Este es un relato feliz de la era pospandemia. En Breña existe un espacio en el que todos los jueves se arman matinés para abuelas y abuelos. Un salón en el que de 4 a 7 p.m. van a moverse al son de los hits de la Sonora Matancera, Los Guaracheros de Oriente, Los Compadres, Buena Vista Social Club y otras legendarias orquestas cubanas de mediados del siglo XX. Ahí no se come. No es una peña, tampoco un restaurante. Ahí no va uno a embriagarse: aunque hay cervecitas, más salen las botellas de agua y gaseosa. Ahí ellos bailan. Se relajan. Se entretienen. Se recargan. Rejuvenecen.
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Ya almorzados en casa, y encomendados por sus hijos a taxistas de confianza y al Señor de los Milagros, los asistentes empiezan a llegar muy ‘producidos’. Se ven faldas en corte A y abanicos de mano, pantalones de gabardina, uno que otro anillo de oro y hasta sombreros de las décadas de los años 50 y 60.
La dinámica empieza a las 3:50 p.m. con estiramientos por aquí y por allá. Hay que evitar los calambres capaces de dejarlos fuera de las tres horas más esperadas de su semana: la tarde con la Sonora Tropical del Perú, una orquesta integrada por doce músicos profesionales jubilados especializada en interpretar temas que ya son considerados de culto. El corazón y cerebro de todo ello, de la fiesta y la banda, de recordarle a los invitados que se cambien de blusa o camisa antes de irse para no salir con el cuerpo caliente, de vigilar que en cada cumpleaños se reparta torta a todos y de wasapear a los familiares cuando los abuelos hayan partido ya del local se llama Alfredo Canales.
“Yo crecí escuchando esta música y creo que mi trabajo hoy, en parte, es un homenaje a mis padres. Hace año y medio, cuando pasó la parte más dura de la pandemia y ya los adultos mayores estaban vacunados, empecé gestar esta idea de armar una orquesta destinada a ellos. Fue por cariño a ellos, al género y porque tampoco había competencia. La música tradicional cubana es celebrada por quienes hoy tienen 60, 70 y 80 años. Me dijeron loco, un salón abarrotado de abuelos era impensable en el 2020. Pero con las precauciones y hasta mascarillas empezamos”, cuenta Alfredo, comunicador y exproductor musical de grupos como Zaperoko. Había que cuidar la salud física, pensaba él. Pero también la del espíritu. Tanto aislamiento fue demasiado duro particularmente para ellos.
"Fue por cariño a ellos, al género y porque tampoco había competencia. La música tradicional cubana es celebrada por quienes hoy tienen 60, 70 y 80 años"
Sonia Palomino Gómez (79), por ejemplo, ya está pensando qué va a ponerse desde el martes para ir al salón del local de exalumnos del colegio salesiano. “Vengo con mi esposo porque el ejercicio nos hace bien, pero también nos sube el ánimo. Amamos la música y no paramos en las tres horas. Bueno, paramos un poco (ríe)… Tenemos amigos, conversamos. Somos caseritos desde que esto comenzó en octubre del 2021″, narra.
Su compañero de vida, Manuel Borda (80), lo confirma: “Nuestras tres hijas radican en el exterior. Es difícil vivir sin ellas y sin la música, por eso estamos acá. Les mandamos los videos que Alfredo sube al Facebook, las fotos. Nos da alegría ver que cada vez vienen más chicos de nuestra generación”. El aforo por semana oscila entre las 100 y 150 personas.
“La música es terapia hasta para los mismos músicos. Yo soy enfermo crónico, tengo problemas coronarios. El cardiólogo me receta venir a tocar acá, estar con mis colegas, y no andar en mi casa pensando... Yo toco las congas desde los 15 y he trabajado en mi carrera con Freddy Roland, Santiago Silva y otras orquestas grandes. Qué lujo que a mis 74 siga yo disfrutando de lo que hago”, cuenta Luis Alberto Alcázar, percusionista de la Sonora Tropical del Perú. No hay mejor medicina, lo secundan todos en el salón, que un bolero o una guaracha. Eso se ve. Cuánta razón. //
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