No soy una santa. Me encanta ponerme pijama, envolverme en una manta, comer canchita y ver una serie hasta tarde. Pero también disfruto de varias chelitas o un vinito…o los dos. Soy mamá, sí, pero no abstemia (un saludo a las que sí).
Confieso que elijo mis batallas. Solo compro una botella de vino porque si se abre una segunda y estoy con mi mejor amiga nos pedimos la tercera. Pero en mi poco tiempo como madre he sido derrotada por la tentación de sentirme chibola de nuevo: de conversar como si el mundo se fuese a acabar, de tomar una lata de cerveza tras otra como si a la mañana siguiente no tuviese que hacer algo importante como criar un ser humano.
¡Y qué derrota! Una de mis mejores amigas partía a Suiza y decidimos juntarnos cuatro de nosotras para despedirla. Empezamos en la Plazita de Miraflores pidiendo tragos que normalmente no pides: whiskey, moscow mule, todo ese tipo de mejunjes que te sirven con una rodajita de limón. Y terminamos llamando a Baco por Barranco pidiendo 12 cervezas más.
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Llegué a mi casa 4:30 am. A las 7:00 am sentí las manitos más bonitas del mundo tocándome la cara y escuché esa voz que te dice que estás jodida: “Vamos a jugar, mamá”. Pestañeo fuerte. Abro y cierro los ojos a ver si con eso ella me imita y se echa a dormir de vuelta. Pero no. Entre ella y yo no solo nos separa la edad, sino la limpieza de nuestra sangre: la de ella es pura, la mía es un desastre.
Me paro, me tiro agua a la cara y estoy lista para arrancar el día. Soy una adulta que actuó como una adolescente que le toca jugar como niña. Hay que asumir no más. Es lo que toca y no tengo plata para contratar nana los sábados.
Y ese dicho que dice que uno hace de todo por sus hijos cobra un nuevo sentido. Con resaca puedes. No deberías, pero puedes. Y voy tomando agua, pidiendo comida por delivery, tirándome en el piso de la sala convenciéndola que busque estrellas fugaces en el techo, mientras que yo cierro los ojos. Y nos vamos al parque y todo suena muy fuerte. Pero corremos, bailamos, jugamos escondidas, conversamos, comemos un heladito para sentirnos mucho mejor.
La única amiga que me responde el WhatsApp es la que también es mamá; las otras recién lo hacen como a las 2 de la tarde escribiendo que no pueden pararse de la cama. Me río de mi miseria elegida y me sorprendo de mi capacidad para jugar, de la energía que saco de un bolsillo que no sabía que existía.
La paso increíble con mi hija y pienso en un mal chiste: así como hay borrachos que dicen que manejan mejor, quizás yo resaqueada materno mejor (dije que era malo). Jugamos más, leemos y así el día se pasa. Sin darme cuenta estoy acostando a mi niña y cuando abro los ojos han pasado 5 horas desde que lo hice. Le doy un beso, la paso a su cama y tomo mucha agua. Me acuesto de vuelta y pienso en Ale, mi amiga que se muda a Suiza y me da ganas de escribirle que solo porque la quiero me metí tremendo juergón. Pero no sé dónde está mi celular y lo tomo como una señal. Hay que dormir porque mañana, de vuelta, hay que jugar.
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*Mamá (im)perfecta es el nuevo espacio de El Comercio donde Adriana Garavito, mamá de Victoria, profesora de yoga y periodista, trata de resumir, explicar y defender el rol de una madre joven en el Perú del 2021.
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