Guía para convertirse en un peruano... y no solo con documento de identidad, con papeles en regla, con un uniforme de la selección, con un paladar refinado, sino de corazón. Ser peruano desde las mismísimas entrañas del alma. Y no desfallecer en el intento de conseguirlo.
Sé de sobra que, durante mi primera aproximación a la selección peruana, cuando estaba en el Pescara y a poco de mudarme al Milan, recibí muchas críticas por haber dejado pasar la oportunidad. Me reafirmo en que la situación que vivía hizo que me pareciera forzado. Entiendo que para un hincha mis razones puedan resultar poco comprensibles; sin embargo, para mí no lo eran. Pasaba por un tema deportivo físico e, incluso, cultural. Por citar nuevamente otra realidad, hay algo que los italianos tienen en común: su poca predisposición a salir del país. Para un futbolista italiano, la realización personal puede estar en casa. No es necesario irse de la patria para construir una carrera profesional; con ingresar a la Serie “A” en la Juventus, al Milan, al Inter, al Napoli, la Roma o la Fiorentina es posible llegar al pináculo del mundo y darse por servido.
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Y mi mundo en ese momento era Italia. No tenía otro. Incluso cualquier lugar de Europa —un continente relativamente pequeño— era bastante próximo a la realidad en la cual crecí. No habría sido justo elegir una selección de la que solamente tenía referencias en búsqueda de una oportunidad profesional. Prefiero ser honesto y expresarlo con estas palabras. La vida da tantas vueltas que uno puede cambiar de parecer. Puede cambiar de creencias, de religión, de dieta, de clima. Puede abandonar la paz y meterse en una revolución o puede ser un personaje intenso y detenerse para vivir en calma. La mejor condición humana es precisamente la que nos permite adaptarnos al cambio.
En este tema en particular, considero que hay un punto en común entre italianos y peruanos: la dificultad para desarraigarse de sus costumbres. En especial de la calidez del trato y la comida. Existen elementos en Italia que no se pueden replicar con facilidad en otra latitud, gracias a su enorme peso cultural que sigue presente en lo cotidiano. Es también una cultura milenaria y sede de un imperio cuyas luces siguen brillando a pesar del polvo que recubre el pasado. Nuestro idioma, las festividades, las creencias; casi no existe una raíz común de nuestro pensamiento que no haya partido de este espacio hacia un sinfín de lugares.
Incluso yo mismo, en mi afán de no perder el ascenso en la carrera profesional que me propuse, partí a Eslovenia, que es un país fronterizo con Italia, y no tan lejano como Francia, España o Alemania. Eso me permitía estar cerca de casa.
Al decidir, finalmente, representar a la blanquirroja, sabía que para que mi decisión fuera real y tangible debía inocularme el Perú en las venas. Empaparme de él. ¿Pero cómo hacerlo? ¿Cómo convertirme en un patriota de una nación que, físicamente, no había pisado? ¿Cómo arraigarme, echar raíces, plantarme en el suelo? Comerte un platillo de la ya conocida gastronomía peruana, ponerte un chullo para una fotografía, cantar una canción o mirar paisajes no te convierten en peruano. Un ciudadano es mucho más que eso, creo yo. Este es mi criterio, y es estrictamente personal.
Para ir de acuerdo con esas convicciones, tomé varias decisiones. Aunque comencé junto con Alessia a estudiar español cuando el profesor Gareca me visitó por primera vez en Pescara, lo había abandonado. De manera que decidí retomarlo y, a la par, ponerme a estudiar la historia del Perú. Creí que era un paso importante para consolidar mis creencias y ayudaría mucho en mi futura llegada. No podría integrarme en un sistema de juego y de pensamiento si no tenía una idea clara de dónde estaría involucrado. Me parecía lo más apropiado para el Perú y para conmigo.
Inicié clases de historia con un profesor que me mostró el proceso de desarrollo de la nación desde su etapa más antigua. Simultáneamente, ingresé a una nueva academia de idiomas para perfeccionar mi español. Ahora me puedo comunicar normalmente en ese idioma. Una cosa se complementó con la otra. Supe de la vida y traición al inca Atahualpa y su encuentro con el castellano Francisco Pizarro y, ahora mismo, me encuentro leyendo una versión de la biografía de Túpac Amaru II. Sigo admirando su enorme sacrificio por la libertad y el imposible sufrimiento de su ejecución y la de sus parientes.
