“Jamás renunciaría si el momento está malo; solo lo haría si el momento es bueno, por responsabilidad”. Julio Velarde respondió así, hace 15 años, en una de las contadas entrevistas personales que ha dado en su vida (El Comercio, 11/11/2006). Se iniciaba como presidente del BCR y esperaba –al borde de la impaciencia- que el Congreso de entonces terminara de repartirse la peliaguda designación de los directores que lo acompañarían. Comenzado su segundo gobierno, Alan García le había pedido personalmente que asumiera la conducción del banco, no solo como garantía de que no veríamos ni la sombra de 1985, sino como jugada política frente a su rival, Lourdes Flores Nano, cuyo plan económico había estado a cargo de Velarde. Aquellos días eran un páramo, comparados con las circunstancias postelectorales del 2021, en que flota, como un dólar, la pregunta sin respuesta: ¿quedarse por la responsabilidad o irse por principios? La actual coyuntura parece ser un momento suficientemente “malo” para hacer que Velarde no se mueva de donde está. Circunstancia en que pesa su “patriotismo”, como opina un cercano colaborador.
En la última década y media, el trabajo del banquero central de 69 años ha consistido en cuidar la estabilidad monetaria hasta con sus gestos y silencios. Su imitador Hernán Vidaurre suele amplificar la voz, casi idéntica, cuando asegura que si el presidente del BCR quiebra una ceja, los mercados se alteran, y si pestañea, las tasas de interés se mueven, y si tiene mucho calor, el tipo de cambio tiembla. De hecho, cuando Pedro Castillo le pidió “que su trabajo sea permanente en el BCR”, el dólar cayó con fuerza. Pero a la semana siguiente, al reafirmar su intención de pedir al Congreso “que se instale una Asamblea Constituyente”, el dólar volvió a dispararse, hasta casi los cuatro soles.
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En una conferencia, a mediados de junio, Velarde había señalado que quizá ese sería su último reporte de inflación. “He estado un tiempo bastante largo. Podría quedarme hasta que se nombre al nuevo presidente [del BCR]. Pero sería una cuestión de meses…”. Hasta el mejor banquero central global del año (2015) o el mejor banquero central de las Américas (2020) tiene derecho a cansarse. Uno de sus colaboradores cercanos ha podido observar también ese agotamiento, rasgo no muy común en un ejecutivo workaholic, como llama a Velarde. Algo tiene que ver el hecho de que, en el último año, haya debido asistir varias veces al Congreso para explicar por qué algunos proyectos de ley no tenían ni pies ni cabeza y más bien podían ser nefastos para la economía. “Se iba pensando que le habían entendido y a los congresistas no los movió un centímetro”. En más de una ocasión aceptó responder la llamada de RPP para expresar, sin contemplaciones, su preocupación –y perplejidad– por lo que salía de ciertas comisiones parlamentarias. “Una garantía del BCR [a la reprogramación de créditos] sería inadmisible, la credibilidad la hemos ganado en 30 años, ¡que todo esto se tire al tacho por un proyecto irresponsable no tiene nombre!”, decía en octubre. No faltó la vez en que tuvo que defenderse cuando fue tildado de “amigo de las AFP”. Visiblemente molesto, respondió a Cecilia García (Podemos Perú) que “tal vez está acostumbrada a maltratar a otros, pero esto es una afrenta y no tengo por qué tolerárselo”.
Hasta cierto punto podía estar preparado para ese tipo de situaciones. Su carácter de técnico no le resta capacidad política. En mayo del 2012 reclamó –una vez más– la demora del Congreso para la elección de tres de sus directores. Las bancadas no se ponían de acuerdo e incluso, en algún momento, el problema de la demora tuvo nombre y apellido: Rafael López Aliaga. El empresario –que hace poco recomendaba “dejar el tipo de cambio a seis soles, para que la gente pobre sienta”– estuvo a punto de ser designado como director del BCR, si no fuera porque Velarde se opuso y expresó su preocupación a un grupo de congresistas.
