Martín Caparrós abre una de las ventanas en su departamento de Madrid y, pese a la distancia, se lo ve en Lima. Es misterio, es lujo, pero también es hoy: Internet permite que la conexión entre continentes que en otros tiempos eran hazañas, esté a solo un botón. La ventana de zoom que ha abierto en su computadora personal, donde terminó de editar Ñamérica (Penguin, 2021), su último libro-mapa-mundi-enciclopedia sobre Latinoamérica, lo enseña en la comodidad de las horas post Hay Festival de Arequipa, donde también habló del Perú y de lo que creemos que es el Perú. El sol que se filtra le dibuja alas a los lados para su camisa negra. A ratos toma algo: paciencia.
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Es una entrevista de 20 minutos que, gracias al zoom, se pasó hasta 40.
Una entrevista con Martín Caparrós, periodista, escritor, actor, Premio de Periodismo Rey de España, Beca Guggenheim, Premio Herralde, donde él no solo responde, también se edita. Es fantástica la capacidad para que cada respuesta sea un párrafo de libro. Un don.
—Usted escribió una crónica sobre Lima que se titulaba: “El perfume del final”. 1991. Eran años violentos por la guerra contra Sendero Luminoso. Incluso, no estoy seguro si es literal, hacía referencia a esa canción de moda: “Un terrorista, dos terroristas...”.
—Un guerrillero emerretista... (risas)
—Estábamos acostumbrados a eso, al punto que fue un hit. ¿Es el primer recuerdo que tiene de Perú?
—Esa fue la primera vez que fui al Perú, hace 30 años. Me impresionaron varias cosas: esta sensación que había en Lima de que era una ciudad rodeada. Me decían en la calle, incluso, convencidos: “Están en los cerros; en cualquier momento empiezan a bajar”. Era rara esa situación. Fui a dar una vuelta por allí y de casualidad llegué a Villa El Salvador, justo cuando enterraban a María Elena Moyano. Me impresionó tanto la historia que la ultima vez que fui, hace un par de años, volví a Villa a ver qué había sido de ese lugar. Nunca había regresado. Lo cuento en Ñamérica (Penguin, 2021). En el 91 era una especie de páramo, y entonces vi que hoy es uno de esos suburbios en las grandes ciudades, con ladrillo sin revoque y mucho cable colgando por el aire.
—¿Una ciudad literaria?
—Digamos... según el tipo de literatura que te guste.
—¿Qué ciudad encontró?
—Empecé a caminar por el barrio, a ver si podía encontrar el lugar donde estuve 30 años antes. Me pareció imposible, por supuesto. Estaba todo cambiado. Pregunté si había algo que recordara a María Elena. Me dijeron que sí, un monumento. Caminé por una especie de avenida ancha bastante polvorienta. Ahí estaba. Una figura de bronce muy realista, de una mujer bastante normal, con su morral y su ropa descuidada, hecha monumento. Le pregunté a un chiquito que jugaba por ahí si sabía quién era y me dijo que no. Luego le pregunté si sabía qué había hecho: “Morirse”.
—Su trabajo como reportero lo obliga casi a tomar muchas fotos. ¿Tiene alguna de esa época?
—No. La verdad que no. No recuerdo que las haya hecho. No era tan sencillo como lo digital hoy.
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Caparrós habla con Somos sobre su recuerdo del Perú, María Elena Moyano y Sendero Luminoso. ESCUCHA AQUÍ:
FÚTBOL. AYER Y HOY
—¿Ve más o menos futbol que antes?
—Menos.
—¿Por alguna razón?
—Varias, me parece. La más banal es porque vivo en España y desde aquí, para ver los partidos latinoamericanos, tendría que pasarme las noches en vela y no me da tantas ganas. El futbol de nuestros países está mucho peor que hace 30 años. Y no es por casualidad ni porque sea la mirada nostálgica de un señor mayor: está clarísimo que en América solo juegan los mediocres. Los buenos están esperando que los compren. La gente que más admiramos quiere que la vendan; una cosa rara como idea, ¿no? En nuestro fútbol están los jóvenes que nadie compró, los viejos que están de vuelta y quieren estirar la carrera dos años más y los mediocres. Eso se ve en la cancha.
—¿Le pasa lo mismo con el fútbol español?
—En España estamos con la resaca de una era irrepetible: Cristiano por un lado y Messi por el otro. Lo veíamos como una cosa normal, y era absolutamente extraordinario que compitan juntos en una Liga. Ahora mismo está jugando el Barcelona: yo no te habría dicho para hacer la entrevista si fuera hace 5 años atrás.
—Eso que los brasileños llaman saudade.
—Sí. Totalmente. Tristeza. Se habían creído además que aquí se jugaba el mejor fútbol del mundo. Y no era porque lo hacían, sino porque lo compraron. A los mejores.
