Difícil arte el de la biografía. “Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja es la inocente voluntad de toda biografía”, sentenció al respecto Jorge Luis Borges. Jorge Coaguila (Lima, 1970) trabajó veinte largos años en ejecutar esta paradoja, esta vez sobre los trabajos y los días de Julio Ramón Ribeyro (1929-1994).
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El resultado es Ribeyro, una vida, una biografía de casi 600 páginas y con un amplio material gráfico acerca del ‘flaco más querido’ de la literatura peruana. Desde Santa Beatriz y Miraflores hasta París, y de vuelta a Lima, el lector podrá acompañar a Ribeyro en su niñez, en sus tardes de fumador y en su carrera como diplomático, en el lento madurar de su escribir y en la publicación de sus obras mayores. “Mi vida no es original ni mucho menos ejemplar”, escribió sobre sí mismo Julio Ramón Ribeyro. Coaguila opina lo contrario.
—¿Cómo y cuándo nace tu fascinación por Ribeyro?
Como todo niño peruano, leí a Ribeyro en el colegio y me gustaban sus cuentos. Cuando estudiaba Comunicaciones en San Marcos, unos amigos de Literatura me dijeron que se reunirían con Ribeyro y así tuve mi primer contacto personal con él: de manera casual. Fuimos a su departamento y el que más preguntaba era yo, para sorpresa de todos. Aproveché para pedirle una entrevista, pero me dijo que no podía y que había rechazado varias. Luego meditó algunos segundos y me dijo: “Ok, te voy a dar la entrevista, pero la publicas luego de que viaje porque no quiero incomodar a los otros periodistas que he rechazado”. Yo tenía apenas 21 años.
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—¿Cómo nació la idea de escribir una biografía?
En 1994, el año en que fallece Ribeyro, nuestro escritor viaja a España para presentar dos libros. Cuando regresa, me obsequió un ejemplar de Cambio de Guardia con la siguiente dedicatoria: “Para Jorge Coaguila, mi crítico y biógrafo oficial”. Lo de crítico era cierto, pero lo de biógrafo no. Me sorprendió que escribiera esa dedicatoria: ¿acaso ya pensaba que iba a fallecer? Esas líneas me cayeron como un encargo muy pesado, de una enorme importancia. En ese entonces, pretendía difundir su obra, pero no disponía de tanta energía para escribir una biografía. Con el paso del tiempo, lentamente fui alimentando este proyecto y, con la llegada de la pandemia, pude terminarlo.
—¿Cuánto tiempo tardaste?
Digamos que unas dos décadas, recopilando, entrevistando y escribiendo. Algunos decían que yo era la verdadera viuda de Ribeyro, porque me preocupaba mucho por esta tarea. Esto me motivaba a trabajar mejor. Había también expectativa: siempre me preguntaban cuándo salía el libro. Ya parecía un personaje de Ribeyro, que planea algo que no concreta. Ahora, con su publicación, ya estoy más tranquilo.
—De todos los episodios de la vida de Ribeyro, ¿cuáles te parecen significativos para enriquecer las lecturas de sus obras?
Los primeros años en Francia fueron muy complicados y eso dejó una huella enorme. Se tuvo que adaptar económicamente a las necesidades: fue portero y conserje de hotel, cargador de bultos en una estación de tren. Todas estas experiencias las ha llevado a sus relatos. Otro momento es cuando estuvo muy delicado por el cáncer. En 1973 lo operaron en dos ocasiones y estuvo al borde de la muerte, lo cual cambió su manera de ver el mundo. También el último periodo, en el que se vuelve más hedonista. Se vuelve bastante despreocupado con su salud y fuma sin descanso… y las consecuencias ya las sabemos.
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—Como lector, ¿cómo ha cambiado tu lectura de la obra de Ribeyro luego de escribir esta biografía?
Quizá con el tiempo puedo advertir ligeros defectos. Ribeyro tenía pequeños tintes de machismo, que corresponden un poco a la generación del cincuenta: la gente era un poco más machista, homofóbica y racista. Sobre el machismo, dice en su diario que la pasa mejor en compañía de los hombres y que a las mujeres las ha utilizado. Hay pequeñas frases en las que se burla del destino de los afrodescendientes, pero esto tiene que ver con la época. Al margen de eso, considero que es un autor de enorme valor, quizás el de mayor perspicacia para llevar a la literatura su pensamiento; es casi un filósofo de bolsillo. Creo que no hay autor joven que no lo considere un maestro. Él y Vargas Llosa son las dos presencias más poderosas para los narradores jóvenes, pero Ribeyro es más querido.
—¿Qué méritos fundamentan esta elección?
Los peruanos nos identificamos con aquellos personajes que son perdedores o cuya experiencia terminó en un chasco. La vida, la experiencia cotidiana del peruano se relaciona un poco con eso: no estamos acostumbrados a victorias colectivas, cotidianas.
—Por el lado de las anécdotas e historias detrás de las narraciones de Ribeyro, ¿qué encontrará el lector en tu libro?
Ribeyro usa muchas experiencias cercanas, personales o de su entorno para escribir. Por ejemplo, “Silvio en El Rosedal” se basa en un personaje de Tarma, al que le agrega características propias: una persona que reflexionaba, que disfrutaba del arte (en su caso, tocar el violín), al margen de la fiesta que ocurría debajo de su casa. Creo que Ribeyro era eso: una persona que escribió, que vivió alejado de la fiesta, del festín que fue el Boom. En todo el libro hay una cantidad impresionante de anécdotas que muestran a ese personaje que queremos tanto los peruanos: ese escritor delgado, el flaco más querido, como le dicen ahora. Su pasión y su arte lo han llevado a que siga siendo un escritor vivo. //
Ribeyro, una vida (Revuelta Editores, 587 páginas) A la venta en las librerías más importantes del país.
OTROS TÍTULOS DEL AUTOR: “Ribeyro, la palabra inmortal”, “Vargas Llosa, la mentira verdadera”, “Una búsqueda infinita”, “El asombro constante” y “Julio Ramón Ribeyro, las respuestas del mudo”, entre otros.