La devoción del Señor de los Milagros tiene cuatro siglos de historia, a través de los cuales se ha convertido en uno elemento central ―para muchos parte indivisible― de la cultura peruana.
A lo largo de ese margen de tiempo, dicha devoción ha nutrido a otras manifestaciones que fueron apareciendo posteriormente, pero las circunstancias en las que apareció este culto popular dan cuenta del enorme impacto que tuvo la vida virreinal en la conformación de la identidad nacional.
Para Mauricio Novoa, decano de las facultades de Artes Contemporáneas, Educación y Ciencias Humanas de la UPC, un aspecto que frecuentemente se pierde de vista es que el Señor de los Milagros no es únicamente un aporte al acervo cultural y religioso del Perú.
“En el siglo XVIII, el Perú tiene un diálogo con el mundo de las ideas a nivel global”, indicó Novoa en diálogo con Somos. “Hoy se asume que el cristianismo es una de opción de vida, que puedes ser cristiano o no, pero en aquella época no lo era, sino que se trataba de una forma internacional, mundial de ver la vida”, explicó el catedrático.
En efecto, el cristianismo no solo era la religión oficial de los territorios españoles, sino que para el rey y el Estado era la única fe verdadera, por lo que debía ser defendida y otros sistemas de creencias eran perseguidos. Tan importante era la religión católica en la vida del Perú de aquellos años, que se estimaba que durante el siglo XVII cerca de la décima parte de la población limeña se dedicaba a la vida religiosa.
“No solo fue que fuimos evangelizados y nos quedamos ahí. Santa Rosa y el Señor de los Milagros son aportes a esta cultura cristiana universal. Esto pasa también por los teólogos de la (Universidad de) San Marcos. Fuimos parte de la construcción universal de la cristiandad”, sostuvo Mauricio Novoa.
El contexto en el que apareció el Señor de los Milagros tuvo una influencia determinante de la contrarreforma, la respuesta de la Iglesia Católica a las ideas de Martín Lutero. En aquel periodo, la Iglesia no solo buscó promover un retorno a la vida religiosa piadosa, sino que también dio gran apoyo a las devociones populares. El Cristo Moreno es indudablemente una de ellas.
La huella de dicho periodo fue honda y definió gran parte del carácter religioso de Latinoamérica, pero también tuvo influencia incluso en las manifestaciones artísticas. A lo largo del virreinato, el Barroco, considerado el arte de la contrarreforma, fue un elemento de enorme presencia. Desde las iglesias que datan de ese periodo hasta la artesanía que sobrevive en el presente, pasando por el mismo Señor de los Milagros, el sello de aquellos tiempos sigue visible en nuestros días.
“En el siglo XVIII en el Perú todavía teníamos Barroco, hay un largo siglo XVI en el Perú. Es el carácter que nosotros hemos heredado de nuestro cristianismo”, apuntó Mauricio Novoa. “En Latinoamérica es diferente de cómo se vive en Alemania, por ejemplo. Estas procesiones y cultos que existen en la región están muy influidas por la contrarreforma”, agregó el especialista.
Identidad nacional
Para Novoa, el Señor de los Milagros es un elemento de interés por la forma en que genera espacios de convivencia y por la poderosa carga emocional que supone, que va más allá de la fe y la espiritualidad.
“Así como decían que si hay tres ingleses fuera de Inglaterra, hay un club, si hay tres peruanos en el extranjero hay una hermandad del Señor del Señor de los Milagros en ciernes”, contó en tono distendido el catedrático de la UPC. “Es muy interesante que una de las formas más visibles de asociatividad peruana sean estas cofradías del Señor de los Milagros”, acota.
Novoa va más allá y afirma que “Lima no sería la que es hoy sin el Señor de los Milagros” y que la manifestación sigue dejando en evidencia la riqueza de la sociedad virreinal. Manifestaciones como la camiseta morada de Alianza Lima o el turrón de doña Pepa, son muestras del impacto de la imagen en otros ámbitos de la actividad humana.
“En gran medida la identidad de Lima está definida por la devoción del Señor de los Milagros. La procesión no sólo reúne a todos los estratos sociales de la ciudad, sino concita un reconocimiento transversal que pasa por distintos órdenes de gobierno, instituciones y asociaciones”, recalcó Novoa.
“En un país donde el encono no es infrecuente, la imagen del Cristo morado continúa siendo, tal como lo proclama su himno, un bastión de unidad nacional”, sentenció.
El hábito morado
Pese a que se trata de un fenómeno religioso y social ampliamente estudiado, el Señor de los Milagros todavía genera interrogantes entre el público general y una de ellas es el origen del hábito. A pedido de Somos, Mauricio Novoa dio respuesta a una de las preguntas más frecuentes: el origen del hábito morado.
“El morado es un color asociado con la penitencia. En este caso proviene del hábito del Instituto de Nazarenas, (una casa de vida espiritual, recogimiento y refugio de voluntaria clausura para mujeres) fundado a fines del siglo XVII alrededor de la devoción de Jesús Nazareno, es decir del Cristo doliente. En 1702, las beatas Nazarenas pasaron a ocupar las casas al lado de la Capilla del Santo Cristo o Señor de los Milagros (lugar de la actual iglesia), cuidando su culto. En 1727, obtuvieron autorización real para transformarse en un monasterio de clausura, agregado a la Orden de las Carmelitas Descalzas, pero manteniendo el hábito morado de su fundación inicial y no el marrón de las carmelitas”.