—Vargas Llosa escribió una columna en el Mundial 1982: “Sin temor a exagerar, se puede decir que es regla casi general que las páginas deportivas sean las más vitales e imaginativas de diarios y revistas...”. ¿Coincide?
—Sí, coincido. Digamos que sí. Tengo mucho respeto por el trabajo de los periodistas deportivos... cuando son buenos. Ese ejercicio de contar tres veces por semana lo mismo... Y además, sabiendo que todos los lectores ya vieron el partido... En general, cuando alguien lee una crónica de fútbol es porque le interesa y si le interesa es porque ya lo vio. Darle un sesgo nuevo al partido y encontrar alguna manera que sea interesante, tiene mucho mérito. Yo lo hice, lo hago alguna vez, y me da mucha adrenalina. Tengo 90 minutos para encontrar ese eje que luego permita desarrollar algo más. Y a veces no aparece. Encima sabes que lo tienes que entregar a la media hora. Tiene mucho atractivo.
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MARADONA VS. MESSI
—Usted ha sido muy crítico sobre la valoración del futbolista-héroe. ¿Lo sigue siendo? ¿Vuelve siempre a ella?
—Sí. Ahora decretaron, por ejemplo, que la casa natal de Maradona era un “Lugar Histórico Nacional” y yo puse un tuit preguntando si no era un poco ridículo. Quizá la palabra sobraba, no sé. Me insultaron... no sabes, de todas las maneras posibles y con esa imaginación para el insulto que los argentinos tenemos tan perfectamente desarrollada. Pero más allá de la anécdota, me impresionó la convicción de esos tuits, donde decían que Maradona era el personaje más importante del siglo XX. Yo digo: es triste una sociedad que cree eso por lo que hizo, que no fue más que entretenerla o emocionarla en algunos momentos pero que por supuesto no cambió nada en la vida de nadie. Ni en cómo vivimos o cómo somos. Yo diría que los personajes que realmente influyen son los que hacen cambiar tu vida. Eso me hace pensar: qué pobre país.
—El año pasado, días después de la muerte de Maradona, usted escribió en El País: “Jugaba como nadie, y era la Argentina. No es fácil ser un país...”. ¿Qué es Maradona hoy?
—Cuando yo dije eso me referí a que uno va a cualquier lugar del mundo, dice que es argentino y le responden: ¡Maradona! Me pasó en todos lados. Me entristece pensar que era la Argentina en más sentidos que ese. Te cuento: hace poquito me pidieron un articulo sobre él y la política. Entonces me puse a revisar sus relaciones con el poder. Su constante es que siempre estuvo cerca. Y mira que es alguien que consiguió cierta fama de rebelde y contestatario, pero siempre estuvo al lado. De presidentes totalmente distintos, hablaba bien de ellos, y sonreía y se tomaba fotos. Se está inventando ahora que fue el defensor de los pobres. Basta con ver la realidad.
—¿Su leyenda va a crecer o cabe la posibilidad de que lo vayamos a olvidar?
—No. Lo más probable es que siga creciendo. Como leyenda tiene todas las fichas: esa especie de habilidad para actuar en el momento preciso, decir las cosas que mejor caen. Era un tipo muy inteligente, aunque no para vivir su vida que la reventó. Es un tontería pero la frase “La mano de Dios” es absolutamente brillante. Por un lado dice que fue el Señor o un Señor, y por el otro te dice que él es Dios.
—Como haciendo involuntaria literatura oral.
—Está produciendo frases que parecen más de lo que dicen. Además que tuvo una vida desdichada, terminó mal luego de hacer casi todo lo que podía hacer bien en su rubro. Una muerte temprana es como el mejor colofón que si hubiera vivido hasta los 85 y salía en fotos con sus nietos. Es muy probable que la leyenda crezca.
—¿A quién le habría gustado conocer, sentar a la mesa, a Maradona o a Messi?
—Para charlar, no me cabe duda: Maradona es más atractivo. Messi no tiene otro que verlo jugar, cosa que me pasó muchas veces cuando vivía cerca al Camp Nou. Lo vi y era impresionante. Tenía una diferencia básica con Maradona: este siempre estaba al borde del desastre. Todo parecía siempre a punto de fallar, al borde del precipicio y no se caía. Messi en cambio, te hace creer, falsamente, que todo lo que juega es facilísimo. Yo también lo hago, piensas. O mi tía en tacos altos. Pero nadie puede hacerlo. Como iba tan sobrado, le sacaba dramatismo. En ese sentido Maradona tenía una estética más interesante.
—¿El mejor futbolista del mundo tiene que ser también un gran ejemplo?
—No. Y eso Maradona lo dijo muchas veces. El problema no es del futbolista sino de la sociedad que quiere creer en algo. Lo que sí es real es que dan ejemplo. El futbolista sirve para que millones de chicos crean que lo mejor que le puede pasar en la vida es el triunfo individual, por encima de sus amigos o su sociedad.
