Es de común consenso. Para ver La Voz Senior hay que sentarse frente al televisor junto a un pañuelo o una caja de papel tissue. El programa concurso que transmite Latina todas las noches era el que necesitábamos, aunque no lo sabíamos. De verdad. Y son varios los motivos que defienden este argumento.
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Sucede que esta nueva versión de la franquicia producida por Rayo en la Botella tiene como protagonistas a entrañables adultos mayores con talento para el canto. Algunos se han dedicado a la música discretamente y a otros la vida no les dio el chance de hacerlo, más que en los cumpleaños de la familia. Pero lo cierto es que todos poseen el anhelo de una flamante gran oportunidad. De un nuevo plan. De un futuro distinto. Bastante duro ha sido con ellos el último año y medio. Buscar vivir intensamente lo tienen bien merecido.
El televidente o internauta –que, si no ve el show completo, busca al día siguiente los videos en las redes sociales, que probablemente ya se han hecho virales– es, por otro lado, el ganador cada velada. Eso porque la catarsis –o sea, la lloradera– motivada por las historias de los concursantes y la música nostálgica que presentan sirve también para dejar ir la pena generada por alguien que ya no está o el estrés debido a la incertidumbre de los tiempos. También libera cariños contenidos, porque quienes están en el escenario, nerviosos como adolescentes, nos recuerdan a nuestros propios padres y abuelos, esos que merecen trofeos siempre. A cuatro de ellos, precisamente, buscamos para oírlos interpretar sus propios relatos de vida.
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El administrador fan de ‘El Puma’
Cuando la casa se quedaba sola, sin la esposa o los tres chicos. Ese ha sido por años el momento ideal para que Julio César Mancilla Montoya (62) pusiera sus LP de José Luis Rodríguez o de Camilo Sesto y cantara solito, como si no hubiese mañana. Lo cierto es que nunca lo ha hecho profesionalmente, a pesar de que la música estuvo tarareándole en el oído toda la vida. Fueron su padre y un tío ayacuchano los que, entonando huaynos y valses en la sala, lo embelesaron de niño. En el colegio, luego, no hubo actuación a la que faltara; y ya en sus veintes, en el barrio, el plan de los fines de semana era coger la guitarra junto a dos amigos y así, en la intimidad y la imaginación, enamorar a un auditorio extraordinario.
“De adulto me dediqué a la administración de empresas, incluso poco antes de que empezara la pandemia. Todo se quedó parado con el encierro, pero hoy es otra la historia. Estar en La Voz Senior es vivir una experiencia mágica y espectacular. Todavía sigo en carrera con la guía en casa de mi hijo mayor César, quien sí se dedica a tiempo completo a cantar. Me da mucho orgullo que hoy sea conocido en el medio. Él creció entre casettes y discos, en un mundo melómano, así que no podía ser de otra forma. Hoy, junto a Eva Ayllón, son mis entrenadores. Qué más puedo pedir”, narra entusiasmado Julio César, quien con toda la voluntad espera llegar, parafraseando a ‘El Puma’, a donde jamás él ha ido.
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Canción y sazón
Doña Ángela Caballero Ruiz (71) aprendió a cocinar en casa, pero no fue hasta que tuvo un pequeño hotel en Azpitia que tomó clases. Para entonces ya era una experta en preparar como Dios manda un sinnúmero de platos con camarones. Ha sido tan ducha que Gastón Acurio pasó alguna vez por su mesa dando el visto bueno; además de ser incluida en un libro de cocina peruana publicado por la investigadora Mariella Balbi. A pesar de los logros en la sazón y en las mesas, otro interés doblegado capturó siempre una ilusión: cantar.
“Siempre canté, desde que estaba en Huaral, donde nací y me crie hasta los 13 años, y aun ahora. Solo que postergué mi voz porque a mi madre no le gustaba. Luego, a mi esposo, tampoco. Me separé después de 36 años de matrimonio y retomé el sueño. Mis cinco hijos me han apoyado constantemente, pero es uno de ellos, Sergio, el que me compra micrófonos, arma los karaokes para que me luzca”, narra Ángela. Ambos son roommates desde hace siete años y han compartido gastos hasta que la pandemia la obligó a dejar de trabajar en un concesionario que tenía en Lima. Todos sus críos, entonces, se hicieron cargo de ella.
