En la Casa Museo del Terror, la colección más grande de objetos de miedo, cosas raras están sucediendo, según Emilio Obregón (46), economista de profesión. Apilada en seis cuartos de una vivienda ubicada en San Miguel se hallaba una vasta colección de objetos tenebrosos que desafiaban la clasificación y que eran un reto al estómago: había muñecos de películas de terror, máscaras deformes, pinturas enfermizas, antigüedades espeluznantes, chichobellos quemados, payasos diabólicos, tablas de ouija y demás cosas que harían salir huyendo a un exorcista.
Pese a todo esto, Emilio era un tipo tranquilo y amigable, un típico hombre de familia, con hijos, esposa y un pasatiempo. Su apariencia ‘normal’ desafiaba los prejuicios que un dueño de material así podría despertar. No le gusta el ocultismo. No cree en videntes o médiums. Ni heavy metal satánico escuchaba, sino salsa. La casa –en la que no vive, dicho sea de paso– era su refugio de entresemana contra la modorra burocrática y el aburrimiento de Lima.