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Lo que debes saber de Ñamérica, su último libro:
GARECA, PERÚ, LA SELECCIÓN
—En Perú, Ricardo Gareca es una suerte de redentor por lo que hizo en la selección peruana que nunca clasificaba a los mundiales...
—(Hace un gesto que junta la nariz con el bigote) Qué horror. Me estaban dando arrestos patrioteros pensando en San Martín. Justo hablábamos en el Hay, fuera de cámara, sobre San Martín y su influencia en la Independencia peruana. Con las inmensas diferencias, lo de Gareca es el rol de un argentino que hace ciertas cosas bien y produce respeto.
—¿Y cómo ve un argentino a Gareca, triunfando en otro país?
—En Argentina está bastante claro lo que ha hecho Gareca con Perú, por eso siempre aparece como candidato a dirigir a la selección argentina. Aparentemente no quiere, está contento donde está. No quiere meterse en el baile de lobos que es la AFA, se entiende que quiera evitar. Es un personaje con mucho mérito, curioso porque en Argentina no tuvo esa posición de tanto relieve, se lo armó todo allí.
—¿Pudo llegar a ver jugar a Julio Meléndez? ¿es cierto todo lo que en Boca dicen de él?
—Sí. Elegante es la palabra que viene a mi mente cuando pienso en él. Que se basaba sobre todo en su dominio del tiempo. Estaba en el momento justo. Yo tenía 12 años cuando lo vi jugar. Ahora, yo tengo un recuerdo muy fuerte con Meléndez, que es aquella noche del 71 en que Boca jugó con Sporting Cristal por la Copa Libertadores y se agarraron tanto a trompadas que echaron 21 jugadores. Creo que el único que no fue expulsado fue Meléndez y lo veo, ahora, separando a sus compañeros y a sus compatriotas. Fue una batalla campal. Y el otro, que es muy triste: yo estuve el día en la Bombonera que empatamos 2-2 y Perú nos dejó fuera de México 70. Recuerdo que hubo un momento de esperanza, el 2-2. Pero ya no estaba en la cancha. Iba con mi papá y él nos hacía salir 5 minutos antes de terminar el partido. Entonces lo escuché caminando por las calles vacías de la Bombonera. Mierda, acá pasa algo, me dije. Es otro de mis recuerdos peruanos tristes.
—Fue la tarde en que Roberto Chale jugó el partido de su vida.
—Nos bailaron bastante, sí. Ahora, si seguimos, me acuerdo también del 78. Yo estaba en París, me había tenido que ir de la Argentina (N. de R. Exiliado, a los 18 años). Era como la 1 de la mañana en Francia y no lo pasaban. Yo no tenía televisión. Estaba en la casa de unos amigos y empecé a buscar en la radio, a ver si alguno daba el partido. hasta que al final, encontré una radio alemana y bueno, pero yo no sabía alemán. No entendía. En un momento, me sorprendió lo que dijo el locutor: Argentina fünf Perú zero (sic). ¡No sabía si estábamos o no adentro! Hasta que el locutor dijo Argentina sechs... y entendí que era seis. Listo. Ahora es inimaginable eso. Lo encontrarías en todos lados el partido.
Caparrós habla con Somos sobre la selección peruana y aquel 2-2 en la Bombonera que dejó a Argentina sin mundial México 70. ESCUCHA AQUÍ:
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ESCRIBIR
—¿Lo que sintió en la publicación de Ansay o los infortunios de la gloria (1984), su primer libro, es lo mismo que le pasa ahora con Ñamérica, el último?
—No. No es lo mismo. El primer libro era algo que durante años había imaginado y que me preguntaba si alguna vez sucedería. Me fui a la imprenta a verlo salir. Fue uno de los momentos fuertes de mi vida. Ñamérica es el numero 35 y me pasa lo contrario. Ahora el momento de la salida de un libro ya no significa mucho. Escribirlo sí. Por eso tengo un arreglo con los editores: cuando sale el libro tienen que enviarme una caja de vino. Por lo menos es la parte festiva del asunto. Algunos llaman a eso, la cláusula Caparrós.
—¿Necesita algo más que su laptop para escribir?
—Para escribir no. Estoy más cómodo aquí, en casa, tengo mi teclado. En la chiquita escribo pero prefiero sentarme acá. No es solo lo que pueda necesitar o no. Cuando abro la pantalla de la pc me siento en mi lugar. No lo llamaría casa pero es el lugar que más reconozco. Lo único que no cambia nunca es esa pantalla. Se supone que es lo móvil pero no, es lo único que está ahí.
—¿Va a llegar el día en que deje de escribir?
—No, no lo he imaginado. Porque no sabría qué hacer (risas). Espero que nunca me suceda. Hace como 20 años, alguien me preguntó: ¿Qué hará el día en que se jubile? Yo me jubilé hace mucho tiempo, le dije. Esto es lo que voy a hacer desde que me jubilé.
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