estos dos scores tiene pierde.
10. L´Arena (Kill Bill, 2004)
No es un secreto que Quentin Tarantino era un fanático del spaguetti western y, por lo mismo, de la obra de Morricone. Antes de la colaboración de ambos que le valiera un Oscar al músico en The Hateful Eight, el director de Pulp Fiction había tomado mucha música de Ennio de otras películas para musicalizar las suyas. Hubo melodías del italiano en Bastardos Sin Gloria, en Django Unchained y en Kill Bill Vol. 2; por ejemplo en la escena en la que Beatrix Kiddo (Uma Thurman) escapa de la tierra usando sus puños, con un soberbio tema de fondo prestado de El Mercenario (Corbucci, 1968). //
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