Entraron a la cancha cabizbajos, con los rostros serios y un listón negro sujetado con imperdibles a sus mangas rojas. En circunstancias normales, el debut de una selección peruana en un mundial de fútbol tendría que haber sido una celebración, más todavía luego de una clasificación de infarto como fue la peruana en 1969, pero aquello parecía un funeral. Los jugadores capitaneados por el Nene Cubillas debían enfrentar ese día al seleccionado de Bulgaria pero claramente tenían la cabeza en otro lado, más en lo que pasaba en Perú y menos en la grama del Estadio de León, en Guanajuato.
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La pena tenía una explicación. El 31 de mayo de 1970, solo dos días antes de ese partido, un terremoto de 7.8, y los aluviones sucesivos que provocó, arrasaron con varios poblados del Callejón de Huaylas, en Ancash. La más afectada fue la ciudad de Yungay, que terminó completamente sepultada bajo el lodo. Solo se salvaron unas palmeras, gracias a su proverbial altitud. El saldo de muertos fue de pesadilla. Más de 80 mil personas fallecieron ese día y otras miles quedaron desaparecidas para siempre. Las triste noticias no tardaron en viajar hasta México, hasta la tienda de Didí, el entrenador de la blanquirroja. Debe haber sido la peor concentración posible, se puede uno imaginar.
El 2 de junio del 1970, a Perú le tocó enfrentar a los búlgaros con la moral por los suelos. Ambas escuadras ya se habían enfrentado ese mismo año, en Lima, en dos partidos amistosos, uno de los cuáles pudo ganar Perú en una histórica volteada, con tres goles del Hugo “Cholo” Sotil. Se podría decir que para los balcánicos esta era una oportunidad de revancha. Aprovecharon la inseguridad de su rival y sin mucho despliegue pudieron anotar en el arco de Don Luis Rubiños, antes de que el juez italiano Antonio Sbardella diese el pitazo del descanso. Perú debutaba en el mundial e iba perdiendo.
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Es en este punto que sucede una de esas anécdotas fantásticas que hacen del fútbol un deporte maravilloso. La historia la han contado los ex seleccionados Teófilo Cubillas, Roberto Chale y José Fernández, siempre con pequeños cambios y aderezos aquí y allá, que reflejan la elasticidad de la memoria. En su relato, el camarín era una confusión hasta que ingresó el dirigente deportivo Javier Aramburú Menchaca, y los arengó de una forma que los hizo salir del marasmo. Sacó una maceta, la rompió y les dijo que esa era tierra de Perú. “Ustedes saben que hace unos días ha habido un terremoto en nuestro país. Esto es de los escombros que quedaron. ¡Por eso tienen que salir a ganar!”.
En palabras de Roberto Chale, lo que les dijo fue: “Muchachos: ¡es tierra del Perú! ¡Bésenla!”, y nosotros como éramos chiquillos, la besamos (risas) y salimos a jugar como unos bestias”.
Consultamos con el Sr. Ernesto Aramburú Barúa, hijo del arquitecto Ernesto Aramburú Menchaca, el padre de la Costa Verde y del Zanjón, y por tanto sobrino de Don Javier Aramburú. Vía correo, Aramburú Barúa confirma la anécdota de su tío, acaso porque la habrá escuchado infinidad de veces en el seno familiar. “Lo que hizo fue romper una maceta contra el piso mojado de los camarines y les gritó “¡Pisen, carajo! ¡Es tierra peruana, vamos a ganar el partido”. Fue como ponerles un ají. Se envalentonaron y nos dieron un partidazo”, cuenta, vía correo electrónico.
Cubillas, Fernández y Chale han dicho, entre risas, que tiempo después se enterarían que esa tierra la habían sacado ahí no más, de los jardines cercanos al estadio mexicano.
Como sea, el energizado cuadro peruano salió a matar en el segundo tiempo. Alberto Gallardo anotó a los 50´ y Chumpitaz consiguió el empate con un gol de tiro libre ejecutado de forma extraña. Revisando las imágenes se podría decir que lo anotó mientras se estaba cayendo. Fue Cubillas, finalmente, el que encajó el gol de la remontada definitiva con una acción individual a los 73´. Barrió con tres defensas y estrello la pelota contra el arco de Simeon Simeonov. Perú se ponía por encima, por 3 a 2.
La sonrisa de los peruanos en la cancha y en la tribuna era un poema. Tanto le jalaron le camiseta al Nene sus compañeros que se la rompieron, mientras lo tumbaban al césped y hacían sobre él una montaña humana. La imagen, símbolo de unión ante la adversidad, se vio en Perú en vivo y en directo y, sumada al resultado, fue un bálsamo momentáneo que necesitaba el país para empezar a ponerse de pie y no perder la esperanza en medio de tanta tragedia. //