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Eva Bracamonte

Escribe Eva Bracamonte

Estar de pie es un poco decir “estoy aquí”, es mirar al otro y no poder evitar notar si es más alto o más bajo que uno; es reconocernos en nuestra voluntad de hacer, de caminar, de avanzar, de adelantarnos… El mundo de los parados está hecho para competir constantemente. Estamos tan concentrados deseando cosas, que el tiempo que no pasamos buscándolas lo llenamos hablando de las que hemos conseguido. Pero, además, hay tantas opciones que ya nadie sabe qué querer, porque siempre hay algo más. La felicidad está en todos lados: en el auto nuevo, en el novio perfecto, en el último iPhone, en la foto perfecta para Instagram… y, a la vez, en ninguno. Es inalcanzable, porque siempre hay un auto mejor, un teléfono mejor, un novio mejor, una foto más linda.

Todos los quereres nos duran poco. Todos los anhelos son efímeros, ansias vacías que somos incapaces de satisfacer y que solo alimentamos hasta que se hacen más grandes y nos devoran. Vivimos en un mundo donde todo lo damos por sentado y la comodidad es para nosotros un derecho más; somos como pequeños dioses tomando decisiones, muy seguros de lo que hacemos y del control que tenemos sobre nuestras vidas pero, al mismo tiempo, parece que el éxito fuera sinónimo de no hacer nada: tener alguien que te cuide los hijos, alguien que te corte el pasto, alguien que te pasee el perro, alguien que te maneje el auto, alguien que te haga las compras, alguien que te cargue las cosas, alguien que te lave la ropa, alguien que te limpie la casa… Es como si el éxito fuera en contra del impulso vital. Nos han enseñado que cuanto menos cargo tengamos que hacernos de nosotros mismos y de lo nuestro, más exitosos somos. Esto nos envuelve en una burbuja gigante en la que, a veces, y gracias a ciertos instantes de lucidez, parece que todo perdiera sentido.

Echados, todos somos del mismo tamaño y miramos en la misma dirección, somos lo mismo: un enrollado de materia y energía, un frasco de sangre que sueña. Y en ese estado, en esa habitación, no importa qué adquirimos ni qué tenemos. En posición horizontal todo es más amable, menos individual. Sin embargo, la realidad es que vivimos parados casi todo el tiempo, y el mundo de los echados lo reservamos para nosotros mismos o para nuestro círculo más íntimo.

La cárcel pertenece al mundo de los echados. Es una realidad en donde solo entra lo indispensable, porque no hay espacio para más. Las cosas más básicas se ven reducidas a su mínima expresión, si es que no desaparecen por completo. Esto se aplica a todo: a los lugares por donde te mueves, a la ropa u objetos que tienes, a los amigos y familiares que aún forman parte de tu vida, a la información a la que puedes acceder, a la cantidad de veces al año en que vas a un doctor o tienes sexo. Pero, especialmente, a las pocas decisiones que puedes tomar. Estas se reducen a saber administrarte a ti mismo: tomar consciencia de que tu cuerpo se está adaptando a un espacio reducido; educar tu mente, domesticarla y enseñarle que no se piensa en el encierro cuando se está encerrado, que no se va al baño después de las nueve de la noche, que no se quiere lo que no se puede tener, pero, sobre todo, enseñarle a ser feliz con lo que sí.

El desamparo, el olvido, la impotencia, la tristeza, la desesperanza, la rabia, las injusticias y el abuso son cosas de todos los días. Se habla poco del olvido de quienes están presos. Por ejemplo, es evidente cómo, cuando una interna llega, siempre va regular cantidad de gente a verla, pero, conforme pasan los meses y los años, van dejando de visitarla y empiezan a reemplazarla. Primero, la suplantación es a niveles prácticos: si antes llevabas a tu hija al colegio todos los días, ahora tendrá que llevarla alguien más; si cocinabas para tu familia, ahora cocinará alguien más. Con el tiempo, ocurrirá que tus mejores amigas ya tienen otras amigas; tu esposo tiene otra mujer; tu hija ya no tiene tres años sino quince, y le dice ‘mamá’ a tu vecina… ¿Tienes derecho a exigir que sea diferente? ¿Puedes molestarte o, más bien, tendrías que pedir disculpas por tu ausencia? Finalmente, ¿quién abandonó a quién? ¿Habría que sentir rabia o gratitud hacia quien te reemplaza? //

MÁS ALLÁ DEL MURO:
El libro será presentado por la periodista María Luisa del Río el 21 de julio a las 4 p.m., en la sala Abraham Valdelomar de la FIL Lima 2019.

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