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Enrique Planas

Quizá sea la anécdota más jugosa de nuestra tradición literaria la protagonizada por Mario Vargas Llosa y su entonces esposa Patricia, en la madrugada del 7 de octubre del 2010, tras la llamada telefónica de la Academia Sueca. ¿Sería una broma como le ocurrió al italiano Moravia? Antes de llamar a sus hijos para compartir la noticia, deciden esperar el anuncio oficial, 14 minutos más tarde.

La literatura es fuego, obra de Mariana de Althaus, es un homenaje en las dos acepciones del término. Por un lado, es una obra escrita con un cariño inmenso, una demostración pública de admiración y respeto. Por otro, se trata de un artefacto teatral que cita y alude la propia poética del Nobel peruano, proponiendo juegos intertextuales tomados de su laboratorio técnico.

En la obra, que incluyó en su gestación la posibilidad de que sea el mismo Vargas Llosa quien la interprete, la dramaturga limeña coloca al autor en un espacio-tiempo definido, aquel cuarto de hora en el departamento de Manhattan, pero le permite (como hace MVLL en su propias ficciones) desplazarse por otros espacios, tiempos y niveles de realidad. Se trata de una obra coral, donde múltiples personajes de su pasado (su mama Dora, sus abuelos, el tío Lucho y la tía Olga en Piura, sus compañeros del Leoncio Prado y sus colegas del diario La Crónica, su militancia de izquierda, incluso él mismo como niño y como joven escritor) visitan e inquieren al escribidor ansioso tras la parca llamada. Y de todas estas presencias, la que más huella deja es la del padre que irrumpiría en su vida para arrebatarle su infancia, dejándole la ficción como último refugio. En una obra considerada por el propio Vargas Llosa como impecable, fiel y rigurosa, De Althaus logra traducir en diálogos ese insondable espacio mental abierto mientras miramos distraidos por una ventana. //

SOBRE LA AUTORA:
Mariana de Althaus (Lima, 1974), dramaturga y directora de teatro. Alfaguara ha publicado dos volúmenes que reúnen parte de su obra última: Dramas de familia (2013) y Todos los hijos (2018).

Primero muerta, de Lorena Álvarez
PLANETA
Los medios nos reportan los casos de feminicidas que, en el campo o la ciudad, son responsables de los crímenes más sobrecogedores sin dar muestras de arrepentimiento. Y, en sus titulares, los llaman monstruos para tomar distancia de ellos. El relato estremecedor, el retrato del verdugo cercano y la crítica a nuestro ineficiente sistema de justicia son componentes fundamentales de los reportajes de Lorena Álvarez. Pero su libro trasciende lo periodístico: nos permite reflexionar sobre cómo la misoginia y el desdén hacia la vida del otro pueden instalarse en cualquier cabeza, mientras la prensa reproduce su enfoque patriarcal al acercarse a la realidad más terrible.

Muy muy en Bora Bora, de Katya Adaui
BEASCOA
Alejada de cualquier opción convencional que lastra la tradición de nuestra narrativa para niños, la escritora peruana nos comparte una historia, mínima, íntima, tan tímida como la criatura de su relato, en la que vale tanto mirar al pequeño crustáceo construyendo su madriguera en la arena, como jugar con la aliteración de su nombre y el de todos aquellos definidos en su duplicidad. Libro para leerlo en silencio o como para cantarlo con un niño, un viaje ínfimo pero de un sentido oceánico.

Cuando suena la música, de Eduardo Chirinos
LUMEN
Para Eduardo Chirinos, sus libros eran como planetas solitarios regidos por las mismas leyes cósmicas. Por ello, encontrar esta selección de poemas del entrañable poeta limeño, desde su primer libro Cuadernos de Horacio Morell (1981) hasta su póstumo Tetramorfos (2018), es una forma de asomarnos a su silencioso y musical universo. La profesora española Azucena López Cobo selecciona los hitos de una carrera de 35 años cortada prematuramente, que puede leerse como una triste metáfora de las opciones peruanas: la orfandad o la locura.

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