El serio y formal economista, jefe de cobranzas de una AFP, cierra su oficina y culmina su jornada en la casa de San Miguel donde por años fue reuniendo lo que podría actualmente ser una de las colecciones de objetos tenebrosos más grandes del mundo. Aficionado a las películas y suvenires de terror, esa casa de dos pisos en la que supuestamente algún día viviría, ahora alberga 6 mil cosas con alguna característica siniestra o paranormal. Siempre limpiaba cada muñeco, les arreglaba un poco la ropa, barría el sitio que llamó Casa Museo del Terror y que tiene una página en Facebook (@casamuseodelterror, con 20 mil seguidores). Hasta que empezó a notar que los objetos se movían, aparecían en otro lado (un día apareció volteada una pesada gárgola de cemento). O si los sacaba de la casa por alguna razón, algo muy malo pasaba (una vez él mismo casi muere por la picadura de arañas. Dos veces). Si antes el lugar era su distracción, su refugio y escape de la modorra limeña, ahora evita ir, o al menos no ir solo.
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“Ya no me siento a gusto. Hago que mi hermano me acompañe. Y cuando estamos ahí pongo salsa a todo volumen… Un amigo cura me bendecía la casa. Hasta que un día me dijo ‘has puesto un altar al diablo’. No vino más”, dice Emilio Obregón. Al teléfono nos cuenta también que del programa Esto es Guerra le han pedido prestados unos objetos. Ya viene Halloween. Él se ha negado: ya aprendió que de la casa nada sale, o todos se podrían arrepentir.
COLECCIÓN PARANORMAL
Los objetos de su colección son inclasificables por una razón: todos llevan una ‘carga’ paranormal, pertenecieron a alguien más, fueron desenterrados, exhumados, rescatados de incendios, de tragedias, fueron usados por suicidas y muchos acabaron depositados en su puerta por gente que en sus casas ya no quería tenerlos. Algún daño habían hecho.
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Hay los clásicos muñecos de colección (“ahora es fácil conseguirlos”), pero también máscaras y cabezas de cera, fotos ‘post mortem’ que alguien le envió desde Estados Unidos, muebles antiguos, libros de dos siglos, un kit de exorcismo que compró en una tienda de remates en Alemania, y que perteneció a un sacerdote…
El economista Obregón cerró la casa durante cinco meses de la pandemia, de marzo a agosto (antes de eso recibía visitas, a través de su fanpage). Pero a medida que sentía la casa más ‘cargada’, restringió los aforos, y no necesariamente por el Covid—19. “No recibo niños, pueden salir bien afectados. Ni tampoco gente nerviosa o con algún problema del corazón. Yo también siento la carga”. Cuando las personas le dicen que han sentido que alguien los agarra o que les jalan la cartera, o se va la señal de los teléfonos o les empieza un fuerte dolor de cabeza, cierra el lugar, deja pasar uno o dos meses sin visitas.
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Hace dos años, cuando un equipo de Somos fue a conocerlo para hacerle un reportaje, la cámara del fotógrafo falló, las imágenes salieron todas borrosas. Cuando optó por fotografiar con su iPhone de estreno, se bajó toda la batería en tres minutos. Y las llaves del auto en el que habían llegado, y que el redactor siempre tuvo en el bolsillo, durante dos horas desaparecieron. A punto de rendirse, metió la mano al bolsillo y ahí estaban de nuevo. “Nadie de mi familia va, ha dejado de ser un sitio para disfrutar”, nos cuenta el dueño del museo.
Pero como nunca faltan quienes buscan emociones fuertes, Emilio recibirá visitas estos días de octubre, pero solo con previa coordinación y en grupos reducidos.
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No es broma. Sería mejor no ir y deleitarse desde casa con algunos de los objetos que se pueden ver en su Facebook.
Y si no, suerte.
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