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Game of Thrones
Oscar García

Melisandre, la sacerdotisa de Asshai, nos advirtió durante ocho años que la noche sería oscura y llena de terrores. Lo dijo en todos los tonos y formas posibles. Aún así, pocos imaginaron hasta ayer lo literal que iban a ser sus palabras.  8x03 fue un capítulo en el que un pánico paralizante se apoderó en algún punto de casi todos los jugadores, sobrepasados en sus endebles estrategias de defensa por el terror de los muertos. Y fue una noche oscura, como decía la mujer roja. Tan oscura que no pocos pensaron si se trataba de un error del director de fotografía o una mala calibración de sus televisores.

La decisión detrás de tan inusual estilo de iluminación de clave baja, como si en lugar de tachos de luz hubiesen usado antorchas reales, es desconocida hasta ahora pero interpretable, porque añade un crudo realismo a la batalla y profundidad psicológica. Al forzarnos a ver solo lo que los personajes ven, el espectador vive en su misma confusión y desespero, como quien ingresa a una habitación extraña a tientas. Cada resquicio de claridad, cada haz que se filtra abre la puerta a una revelación de horror. Después de ser prometida hace varios años, La Larga Noche llegó ayer a nuestros televisores con un final que, pese a haberse sembrado con algunas claves escondidas, muy pocos vieron venir. 

La historia empieza como un relato de asedio. Los muertos son una amenaza invisible y apenas audible que avanza hacia las puertas del castillo de Winterfell, el bastión de los nobles Stark, que es refugio de nuestros héroes. El primer atisbo de su invencibilidad se entrega en los primeros minutos: en cuestión de segundos, los zombies dan cuenta de los Dothraki, el ejercito mas poderoso del mundo, cuyas vidas vemos extinguir a lo lejos, como pequeñas llamas que se apagan en el horizonte. Sacrificados los jinetes por decisión del guión, queda establecido que la resolución del conflicto no se dará en el campo de batalla sino en otro lugar, quizá en el Bosque de Dioses de Winterfell, cuando el Rey de La Noche acuda a eliminar a su némesis, El Cuervo de Tres Ojos/Bran Stark. La débil trampa ha sido puesta pero todavía falta ver si este cae y a qué costo. 

"Eres un buen hombre, Theon".
Con esa premisa suicida, la tragedia del episodio estaba servida. En un esquema dramático así, que remite bastante al famoso combate en el Abismo de Helm, de El Señor de los Anillos - Las dos torres, todos pasan a ser de alguna forma carne de cañón disponible, cuya misión es ganar tiempo hasta el arribo de algo heroico en el minuto final. Es lo que parece darse cuenta el jefe de los Inmaculados, un apesadumbrado Gusano Gris (Jacob Anderson). antes de ponerse el casco para defender su posición, si es posible con su vida. La misma sensación parece embargar a Jaime Lannister (Nicolaj Coster-Waldu), Brienne de Tarth (Gwendoline Christie) y el escudero Podrick (Daniel Portman), arrinconados y en desventaja, pero siempre de pie. Otros como Sandor Clegane (Rory McCann), el perro, entienden lo mismo: pelear contra los muertos es inútil, solo que él decide renunciar. La visión en problemas de Arya Stark, con quien lo une una extraña relación mutua de afecto y desprecio, es lo que consigue arrancarlo de su inacción pesimista.

Quien nunca se rindió, aun cuando su misión incluyese la posibilidad de su sacrificio, fue Theon Greyjoy (Alfie Allen). Por eso dolió tanto su desenlace, protegiendo a su “hermano” hasta que se le acabaron las flechas. El personaje pone la cuota de llanto en este episodio, pues lo hemos visto evolucionar, desde el chico que fue cedido como prenda a otra familia, al joven que ansiaba reconocimiento paterno y fue manipulado hasta volverse un traidor, y por último, al ser privado de su humanidad por las torturas de un sádico. Nadie creyó en Theon, heredero de las Islas de Hierro, ni en su lealtad ni en su coraje escondidos, hasta sus últimos minutos. Por eso su arco se cierra de forma hermosa al escuchar las palabras que alguien debió decirle hace mucho. Las lágrimas en sus ojos al entender que sus errores pasados han sido perdonados, eran las de todos en ese momento.

El destino final de Ser Jorah Mormont (Iain Glen), quien defendió con su último aliento a su "Khaleesi", y el de su sobrina, Lyanna Mormont (Bella Ramsey), la pequeña que acabó con un gigante, probaron lo que decía esta última de su sangre y linaje: "Nuestra casa no es grande pero es orgullosa". Vaya despedida. El conteo de personajes muertos no fue tan alto como se avizoraba, una buena noticia que, no obstante, ha causado un sorprendente desagrado entre ciertos fans que parecen confundir buena dramaturgia con genocidio gratuito o con el breve shot de adrenalina que se siente al extirpar a un personaje principal de una narración. Ayer despedimos a cinco personajes que aprendimos a querer, además de un ejército entero de guerreros, lo que obliga a un necesario re acomodo en el tablero del juego de tronos. Pocas veces el destino se ha visto más incierto. 

Game of Thrones 8X03 culminó ayer con una larga secuencia de montaje paralelo en la que se luce una canción al piano de Ramin Djawadi, el compositor de la serie. Una melodía de tono menor y un espíritu de elegía para acompañar la tristeza de quienes se despiden de la serie; y que sirve para dar cuenta de la desesperación de Jon Snow por haber sido neutralizado en toda la batalla. Esta misma tonada adquiere notas siniestras cerca al desenlace, cuando vemos por fin con toda claridad y nitidez, al Rey de la Noche. El final propuesto resulta emocionante y sorpresivo para quienes, como el que escribe esto, auguraba un desenlace bastante distinto, acaso menos favorable a la causa de los vivos. Eso siempre es bueno.

Impredecible, Game of Thrones 8X03 replantea el panorama en ese segundo decisivo de todas las narraciones épicas. Se veía venir algo pero no se sabía por dónde. Las historias de aventuras suelen tener resoluciones así. Una letal Arya Stark entra a escena, salida desde la oscuridad total, para dar muestra de que su entrenamiento en combate y técnicas de sigilo en Essos han dado resultado, lo que la convierte de inmediato en la mayor amenaza para la Reina Cersei, allá en Desembarco del Rey. Con ayuda de Melisandre, la heroína en la sombra detrás de la gran victoria, Arya recuerda su motivación real, esa misma que enunciara hace algunas temporadas cuando dijo aquello de "voy a matar a la reina". Esto llevará la guerra de los Siete Reinos por otros caminos, y hacia otro tipo de conclusión, acaso ya no tan mágica o sobrenatural. Pues la magia parecen estar despidiéndose de Westeros, al igual que la mujer roja que se disuelve como cenizas en el aire luego de haber visto su misión cumplida. //

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