Mima Kirigoe canta en una banda femenina de pop. Una noche, la joven anuncia que dejará el grupo para dedicarse a la actuación. Muchos muestran su descontento. Con el paso de los días, Mima empieza a recibir cartas escalofriantes. Es acosada por Internet. La opresión de la fama alimenta una atmósfera tensa que la acerca a un destino fatal. Contada así, esta podría ser la historia de cualquier cantante de k-pop hoy, pero es la trama de Perfect Blue, un clásico del anime japonés de 1998 que, ante el aciago escenario de los últimos tiempos, cobra una estremecedora vigencia.
Dos de las estrellas más rutilantes del pop coreano, Goo-Hara (29) y Cha In-Ha (27) fueron encontrados recientemente sin vida con nueve días de diferencia. La primera ya había intentado suicidarse en mayo pasado. Vivía en estrés pues había demandado a un ex novio por querer publicar material íntimo. El segundo vivía el mejor momento de su carrera, tras abandonar la banda Surprise U para dedicarse a actuar. Para una industria que define estrictamente sus roles, esto era rebeldía: muchos sueñan con integrar una boy band y Ha lo rechazaba. La causa de la muerte no fue aclarada. Incluso, su familia pidió que no le realizaran autopsia.
Poco antes, el 14 de octubre, se halló muerta a la cantante Sulli (ex integrante de F(x)), que, como la protagonista de Perfect Blue, dejó la música por la actuación. Como ella, también fue acosada por una multitud de haters que dedican sus horas a atacar a los idols, que es como se les llama a las estrellas del k-pop.
“El ambiente en Corea es muy agresivo con los idols. El mercado les exige acercarse a sus fans y exponer sus vidas, lo que es aprovechado por los haters para criticar sin medida. También hay mucho machismo”, dice Anthony Vílchez, del grupo K Pop Perú, que agrupa a casi 50 mil seguidores de este género.
Tras la muerte de Sulli, se habló de un posible suicidio, aunque una amiga suya sembró la duda de un posible homicidio al hablar de un asesino. ¿Es este ‘asesino’ una metáfora para referirse al cyberbullying? ¿Hay alguien detrás de estas muertes tan trágicas como lamentables? ¿O es solo la consecuencia natural de un país con una de las tasas más altas de suicidio en el mundo?
“VIVE RÁPIDO, MUERE JOVEN…
…Y deja un bonito cadáver” es una frase atribuida por error a James Dean. Quien la dijo fue John Derek, en Knock On Any Door, una película de 1949, cuando las Coreas tenían poco tiempo de separadas. Setenta años después, a miles de kilómetros de donde triunfan los grandes nombres del pop en las marquesinas norteamericanas, jóvenes estrellas asiáticas que parecen tenerlo todo, sucumben ante ese mantra. Vivir rápido. Morir joven. Sus nombres pueden parecer impronunciables, pero a los fans no les importa. Ellos saben diferenciarlos aunque hayan sido diseñados en una fábrica.
Para Jéssica Cuadros Márquez, fan de la exitosa banda BTS, “las razones por las que muchos artistas se han suicidado son variadas, pero podría decir que el trasfondo es la falta de empatía de la sociedad ante los idols por verlos como algo, un objeto de entretenimiento, y no como alguien”. Según ella, Corea es un país conservador y los adultos y el sistema educativo generan presión sobre los jóvenes desde temprana edad, tanto en el ámbito profesional como en el familiar.
“El k-pop influye culturalmente en un sector de jóvenes limeños. Llegó hace diez años a Perú y es parte de la denominada ‘ola coreana’ o hallyu, movimiento cultural que surgió a finales del siglo XX y que se expande por todo el mundo”, anota el antropólogo Moisés García Jiménez. Estos fans son llamados k-poppers y toman a sus idols como modelos, pues sus canciones tienen letras, ironías del destino, muy optimistas y constructivas.
Es evidente que esto lo tienen calculado las grandes discográficas encargadas de representar a estos grupos, cuya concepción es vigilada según parámetros de marketing con una llamada ‘dictadura de la imagen’ –que incluye adelgazamientos forzados, teñido de cabello e ilimitadas cirugías plásticas– y puede incluir varios años de preparación en canto, baile o actuación en escuelas de talentos, antes de llegar a la fama.
ALCANZAR UNA ESTRELLA
Poco es lo que hacen las grandes compañías detrás de estos grupos para evitar que sus estrellas sean víctimas de depresión u otros desórdenes emocionales o psicológicos. En Corea, la cultura del suicidio es a veces la del honor, sí, pero también la del escape: según la OMS, cerca de 15 mil personas se suicidan cada año en ese país, que está entre los 10 primeros del mundo en esa triste estadística, que ha tocado a distintas personalidades de su sociedad.
Una de las muertes que más marcó a los k-poppers fue la de Jonghyun, ex integrante de la banda SHINee –una de las más populares del género–, en diciembre del 2017. “Estoy roto por dentro. La depresión, que lentamente me ha ido carcomiendo, ya me ha devorado y no he podido superarla”, decía su nota de suicidio. En marzo del 2018, el cantante y actor Min-Woo, del grupo 100%, murió de un ataque cardiaco, a los 33 años, producto del excesivo estrés. Poco después, en abril, el cantante Tamy fallecía a los 22 años en otro accidente de tránsito, poco después de anunciar que sufría de depresión. Ejemplos como estos abundan.
Según la OMS, cerca de 15 mil personas se suicidan en Corea al año, una de las tasas más altas del Mundo.
En nuestro país, una joven fan de BTS, la banda más popular de k-pop de la actualidad, fue contactada hace pocos días por una falsa seguidora y sufrió una experiencia violenta y terrible, siniestro aviso para otros jóvenes seguidores de estos u otros grupos: no hay que dejarse engañar por lo que se ve en redes sociales. Al igual que con los artistas, nadie sabe qué hay detrás de una imagen aparentemente feliz. //