Tatiana Espinoza (41) –bah, Tati– sabía que armar un emprendimiento en una sociedad altamente machista como el Perú era un reto grande. Pero a ella eso le importó un pepino, así que postuló a una concesión de reforestación en el 2009, cuando estaban a precio de ganga: ya habían extraído todo el cedro y caoba. Se la dieron en el 2010; total, era ingeniera forestal y estaba haciendo un posgrado en Costa Rica.
Para llegar a su flamante concesión demoró tres días en bote desde Puerto Maldonado. Eso no la arredró; era una guerrera. Su temor era que hubiese gente viviendo dentro de la propiedad, pero solo halló a un cazador de huanganas y un bosque real maravilloso que superó sus expectativas. Siempre le pareció extraño que otorgaran concesiones de reforestación en esos paraísos arbolados. ¿Reforestar qué?
Regresó al poco tiempo para echar raíces, levantar una cabaña. Se quedó 33 días en el monte, guarecida en una carpita. Instalaron los pilotes, el techo y el piso. Volvió a los dos meses y no encontró ningún clavo, parecía que un tornado hubiera arrancado la estructura de cuajo. Se percató de golpe de que la selva era tierra de todos y de nadie. Tuvo que dejar a un guardián de manera permanente.
Igual recibió advertencias de que sería mejor que se fuera por donde vino. Le dispararon al señor que le cuidaba el bote y se ha enfrentado a taladores ilegales durante 10 años. Incluso han hecho una carretera en el límite de su concesión, a metros de colosales shihuahuacos. “¿Alguna vez has sentido la tentación de tirar la toalla?”, le pregunté. No dudó en responderme: “A pesar de los obstáculos, siempre he tenido la motivación de continuar. Se lo debo a mis hermanas Rocío y Gianella y al bosque en sí. Va a sonar raro, pero son ellos [los árboles] los que me impulsan a seguir en la lucha”.
La carretera del mal
Tati sabía qué era el shihuahuaco, pero recién lo vio en vivo y en directo en Las Piedras. Se dio cuenta de que muchos animales lo usaban como refugio, como las águilas arpías, las más poderosas del mundo, que anidan en su copa. Pero comprendió sus propiedades biológicas y la íntima relación que tenía con el bosque y sus seres. Lamentablemente, la historia de explotación y depredación se repetía como con la caoba. Una de sus vecinas, Nurinarda, contaba que los madereros cambiaban un árbol de caoba por dos kilos de azúcar. Y Tati observó que los campesinos migrantes remataban sus shihuahuacos en 100 soles.
“De pronto, todos los grandes shihuahuacos que se podían apreciar desde el río desaparecieron a partir del 2013. Los shihuahuacos eran trasladados hasta puertos como Lucerna, donde hay una carretera que conecta con la Interoceánica a la altura del poblado de Alegría. Allí están los aserraderos y se hace el blanqueo de la madera, con papeles que dicen que ha salido de un área autorizada”, señala Tati.
Lo cierto es que la Interoceánica es la madre de todos los conflictos (forestales, de minería ilegal, cocales). Esto lo confirma Ronald Taboada, asistente de ARBIO: “La tala se ha intensificado con la Interoceánica, especialmente desde el 2017”. Precisamente la sigla ARBIO es la Asociación para la Resiliencia del Bosque frente a la Interoceánica. Tati la tenía clara desde un principio.
Honor y orgullo
El shihuahuaco es atractivo comercialmente por su extrema dureza y por ser resistente a las plagas y la humedad. En China el metro cuadrado de parquet se vende a 20 dólares. “Del total de madera que sale de Madre de Dios, el 25% es shihuahuaco”, sentencia Augusto Mulanovich, ingeniero forestal consultor en Serfor de Madre de Dios. Incluso, en el Perú, a través del portal Mercado Libre, se ofrecen cunas y camas elaboradas con shihuahuaco.
“Lo primero que deberían cambiar es la medida mínima de corte, que es de 51 centímetros y corresponde a un árbol de 300 años. Debería aumentarse este diámetro a por lo menos un metro, que son ejemplares que superan los 700 años. Y no afectaría el comercio porque el 50% de los shihuahuacos tienen más de un metro de diámetro”.
Así las cosas, parece haber pocas esperanzas. Pero Tati no se rinde. Para financiar su proyecto, desarrolló una plataforma en línea (crowdfunding), donde cualquier persona puede entrar a la página web (arbioperu.com) y contribuir a conservar una hectárea de la concesión o un árbol de shihuahuaco por uno o varios años. Se puede visibilizar el terreno en un mapa, y uno sabe qué áreas y árboles protege.
“Recuerdo que hace años hicieron una campaña para no consumir pollo a la brasa hecho con carbón de algarrobo. Pues bien, ahora el shihuahuaco está reemplazando al algarrobo, porque detrás de los madereros vienen los carboneros que utilizan todas las partes del árbol que pueden tener algún defecto. Los venden en sacos de 100 kilos y por ahora abastecen a clientes locales y de Arequipa y Tacna, pero la demanda es creciente”, se indigna Tati.
Este 12 de noviembre, en Nepal, Tatiana será galardonada con el Jane Goodall Hope and Inspiration Ranger Award, por su labor conservacionista en Madre de Dios. Es uno de los premios más prestigiosos de medio ambiente en el planeta. “Será una sorpresa para muchos en el auditorio enterarse de que en la Amazonía peruana hay árboles de más de mil años que están siendo talados para convertirlos en pisos”. //