El hombre que bautizó a Lolo Fernández con ese alias universal era, claramente, un Lolista.
En los años 30, 40, 50 estaban en todos lados: eran los tiempos del amateurismo en el Perú, que no es otra cosa que aquella época en que los peruanos se enamoraron del fútbol. La selección fue a su primer mundial (1930), ganó su primera Copa América (1939) y fue cuna de sus primeros cracks (Lolo, Manguera, Valeriano). No se distinguían camisetas y menos, se discutía el honor en un tuit: podía ser un Lolista —es decir, un admirador de Lolo Fernández— el periodista Alfonso Grados Bertorini, Toribio Gol, y también Alejandro Villanueva, en esencia, el guardián de la genética aliancista, amigo de la familia. O un hincha del Sporting Tabaco, para contextualizar la última rivalidad. O un seguidor de los Leones del Atlético Chalaco. Era la posibilidad de ese tiempo, sin violencia ni barras bravas que ya no van a los estadios con banderas o confeti, sino con gasolina y martillos de construcción.
¿Quién era Lolo Fernández hasta 1953, el año de su retiro y los tres goles a Alianza? ¿Qué representaba en el país, y donde radicaba su cariño unánime, irrepetible hasta hoy? Desde que pisó la Residencia de Estudiantes en abril de 1929, Lolo encontró en Lima, y más precisamente en la Federación Universitaria de Fútbol, un espacio para crecer, estudiar y entender que el deporte es más que un juego; es disciplina y sacrificio. Ese año fue clave en el descubrimiento del joven Teodoro, no solo de una capital que despertaba a los cambios del nuevo siglo heredados por el Once de Augusto B. Leguía, también porque ese 1929, Lolo vería por primera vez en un estadio a un equipo campeón, la 'U'.
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En el libro Balón y Poder (Editorial COLEGIO TRENER, 2019), la obra póstuma del periodista e historiador Efraín Trelles, de imprescindible lectura para entender lo que pasaba en el Perú en esos años, se lee: “Uno más en esas graderías de madera, Lolo aplaudía en la tribuna. Uno más gritando su emoción. Uno más y seguramente sin siquiera sospechar que él vestiría pronto esa seda crema y la llevaría muy alto. La Universidad se llevaba el título de 1929 al finalizar el campeonato con siete victorias, tres empates y una derrota...”
Al año siguiente, 1930, Arturo Fernández pasaría de Ciclista Lima a la ‘U’, convencido por uno de los patriarcas de la Federación Universitaria, Eduardo Astengo, y ese vínculo de los Fernández con la camiseta crema no se separaría más. En el caso de Lolo, por 23 años, 156 goles e 180 partidos y 6 campeonatos celebrados con orgullo.
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¿Quién le puso Cañonero? Fue Óscar Paz, jefe de Deportes de La Crónica, quien llamó por primera vez “Cañonero” a Lolo allá por el año 1929. Hacía referencia a la potencia de su disparo —Lolo fue, en sus primeros años, una suerte de extremo por derecha, lo que se llamaba wing, luego pasaría a ser centroforward— El Comercio lo presentó simplemente como “T. Fernández” -el 29 de noviembre de 1931- pero en La Crónica tenían debilidad por el delantero crema, después de revisar los archivos de la época. Porque aunque fue El Comercio quién organizó una colecta nacional para homenajear al ídolo estudiantil, era La Crónica el diario que seguía su vida a diario, como décadas después los paparazzis seguirían a una estrella de rock.
Teodoro Salazar, uno de los biógrafos y amigos cercanos del ídolo de Universitario, autor del libro Lolo, ídolo eterno también lo cuenta así. Fue Óscar Paz, por ejemplo, el que escribió la más emocionante crónica del adiós de Lolo en el clásico contra Alianza del 30 de agosto de 1953, un día como hoy hace 68 años. “Ayer —termina la crónica publicada en La Crónica al día siguiente—, Lolo hizo tres goles. Llevé la estadística de los tiros al arco. Él hizo cinco solamente. De ellos, un tiro libre, otro largo y violento que pasó besando un poste del arco. Y tres que se convirtieron en goles, que valiera la pena haberlos tomado cinematográficamente a nuestros delanteros. Y mil gracias Lolo, en nombre de la multitud que vio tu última tarde de fútbol”.
Óscar Paz, jefe de deportes de La Crónica en 1929, no sabía que de sus crónicas se hablarían hasta nuestros tiempos. Las fotos de aquella época —algunas rescatadas de los archivos para esta nota— son una prueba de esa fe en el Cañonero de la ‘U’ y del fútbol peruano. El hombre que bautizó a Lolo Fernández de esa forma era, claramente, un Lolista. Como los miles de peruanos que, convocados por el diario La Crónica, se sumaron a la rifa nacional por los chimpunes del último clásico con Alianza, en 1953. O los otros miles que participaron de una colecta nacional del diario El Comercio, como ofrenda por una carrera intachable.
Lolistas. Todos Lolistas en el país que se odia. Y no era el único de entonces. Sí, uno de los últimos.
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