Mantener durante años la tasa de inflación entre 2 y 3% –la más baja de América Latina, junto con Panamá y El Salvador– agota menos que soportar que le impongan a directores del BCR sin la experiencia adecuada para el cargo. Aunque tomaba con ironía el hecho de que, durante la gestión de Humala, el banco llegó a funcionar, casi por 24 meses, solo con dos de siete directores –”Ya nos hemos acostumbrado, mejor ser pocos que malos”, “el BCR es el puesto que menos interesa en los arreglos políticos, por eso al final se elige a muy buena gente”–, aquella vez estuvo a punto de renunciar. El agotamiento viene ya desde esa época. Es el indicador que ningún mercado percibe.
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“Julio no es un político, sino un economista que dice lo que piensa, aun cuando a su audiencia no le vaya a gustar lo que va a escuchar”, lo describe Gianfranco Castagnola, ex director del BCR. Por eso no tiene problema en decir que en casi todos los gobiernos se han cometido errores. El “Estado fallido” llama Velarde a una sucesión de oportunidades desperdiciadas –desde Toledo hasta Vizcarra– y aun así, cuando el país peligra, el estratega del BCR se mete de lleno, sin horarios ni descanso. Nada, sin embargo, lo preparó para una pandemia.
LA PEOR PESADILLA
A mediados de marzo del 2020, a horas de cerrar por completo la economía, Velarde y la ministra María Antonieta Alva (su ex alumna en la Universidad del Pacífico) se reunieron en Palacio con el presidente Martín Vizcarra. “Lo peor que nos puede pasar es que esta crisis económica comience a ser una crisis financiera”, les advirtió el presidente del BCR. “No puede dejar de haber dinero circulando, encárguense de que los bancos sigan operando”, insistió. Desde el primer momento de la emergencia, Velarde fue un importante respaldo para la ministra Alva. “El día uno me dijo algo clave: ‘Tu mejor política económica es combatir el virus’”, recuerda la ex ministra. “Él tenía claro que la cuarentena serviría de algo si es que el sistema de salud podía ganar tiempo para fortalecerse”.
Tres días después de decretado el primer confinamiento, Velarde reunió a su equipo del BCR. Gustavo Yamada, uno de sus directores, recuerda cada palabra: “Nos dijo: ‘Tendremos que tomar decisiones bien drásticas e ir viendo en el camino cómo reaccionamos’. Esa suele ser una de sus frases”. Los técnicos del BCR cayeron en cuenta del tsunami que se aproximaba, pero era Velarde el único que parecía mentalmente prevenido ante la crisis. “Si la economía va a estar parada muchas semanas, hay que dar créditos con garantía”, les dijo. “En Europa recién se está discutiendo, pero nosotros vamos a tener que hacerlo, y rápido”.
“La única referencia histórica y reciente del impacto de una pandemia sobre la actividad económica era el ébola en Sierra Leona, con una caída del PBI de 20% en el 2015”, recuerda Adrián Armas, gerente de Estudios Económicos del BCR. “Al mismo tiempo, veíamos qué estaban haciendo en Suiza o Alemania: líneas de crédito automático y garantizado inclusive al 100%. Era la primera vez que Europa hacía algo así”. No había una palabra para lo que Velarde tenía en mente. Después el Gobierno lo bautizaría como Reactiva Perú.
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En el MEF se oponían a que el Estado asumiera el 100% de la garantía de los préstamos, y más bien se optaba por bajar el porcentaje para que los bancos compartieran el riesgo y fuesen más rigurosos al momento de evaluar a las empresas beneficiarias. Hubo “serias diferencias” entre Alva y Velarde sobre el punto, refieren algunas fuentes. “Julio sentía que ponerle menos del 100% de garantía iba a demorar todo y él quería que el programa saliera rápido”, asegura la ex ministra. “Al final se llegó a un acuerdo intermedio. Con él siempre poníamos los intereses del país al frente”.
