Lago Sandoval: cómo llegar a la maravilla amazónica y observar sus exóticas especies

Solo en la selva tropical ocurre la extraordinaria paradoja de estar rodeado de miles de especies vivas y laboriosas, y al mismo tiempo sentir un silencio y una soledad que sobrecogen. En Puerto Maldonado, capital de la biodiversidad del Perú, esa paradoja comienza apenas dejamos atrás el vehículo que nos trajo desde el aeropuerto de Tambopata hasta el puerto. De allí nos embarcamos hasta al kilómetro 15, sobre la margen izquierda del imponente río Madre de Dios.

En el grupo de turistas, todos con chaleco salvavidas, había ingleses, suizos, una pareja de estadounidenses que eligió este lugar para su luna de miel y dos observadores de aves provistos de espectaculares lentes fotográficos. Los siguientes tres o cuatro días viviríamos en cabañas construidas al estilo de la comunidad Ese’eja, dentro de una reserva ecológica privada de 17 mil hectáreas, al lado de la Reserva Nacional Tambopata.

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Se trata del Inkaterra Reserva Amazónica, un albergue de lujo en el que no se necesitan televisores ni pantallas, y tampoco luz todo el día. De hecho, bajo una estricta filosofía de conservación, el generador eléctrico funciona algunas horas al día, y no hay señal ni conexión a Internet. Sí, eso es posible y, además, despierta todos los sentidos al máximo.

La experiencia está marcada por excursiones, de día y de noche y con distintos niveles de dificultad. El paseo nocturno en bote permite observar búhos, capibaras y caimanes, en su oscurísima faena sobre las orillas. Por la tarde, a unos pocos kilómetros de camino, se puede disfrutar del kanopy walkway, una red de seis puentes colgantes, a 30 metros de altura, que conducen a plataformas donde se observa la inmensidad de la cuenca amazónica desde la copa de los árboles. Atento al espectáculo de las varias especies de monos en su hábitat natural.

Pero quizá la excursión más esperada es la que nos conduce al enigmático y silencioso Lago Sandoval. Luego de un viaje de 30 minutos en canoa a motor, ingresamos a la Reserva Nacional Tambopata, desde donde caminamos durante una hora a lo largo de tres kilómetros de sendero afirmado, hasta las barcas con las que nos adentramos al lago. Rodeados de un paisaje mágico y salvaje, guardamos silencio a la espera de la fauna del lugar: nutrias de río, monos aulladores, guacamayos viajando siempre de a dos y la aparatosa y prehistórica presencia de los ‘shanshos’, inmensas y olorosas aves carroñeras, con divertido penacho.

Al volver nos espera una cena caliente y el descanso bajo las estrellas. //