¿Hay algo peor que ser olvidado? Quizá convertirse en un mal recuerdo.
Manuel Uribe (71) ha sabido cargar su cruz en silencio y con dignidad. No se queja del destino que le ha tocado. Eso sí, se defiende resueltamente de su leyenda. Cuando transitábamos esas duras décadas sin asistir a los Mundiales, nuestro consuelo era evocar a los héroes de la generación dorada de los años 60 y 80: Cubillas, Barbadillo, Quiroga, Navarro y un par de decenas más. Pero nunca a Manuel Uribe. En la memoria de los viejos hinchas es el culpable directo –y, para algunos, el único responsable– de haber quedado fuera de la Copa del Mundo de Alemania 74, en manos de Chile. No era un arquero, sino un error: para el imaginario popular, fue la decisión equivocada cuando el chovinista gobierno militar de Velasco se negó a nacionalizar al argentino Humberto Horacio Ballesteros, quien por entonces brillaba en el campeonato nacional con la insignia de Universitario de Deportes.
¿Qué tan cierto era lo que nos contaban nuestros tíos y abuelos? ¿Realmente fue tan grave su responsabilidad histórica?
Lo busqué, lo contacté y le pedí una entrevista para averiguarlo. Se demoró un par de meses para hallar mi mensaje en su bandeja de filtrados de Facebook. Cuando lo encontró, no tuvo inconveniente de hablar conmigo. Uribe vive en San Juan de Miraflores. Habita una pequeña casa de la urbanización República Federal Alemana. Es imposible pasar por alto la ironía, pero evito mencionarla cuando nos saludamos. Su físico no es tan imponente como me lo imaginaba, aunque mantiene el sobrepeso que ya exhibía en su época profesional. Lo primero que hace al encenderse la grabadora digital es rememorar sus inicios. Me cuenta que vivía en Breña y trabajaba como obrero metalúrgico elaborando ollas en la fábrica Record, fundada por inmigrantes teutones. Tapaba en un gran portón al que transformaban en arco dibujándolo con una tiza. Fue ascendiendo, poco a poco, del fútbol amateur a la primera división: Defensor Arica, Mariscal Sucre, ADO del Callao, hasta que lo llamaron al Defensor Lima en su versión gloriosa de principios de los 70. Su oportunidad surgió en 1972, cuando junto a Oblitas, Velásquez y el ‘Panadero’ Díaz hicieron un buen papel en el preolímpico de Colombia. Fue entonces que Baroti lo convocó para jugar por la selección mayor. Tenía 23 años.
—Lajos [se pronuncia ‘Layos’] Baroti era un excelente técnico. En Hungría, su país, ganó todo. Decían que ignoraba el medio local, que le costaba mantener una buena comunicación con nosotros porque desconocía el castellano, pero era mentira. Tenía un intérprete permanente a su lado, el señor Hoyos. Y era muy cercano, además. Cuando notaba que un jugador estaba preocupado, que no se concentraba, el gringo pedía que lo llamaran y le preguntaba si tenía algún problema, si todo iba bien por casa. Me convocó a la gira de los tres continentes que hicimos en el 72. Él les advirtió a los dirigentes antes de viajar que esa gira no podía valorarse por sus resultados. Su objetivo principal era que los más jóvenes adquieran roce internacional. Lo echaron de todos modos. No ganamos un solo partido en Europa, pero tuve actuaciones importantes. Por eso el siguiente entrenador, Roberto Scarone, quien acababa de ser subcampeón de la Libertadores con la U, me siguió contando, con algunas intermitencias, entre los seleccionados.
—Antes de entrar al tema de las eliminatorias, me gustaría preguntarle por qué cree usted que no fuimos al Mundial de Alemania.
—No quiero hablar de quien ya no está con nosotros. Pero la mayor culpa de la eliminación fue de Scarone. Era un hombre demasiado inseguro. En las charlas técnicas, lo único que hacía era preguntarnos qué opinábamos nosotros. “Pero, profesor, ese es su trabajo, usted es el que sabe”, le respondía Chale. Y el entrenador insistía: “Tocayo, eso ya lo sé, pero usted conoce mucho de fútbol también”. Todo se reducía a eso: “¿Ustedes qué harían?”, “¿oye, y qué piensas tú?”. Scarone llegó a decir que Cubillas y Sotil no podían jugar juntos. Imagínate. ¿No recuerdas ese partido donde el combinado Alianza-Municipal hizo lo que le dio la gana con el Bayern Múnich? Ahí está la respuesta. Scarone era un hombre difícil, temperamental, que perdía los papeles muy fácilmente. Mintió al anunciar que Cubillas estaba lesionado antes del partido definitorio. Eso fue una tremenda farsa.
Me fijo en las fotos enmarcadas de la pared que tengo a mi lado: ahí están las imágenes de Uribe en su época como arquero de Perú. Posando en el aeropuerto junto a Cubillas y Oblitas; con la multicolor mole del Kremlin detrás, durante la gira europea; la mano al pecho y cantando el himno en el Estadio Nacional abarrotado, luciendo la camiseta amarilla que lo caracterizaba.