La contracción del PBI en abril del año pasado fue un duro golpe. “Ni en mis peores pesadillas podría pensar que la economía cayera 40%”, se lamentaba Velarde. De hecho, confesó a su equipo que por ese motivo no podía dormir bien. “Hoy el PBI ya está prácticamente en nivel prepandemia. Es la más rápida recuperación de una crisis de la economía peruana”, remarca Gustavo Yamada.
UNA MENTE BRILLANTE
Aunque parece algo intimidante, Velarde es una persona bastante sencilla. Tiene un humor muy raro (“estás inteligente”, puede decirle a alguien que le responde con agudeza). No busca caerle simpático a todo el mundo. Alardea un poco de su memoria enciclopédica para las cifras, y también para las anécdotas y bromas. No tiene mal carácter, pero es implacable con la gente que dice tonteras con cierta pompa, buscando impresionarlo. Puede hablar de arte o literatura con la naturalidad con la que desgrana las principales leyes económicas. O quedarse una tarde entera charlando sobre historia medieval a partir de un documental visto en Netflix (cuando darse un descanso era posible). Comparte con un grupo de amigos su gusto por los vinos. “Últimamente, solo saluda por los cumpleaños”, comentan por el chat. Aun si no estuviera cansado de todos estos años, ha confesado que empieza a perder la paciencia.
Hay algo que lo convierte en un funcionario aún más extraño: en el país en el que nadie se pone de acuerdo, todos parecen estar de acuerdo en que se le necesita. A su alrededor no falta quien le diga: “Por la estabilidad del país, Julio, sacrifícate”; y del otro lado: “Es totalmente humano y legítimo preguntarse si vale la pena manchar los récords conseguidos en tantos años, y más bien retirarte, cuidar tu salud…”. Nadie quiere estar en los zapatos del banquero que maneja con autonomía la política monetaria y que por primera vez se topa con la posibilidad de ser prescindible. “Si se queda, lo hace por el Perú, un par de años, pero solo para que esto no se vaya al diablo”, era el comentario que más escuchaba hace semanas.
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Hasta antes de la pandemia, Velarde solía dar conferencias y charlas dentro y fuera del país. Lo disfrutaba mucho, aunque no siempre ‘medía’ bien el auditorio. Hablaba ‘en difícil’, detalle que fue corrigiendo por su mismo rol de presidente del BCR. Es un economista e intelectual premiado por sus buenas notas y primeros puestos desde las carpetas del colegio Santa María, en la década del 60, luego en la universidad y en sus doctorados en Estados Unidos y Alemania (en el Instituto de Economía Mundial de Kiel es una celebridad). En la Pacífico tenía fama de caótico, es una suerte de genio distraído que puede ser políticamente incorrecto. En el 2008 fue criticado por sugerir que en los techos de los barrios pobres de Lima (donde “por suerte no hay edificios”) se podría sembrar hortalizas, para sentir menos la inflación. Mereció editoriales, y con el tiempo aprendió a ser más prudente.
Sus ex alumnos recuerdan ese aire de superioridad descuidada, casi como si dictara la clase a cien mil pies de altura, lejos de lo mundano y predecible. Encendía un cigarrillo con los restos del anterior y vestía siempre igual (monotonía muy común entre sus pares). “Probablemente la primera clase no entendimos nada, pero nos impresionó, era una mente brillante”, recuerda Gianfranco Castagnola sobre ese hombre que parecía siempre torturado por alcanzar la perfección. En su pequeña oficina del centro de investigación de la UP, siempre abierta, los alumnos le hablaban a la montaña de libros y la columna de humo que cubrían todo su escritorio. Nunca dijo que no a nadie, “era el Google de la época”, lo admiraban, lo seguían. Siempre ha sido un intelectual preocupado por el Perú como promesa, buscando la fórmula para salvarlo a través de los números.
Velarde vive desde hace más de 20 años en el mismo piso 15 de un clásico edificio de Miraflores, frente al mar. Es un buen conversador, siempre hace preguntas, le gusta aprender. Nunca se casó ni tuvo hijos. Extraña los almuerzos de los directorios, los días jueves. Había pedido organizar uno presencial, de despedida. Tendrá que ser, más bien, para inaugurar su nueva etapa al frente del BCR. //
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