“El estar en el programa, en verdad, es un proyecto familiar. Voy por mis ganas. También por mi hermano Carlitos, un gran músico al que se llevó el COVID-19, y por una promesa a mi sobrina que padece de cáncer. Todos, además, se encargan de mis cuentas en Instagram, en redes. Así que vamos a hacer nuestro mejor esfuerzo”, dice Angelita sin perder la esperanza de que, algún día, la música se presente como algo tangible para poderla abrazar, así como se hace con todo lo que realmente se quiere.
El showman y el sueño de la televisión
Leoncio Jesús Hidalgo Rubina tiene 69 años, pero dice sentirse hoy como un niño. Feliz, positivo, enérgico. No importa que él sí conviva con la música día y noche, pues es cantante profesional desde que estaba en sus treintas. La Voz Senior es el sueño cumplido de que todo el Perú, por fin, lo escuche cantar. “Es una mano caída del cielo para todos los olvidados. Es la chance de darnos a conocer. No sabes cuánto ayuda salir en la TV, nos da trabajo y ánimo para proyectarnos al futuro”, relata el padre divorciado de siete hijos y nueve nietos. Uno de los primeros, Ronald, ganador de otro show, Yo soy, al ponerse magistralmente en los zapatos de Juan Gabriel.
Don Leoncio creció y vive actualmente en Chosica. De joven fue un ‘miloficios’ porque hasta que tuvo 30 no sabía que la gente podía llegar a adorar su interpretación. Con esta revelación viajaría durante años por el Perú, entrando y saliendo de tríos musicales. Hace un tiempo se instaló en Iquique, donde los chilenos no dejaron de elogiar lo parecido que tenía el timbre al del legenadrio Lucho Barrios. Con ese aval tentó suerte en Yo soy y ahora en La Voz Senior. “Voy a morir con el hermoso recuerdo de volver a brillar”, cuenta soltando un par de lágrimas.
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La dama de las jaranas
“Mamachita preciosa: ¿cuál es tu nombre?”, pregunta la cantante y jurado Daniela Darcourt durante la primera etapa eliminatoria del show. “Rosa María Muñoz Delgado, viuda de varios...”, le responde esta elegante mujer de 70 años, robándose la carcajada y el corazón de todos en el set y de los peruanos en sus casas. Acaba de cantar Mi propiedad privada y, con ello, de quedarse en el concurso. A Somos le dejaría en claro luego que “no soy limeña, por si acaso, sino chalaca, como las piedras del mar”. Así es Rosita, una campanita donde quiera que va, de esas personas a las que ves venir a una cuadra de distancia y ya te está haciendo soltar sonrisas.
Madre de tres, abuela de cuatro y pareja actual de su ex (con quien estuvo casada por 20 años, separada 15 y bueno...). “Qué puedo hacer, son las malas costumbres”, es lo que dice ella al respecto. Canta desde chiquita porque no hay otra cosa que hacer en su familia. A su madre, hoy de 104 años, le decían Libertad Lamarque, saque usted su cuenta. “He estado toda mi vida vinculada a la enseñanza del vóley, pero la música es mi pasión. En mi casa nunca ha faltado la jarana”, narra Rosa, criolla de la vieja guardia.
“El valor real de mi participación en el programa es el mensaje positivo que pienso estoy enviando a las personas de mi generación. El amigo de mi hija me llamó la otra vez a agradecerme porque su mamá, muy deprimida por la muerte de sus amigas, me vio en la TV y dijo: ‘Ah, no. Si Rosita va a ser artista, mañana mismo me matriculan en clases de manualidades [ríe]. De eso se trata todo. ¡Hay que vivir! Vivir con emoción hasta el último suspiro y ya está”. //
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