—El primer partido, en Lima, fue un baile. Los chilenos nunca la vieron. Ganamos dos a cero. No me exigieron mucho, pero tuve una gran salida del área para rechazar una entrada de Ahumada. Esa era una de mis virtudes: la salida. La otra eran los saques. Esa vez Scarone se equivocó. En ese momento, cuando Perú estaba encima, sacó a Cubillas, el mejor de la cancha, para que entrara José Fernández. Fue tal nuestro dominio que regresamos desconcertados y molestos a los vestuarios porque debimos aplastarlos por cinco goles al menos.
—Usted llegaba a ese partido en Santiago con la valla invicta durante 630 minutos.
—Así es. Fue un 2-0 para los chilenos. Scarone comete el mismo error que en Lima. Vuelve a sacar a Cubillas sin ninguna explicación y lo pone a Juan José Muñante. Tres minutos después de eso, nos hacían los dos goles. Hasta ese momento controlábamos el partido. Yo estuve bien.
Es cierto lo que el ex arquero afirma. El Comercio evaluó así su actuación: “Nada tuvo que hacer en los dos goles, aunque el primero estuvo a punto de evitarlo. Valiente y arrojado. Sus primeras actuaciones dieron confianza”.
Uribe se pone serio. Sabe lo que continúa: el partido de Montevideo. Se anticipa con este dato: “Cuando fuimos al estadio un día antes, me di cuenta de que el balón que usaríamos no era el pesado de cuero que usábamos acá. Era sintético, lo hacías botar y se elevaba hasta el cielo. No hubo tiempo para adaptarse a él”.
Ese partido no pudo verse en Lima. La señal del satélite estaba alquilada por un programa español. Uribe asegura que antes de jugar sucedieron cosas raras.
—Scarone no permitió que Claudio Coutinho, el supervisor de la selección, entrara a escuchar la charla técnica. Y lo único que hizo fue lo de siempre: pedirnos consejos y opiniones. En ese partido saca a Sotil para hacer debutar a Oblitas, en esas circunstancias tan apremiantes. Don Roberto o no hacía las cosas o no las hacía bien.
Le pregunto por los goles. Él tiene aprendidos sus argumentos. Me imagino las miles de veces que, durante casi medio siglo, ha recordado, pensado e interpretado esos dos instantes que definieron su futuro y su vida.
—El primer gol fue de tiro libre. Dispuse la barrera como se debe. Cuando vi que se metía, intenté sacarla, quise ganarle al bote, tipo Gordon Banks. Pero antes había fallado Muñante, que se mueve y la deja pasar al lado de su cabeza.
—Pero en el segundo gol, según los periodistas de la época, sí tiene responsabilidad: se queda en la línea, ante un centro de Farías, y usted no sale a atraparlo.
—No es que no salga. La Torre debía elevarse y ganar la pelota, pero ‘Chito’ encoge la cabeza al saltar, la pelota lo sobrepasa, yo me confío y, cuando me doy cuenta, ya era demasiado tarde. La otra vez escuché a ‘Chito’ en la radio decir cosas al respecto que… La verdad es que él no salta, el balón le sobró y me sorprendió. Admito que fue un exceso de confianza de mi parte. Acepto mi responsabilidad. Y tranquilo.
—Dicen los testigos que usted tuvo una crisis de nervios en el camarín.
—Era lógico. Lloré mucho. Sabía, además, lo que me esperaba en Lima. Que la prensa me echaría la culpa de todo. Así sucedió. Nunca más me convocaron a la selección. Una injusticia [por primera vez su rostro se contrae por la molestia]. Un día me encontré con Emilio Laferranderie, ‘El Veco’. Me dijo que la eliminación peruana no fue mi culpa. Que fui el chivo expiatorio para tapar los desaciertos del técnico y de los dirigentes. Tenía razón.
Me contará que el resto de su carrera la hizo en Ecuador, antes de ganar el campeonato nacional de 1973 con Defensor Lima. Pasó por clubes como el Everest de Guayaquil y el Manta. Hasta que en 1979 regresó al Perú y le ofrecieron probarse en el Alcides Vigo, el equipo de la Policía. No le fue mal, a tal punto que lo invitaron a formar parte de la Policía de Investigaciones. Aceptó sin pensarlo mucho. Hizo una larga carrera ahí. Veintiocho años y un mes. No me resisto a hacerle una pregunta difícil, pero a esas alturas ineludible: cómo cree que será recordado su papel en la historia de la selección peruana.
Mi interlocutor calla unos segundos. Suspira y se anima a responder.
—Si yo me hago un autoanálisis, creo que fue bueno… quizá, por una parte, como dije, hubo un exceso de confianza. Pero estoy contento con lo que hice por la blanquirroja.
La entrevista ha terminado. Me habla bien de Gallese, Carvallo y de Leao Butrón, los porteros en activo que más admira. Menciona que, a diferencia de otros partidos de aquella época, nunca ha podido encontrar videos de los encuentros eliminatorios que protagonizó. “He preguntado a periodistas, pero me han dicho que no queda nada”. De pronto, recuerdo que hace un par de años alguien subió en YouTube algunos fragmentos a color de la tragedia de Montevideo. Se los muestro en mi teléfono. No me dice nada, pero su rostro se conmueve. Me doy cuenta de que es la primera vez en 45 años que contempla los goles que le marcaron aquella tarde funesta. Antes de despedirnos, me cuenta que ahora trabaja como preparador de arqueros: una manera legítima de redimir el pasado forjando el porvenir. //