Miguel Villegas

En el tercer piso de este edificio de lunas polarizadas y aire acondicionado, Fritz Durand cuenta con detalle el inicio de la película que más veces ha visto en su vida. En la puerta principal, dos agentes de seguridad custodian una camioneta último modelo. En una oficina, arriba a la mano derecha, dos señores empresarios cierran la compra de un lote de dos mil zapatillas para provincia. Ha pedido unos sánguches mixtos para almorzar, no hay tiempo, mientras contesta uno de sus celulares y cavila, la mirada perdida y la frente brillante sin pelo, cuántos polos de remate vendió por primera vez en la maletera de su viejo Toyota Tercel, que ni siquiera terminó de pagar a su vecino. Tenía 25 años y estaba perdido. La vida se le es-fumaba.

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