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(Foto: Lucero del Castillo)
Ana Núñez

Josefina Barrón ha perdido la cuenta de los libros que lleva publicando. Hace un recuento mental y dice que deben ser ya 30. Por puro placer y vacilón, acaba de publicar Para comerte mejor, un recetario que puede ser usado en nuestras estrategias de seducción. Y empezó a escribir ya su próximo libro, su primera novela. “Ese es mi camino”, afirma, “estar en mi casa acompañada de mis palabras, mis grandes amigas. Las que hacen que estar con uno mismo sea simplemente delicioso”.

¿Qué es esta provocación llamada Para comerte mejor, Josefina?
En realidad, para mí fue como un... vacilón. Yo he hecho varios libros de cocina, pero no soy chef ni cocinera. Simplemente, soy una comelona empedernida y apasionada, y siempre me gusta ‘pichicatear’ la comida. Nunca he seguido una receta...

¿Qué es ‘pichicatear’ la comida?
Hum... avezarla. Ponerle más audacia. Meterle más ‘pichicata’, pues: más ají, más orégano. Por ejemplo, si tú me pones una pizza a la leña en el plato, yo le voy a poner de todas maneras aceite de oliva, páprika o peperoncino y alguna otra cosa que vea por ahí. Es decir, siempre voy a querer darle a mi comida mi toque personal.

Me decías que no eres chef y este no es tu primer libro de cocina.
Así es. En el caso del libro anterior llamé a la cocinera Carolina Noriega. En este caso llamé a Jimena Larrea, me senté con ella y dije: quiero hacer un libro donde la comida sea parte de un ritual, de un proceso, el proceso del enamoramiento en este caso.

La comida como parte de un juego erótico.
Sí, además yo creo que no hay nada realmente que sea afrodisiaco si quien está frente a ti no te llama la atención. O sea, te puedes comer 50 conchas negras, pero si el hombre que está frente a ti no te pone, no hay forma de que ocurra nada. Entonces, básicamente eso es el libro: no hay comida afrodisiaca, lo afrodisiaco es la historia que se cuenta a partir de la unión de la comida y la pareja. Y lo que hice fue contarlo a través del romance medio divertido entre la caperuza y el lobo. Aunque al final es ella la que se come al lobo.

La caperuza feroz y el lobo incauto, les has puesto.
Hay un juego ahí de seducción, porque ella es la que lo seduce a él. Y además hay unos diálogos... Yo me acuerdo de que cuando era adolescente veía mucho La serie rosa. No me perdía un capítulo. Me divertía horrores y me pegaba unas fascinadas, para no decir otra cosa... Era lo máximo; imagino cómo era abrir una revista Playboy para un chico.

Eso quiere decir que descubriste el erotismo superchica.
Yo descubrí el erotismo a los 10 años, con un libro que se llama La cama celestial, de Irving Wallace, y que siempre estaba en el librero de la sala de mi casa, al lado del piano. Y como yo tenía clases de piano todos los días desde muy chiquita, de pronto un día volteé y simplemente tomé el libro. Cada tarde, después de mi clase, sacaba el libro y lo iba leyendo.

¿Esa experiencia te cambió la vida de alguna manera?
Por supuesto, fue toda una revelación. Entendía la mitad de las cosas que estaban pasando en el libro, pero igual ya había una imaginación productiva y las palabras ya me estaban diciendo cosas. Igual había tal fascinación por lo que decía en esas páginas que yo quería seguir leyendo. Entonces, algo entendía de lo que estaba pasando ahí.

En Para comerte mejor hay poesía. Hace un par de años dijiste que por sobre todo te consideras poeta. ¿Sigue siendo así?
Definitivamente. Yo creo que el poeta o la poeta es alguien que siempre está mirando lo que los demás no miran. Más allá de si escribes o no escribes, el poeta tiene un alma distinta, muy sensible. Y nadie puede decirte si eres poeta o no. Uno se siente así. Yo me siento poeta y no necesito que ningún crítico me venga a decir “lo eres” o “no lo eres”. Y escribo muchísimo, lo que pasa es que no publico hace años.

¿Queda algo de aquella niña que publicó su primer poemario a los 10 años?
Es la misma, exactamente la misma persona hipersoñadora, frágil, solitaria y ensimismada. Ojalá hubiera cambiado algo esa niña, aunque sea un poquito. Pero, desgraciadamente, no [ríe].

¿Qué te habría gustado cambiar?
Ser un poco más fuerte, más resiliente. Sentir menos el golpe de los demás... o sea, tener un wetsuit un poco más grueso. Todo el mundo piensa que soy fuerte, que nada me afecta, pero todo me afecta a mí. Soy achorada, canchera, fresca y me busco la vida, pero porque no me queda otra. Pero al final del día vuelvo a mi casa, cuido mis plantitas (mi casa ya parece un vivero), leo mis libros. Me siento más cómoda cuando no estoy rodeada de tanta gente. Un poquito como Marco Aurelio Denegri, veo que cuando confías en mucha gente alguien te puede fallar. Entonces prefiero confiar en pocos.

Ya que has mencionado a Marco Aurelio, él decía que “el amor no es gran cosa”. ¿Qué piensas tú?
Si me estás preguntando por el amor de pareja, es un trabajo de día a día, porque cada pequeño gesto que haces en la pareja destruye ese amor poco a poco –como la gota de agua en una tortura china, que va cayendo en el cráneo de la persona torturada– o construye, como esa gota en una maceta que riega la planta. Entonces, depende de qué hagas con esa gota. Si horadas algo o riegas algo. Eso implica mucha madurez e inteligencia emocional. Yo creo que lo que más hace falta en el mundo es la inteligencia emocional. Pero también creo que sí vale la pena chambear por una relación, que sí vale la pena comprometerse. Es un trabajo más y un trabajo lindo.

¿Crees en el amor, entonces?
Por supuesto que sí, pero el amor no cae del cielo, el amor lo trabajas. El amor es una chambaza, pero tiene su remuneración obviamente. ¿Y cuál es esa remuneración? Pasas momentos excelentes con esa pareja. Pero hay que respetarla, quererla, ayudarla, acompañarla y exigirle también que te respete, que te quiera, que te ayude y te acompañe. Y tiene que haber inteligencia emocional y todo tipo de consideraciones, porque el amor es delicado, es un cristal. Basta que tú comiences a irrespetarlo para que el amor se vaya acabando, porque es acumulativo, como el sol: después comienzan a aparecer los lunares o el cáncer. Es igual de acumulativo. Que nadie diga lo contrario.

¿Y crees en la monogamia? ¿En la fidelidad?
Mira, no sé si somos animales monogámicos. Yo creo que esa es una decisión, sobre todo cuando uno tiene cierta edad... [ríe]. Qué difícil estar sexualmente con una misma persona toda tu vida, desde que te casas. Jodidamente difícil, si te pones a pensar. Y qué fácil es juzgar: “ay, le sacó la vuelta, qué puta” o “qué desgraciado”. Yo no soy quién para decir si debemos ser o no monogámicos, pero lo que sí te puedo decir es que nos la pusieron recontradifícil. Quisiera pensar que podemos llegar a ser monogámicos. En todo caso, si yo me comprometo a estar con una persona, le soy fiel. Y si ya no le quiero ser fiel, mejor se lo digo antes de ponerle los cuernos. Lo que sí no me gustaría es que me pongan los cuernos o ponerle los cuernos a otra persona. //

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