Se les llamaba “Bodeguita”, “la tienda de la esquina”, “El Chinito”. Y se les llamaba así, básicamente, porque definía las fronteras de nuestro territorio: todo quedaba a la vuelta, terminando un pasaje, cruzando la avenida. Todo se resumía a los barrios de Lima, de Jesús María a Comas, de Chorrillos a Surquillo, donde decenas de miles de bodegas abrían sus puertas para ofertas enseres, pan, abarrotes varios pero sobre todo, golosinas.
En los 80 no habían supermercados, ni cuarentena por coronavirus. Y los que habían -Monterrey, Todos, Tía-, eran un lujo. Visitarlos era ir de milagroso safari fuera de los barrios periféricos de la capital.
Tico ticos, Chocomiel, Chocolate Juguete de Motta, Pipos, Butterfield, Chizitos Chipy. Y muchos más: esas eran las golosinas favoritas de los niños en los 80 y los 90. Entonces no sabíamos que si le prendíamos fuego, se hacían fogata.
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Martha Hildebrant define con mayor propiedad lo que algunos llamaban, en los últimos 50 años, El Chino de la Esquina. Lo hace en El Habla Culta, uno de sus libros más visitados. "Esta frase de nuestra lengua familiar que designa una modesta pero surtida tienda de abastos está hoy en extinción. Ya parece no haber chinos instalados en bodegas y pulperías en las esquinas. Pero se documenta todavía en El héroe discreto de Vargas Llosa: “Pisaba la calle solo para correr donde el chino de la esquina a hacer las compras, a la lavandería y al banco” (Lima 2013, p. 220).
Todo lo desconocido estaba en esa bodeguita.
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De todas las golosinas que han desaparecido del stock de las bodeguitas, cuyos últimos vestigios se pueden encontrar en blogs nostálgicos o en alguna imagen de YouTube de Nubeluz, son estas 3 las que mayor placer despertaban en mi pre-adolescencia, sea porque eran muy caras, sea porque eran pura azúcar.
Chocomel
Diez céntimos. Eso era lo que costaba un Chocomel en los kioskos de los colegios (Empresas El Tigre), un sobrecito con apenas 7.5 gramos de contenido en polvo mezcla de cacao, preservantes y azúcar, entre los componente que ahora se recuerdan. El más ligero contacto con la boca de sus infantes comensales podría producir estas inofensivas consecuencias:
-Sed.
-Bigotes pelirrojos.
-Manchas en la camisa.
Hace más de 30 años dejé de comerlos, pero todavía conservo esa sensación única que explotaba cada vez que abría uno de sus sobres, como si fuera inofensivo alucinógeno.
Chocolate Juguete de MOTTA
Por su sabor o por su tentadora oferta -combo de chocolate más juguete-, el Chocolate Juguete de Motta era una sensación a finales de los 80. Tenía comercial de TV, tiene cuenta en FB y con esa magia, formaba parte de ese concepto que sonaba todas las mañanas: “Cómo se nota que son de Motta”. Tuvieron colección de monstruos del espacio, de cohetes intergalácticas, de naves Sankuokai, entre otras.
Era bien loco: cuando mi viejo me compraba uno -cada fin de mes- lo abría con la desesperación con que hoy miles de despreocupados niños abren una caja de Lego de 500 soles.
El comercial de TV de Chocolate Juguete:
Butterfield
Largo como un tren de vagones y cara mezcla de wafer y chocolate, el Butterfield era una de las golosinas estrella de la empresa Field -luego comprada por Nabisco y luego comprada por Kraft-. Su envoltura color Naranja mecánica se distinguía por precio y sabor, entre el chocolate Mostro, los Sublime con envoltura de papel manteca y los Piropos, una versión small de los Bon o Bon, cuya canción sigue siendo pegajosa hasta hoy:
“Un Piropo es algo que más que palabritas de amor. Un Piropo de D’onofrio, es crema de chocolate con confite alrededor...”
En 2013 quiso volver, tras una campaña de intriga en redes sociales, pero como las segundas veces, no fue lo mismo.
¿Recuerdas cuál la golosina de tu infancia? ¿Eres de esos nostálgicos que aún guardan las envolturas? Envíanos tu historia o la foto que conserves y la publicaremos aquí. Escribe a miguel.villegas@comercio.com.pe