CORRECCIÓN: Por error en la edición impresa de esta nota se consignó que el show de Fito Paez ha agotado sus entradas en el Estadio Nacional. Estas siguen a la venta en la web de Joinnus.
Fito Paez ha llegado al Perú en muchas ocasiones para tocar en escenarios de todo tipo: explanadas, auditorios, anfiteatros, y como cabeza de cartel en grandes festivales a estadios llenos, pero nunca para una fecha solista en un recinto tan imponente como nuestro Estadio Nacional. El rosarino de 60 años ha conseguido este 2023 una fecha en solitario en el coloso deportivo, algo que quizá se explique por la ola favorable de nostalgia que lo favorece y que lo ha devuelto a las primeras planas. El año pasado, publicó su libro de memorias “Infancia y juventud” (editorial Planeta, 2022), y este año su serie biográfica en Netflix fue un éxito en Latinoamérica que disparó las escuchas de su música en Spotify. Tal fue la locura que muchas webs desmenuzaron su trama en incontables artículos, como si fueran noticias recientes.
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A la luz de esta renovada fitomanía, es curioso recordar que hubo un tiempo en el que su música no era tan popular al punto que alguna vez fue invitado a bajarse de un escenario limeño, para que pudiera subir otro conjunto. Esta historia la cuentan dos personas, que en aquellas épocas tendrían la misma edad que Fito: el comunicador Roberto del Águila y el abogado y músico Pedro Solano, de la banda de rock Cementerio Club. “Con Pedro nos hicimos amigos en los años ochenta por nuestro gusto por el rock argentino. Me acuerdo que un día me llamó a mi casa , y yo no lo conocía; pero a él le habían contado de mí. De frente, me dice: ‘¿Tú eres Roberto? Ya, mira, yo tengo todos estos discos, ¿cuáles tienes tú?’’', cuenta del Águila. En esas épocas analógicas, sin Internet, así era como se intercambiaba información valiosa y, de paso, surgían amistades para toda la vida.
Páez llegó por primera vez al Perú en julio de 1985, como parte de la banda de Charly García. Ya tenía una carrera solista pequeña, pero aún vivía bajo la sombra del astro mayor del rock argentino. Cuando llegó García, Roberto del Águila recuerda que fue al hotel y, sin rubor, cogió el teléfono del ‘lobby’ y pidió hablar con la estrella del momento. En su lugar, la producción mandó al más chiquillo del grupo a atender a los jóvenes visitantes. “Bajó un flaquito de lentes a atendernos y se quedó con nosotros por casi dos horas: era Fito Páez. Recuerdo que fue muy buena onda. Le gustó que conociéramos su música”.
En abril de 1986, el Perú volvió a recibir a Fito Páez, pero esta vez ya como solista en un evento de lo más variopinto organizado por el entonces presidente Alan García. Era la recordada Semana de Integración Cultural Latinoamericana o Sicla, un macrofestival que fue al mismo tiempo plataforma musical y de aprovechamiento político del régimen. A él llegaron los monstruos de la trova y la canción latinoamericana de entonces como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Mercedes Sosa, León Gieco, Inti-Illimani, y, casi de co- lado, un joven Fito Páez.
“Desde que se anunció el show, lo que hicimos fue elaborar un plan de ataque para poder estar cerca de los artistas, y con Roberto nos ofrecimos para ser voluntarios de la organización”, recuerda Pedro Solano. Fue una semana de ir a recoger a gente al aeropuerto, pero se compensaba con la oportunidad de estar con los músicos, así sea para tocarles la puerta y decirles que su show estaba por empezar. Fue en esas circunstancias que ocurrió algo que molestaría al argentino el día de su recital en la Plaza de Acho. Lo pusieron a tocar justo antes de Los Shapis, que entonces eran el grupo del momento en el país. Ante la presión de la gente, que quería ver a los peruanos, el músico fue obligado a recortar su ‘setlist’. Apenas hizo cinco o seis canciones. En cristiano, lo bajaron.
Solano precisa que los horarios de todas las bandas estaban desajustados y tuvieron que tomar medidas extremas para que no los agarre el toque de queda. “Yo vi a Fito Páez bajar del escenario no molesto, sino descorazonado. Hay gente que dice que lo vio llorar, pero no me consta. Lo que sí no me voy a olvidar es que le di a Fito mi copia del disco ‘Giros’ para que me la firmara: ‘Soy Pedro Solano’, le dije”. Su decepción sería grande cuando vio la complicada rúbrica de Páez y descifró que había escrito: ‘Para Pedro Fulano’. “Hasta ahora, para mis amigos que se acuerdan de eso, soy Pedro Fulano”. //