Juan Julio Pala se reconoció en el tatuaje de Gianluca Lapadula. La nariz curva, la boca adusta, los ojillos desconfiados. Después de todo, era él, un hombre cercano a los 60 años, el director de Los Pieles Rojas de Paramonga Número 1, agrupación de glorias pretéritas a la que el delantero del Benevento Calcio se había referido para dejar sentado que no solo los incas son peruanos y se adornaban con plumas. También los pieles rojas de Paramonga.
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La idea de formar en Paramonga, provincia de Barranca, una agrupación que parecía salida de un western hollywoodense fue de su abuela, Santos Saldaña Leiva. Si bien el término Pieles Rojas tuvo un origen racial y genocida, para la abuela de Pala ellos no eran colorados ni mataban vaqueros blancos por las puras, a pesar de que las funciones callejeras de cine itinerante los mostraban como los malos de la película. No eran enemigos de la civilización, sino primos en pie de lucha contra gringos invasores.
Nacida en el pueblo de La Libertad, donde los indios apaches y no los vaqueros ya habían ingresado al folklore local, la abuela Santos lanzó la danza en Paramonga para rendir homenaje al Señor de la Soledad. Eso fue en los 60. La iniciativa tuvo tanto éxito que los Pieles Rojas fueron invitados a provincias vecinas y luego aparecieron grupos clones. Alguna de esas danzas apaches sería la que impresionó a la madre de Gianluca y terminó por integrar las historias sobre el lejano Perú que arrullaran la niñez del delantero convocado por Gareca. El señor Pala exige la presencia de Lapadula en Paramonga. Su foto con el tocado apache pasará a la historia. //
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