Leí con sincero aprecio sobre el aporte de los italianos al Perú. Por ejemplo, sobre Claudio Rebagliati, un director de orquesta nacido en la región de Liguria, a quien se le debe la versión final del Himno Nacional —lo que creo que es bastante importante—, pues la composición original fue arreglada por él en 1869, por pedido del propio autor, el maestro José Bernardo Alcedo.
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Hay otro personaje vinculado al Perú a quien no se debe olvidar: Giuseppe Garibaldi, el héroe de dos mundos. Este señor es, para un italiano promedio, un individuo esencial, pues es llamado el “Padre de la Patria”, en razón a que fue uno de los principales impulsores del proceso de unificación del país conseguido en 1870. Hay un detalle no menor de Garibaldi. Vivió un tiempo en el Perú, exactamente en la esquina del Jirón de la Unión y la alameda Chabuca Granda (que antes era la calle de Polvos Azules); casi frente a los portones laterales de Palacio de Gobierno. Esa casa, llamada “de Malagrida” en memoria de su dueño original, sirvió para que el héroe se alojara por unos años en el intervalo de sus correrías. A pesar de arribar al Perú con el seudónimo de Giuseppe Pane, era famoso y no pasó inadvertido. Recorrió las islas de Chincha y las costas de Pisco, Ica y Palpa, lugares donde la población italiana —fundamentalmente de Liguria— lo recibió con aprecio. Y finalmente lo mejor. Varias versiones comprobadas afirman que Garibaldi, para obtener la licencia de capitán de barco, se nacionalizó peruano. De ser así, tendríamos que el unificador de lo que es la Italia actual fue, de plano, un ítalo-peruano. No puedo dejar de anotar que hay algo curioso y simpático en los paralelismos.
Fue en esas lecciones que descubrí el sacrificio del coronel Francisco Bolognesi y me convertí en un gran admirador suyo. Al igual que yo, Bolognesi fue un hijo de italiano con una dama peruana. Repasé su vida, me impresionó mucho el testimonio de su valor sin límites. Leí varias veces sus comunicaciones telegráficas, donde expresaba sus decisiones resueltas. Iba a dar la vida si fuera necesario. Era exactamente el ejemplo que necesitaba seguir para continuar. Cualquiera, en su lugar, hubiera abandonado la empresa de defender el morro de Arica y, a pesar de la enorme desventaja que se presentaba frente a él y sus hombres, decidió resistir. Pensé en su actitud y en la frase emblemática que lo hace inconfundible y he hecho mía: ¡Nos quedamos aquí hasta morir para defender nuestra tierra! ¡Hasta quemar el último cartucho!
Comprobé la similitud que nos une: una tendencia valerosa cuando nos toca defender algo que es nuestro, y que creo nos permite sacar de adentro algo que tampoco conocemos.
De esa manera me fui “inyectando” el Perú. Por eso, cuando por fin pisé nuestro país, una parte de ese espíritu había comenzado a flamear, como una llama que poco a poco se va encendiendo. Solo así, lo entiendo, se adquiere un compromiso. A través del conocimiento nace el mejor amor. Mi madre me dijo que me enamoraría. Vaya que era verdad. Pero fue más que eso. Me he apasionado. Cada vez que tengo un amigo que vale la pena le envío una camiseta con una firma. No es cualquier prenda. Detrás de la franja hay decenas de miles de gritos de esperanza. Hay relatos que contar, lágrimas que secar, glorias y derrotas. La blanquirroja resume lo que es ser un peruano: la pasión, el valor, la resistencia, la perseverancia, la calidez. ¿Cómo no enamorarse de todo ello? //
La autobiografía del futbolista ítalo-peruano recorre sus inicios en ese deporte, desde los 15 años, en que se formó en las divisiones de la Juventus Football Club. Asimismo, su decisivo acercamiento al Perú, tierra de su madre, a través del estudio de sus raíces, su historia y su idioma.
El libro de 190 páginas (sello Aguilar, de Penguin Random House) ingresará en librerías a partir del 19 de julio.
Precio: 59 soles
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