Matilde Ureta de Caplansky fue la primera mujer es graduarse como psicoanalista en nuestro país. (Foto: Anthony Niño de Guzmán).
Matilde Ureta de Caplansky fue la primera mujer es graduarse como psicoanalista en nuestro país. (Foto: Anthony Niño de Guzmán).
/ ANTHONY NIÑO DE GUZMAN
Gabriela Machuca Castillo

Ocupada ha estado. Y está. Matilde Ureta de Caplansky, referente del psicoanálisis en nuestro país, no ha dejado en la pandemia de atender a sus pacientes a través de sus consultas por zoom. Incluso dirige terapias grupales intentando así trabajar desde ya en los traumas que esta situación viene desatando en tantos peruanos. Alejada de la docencia universitaria y bien resguardada en casa, esta semana conversó con Somos sobre salud mental, tanto de la suya como la de nuestra sociedad.

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Ha pasado un año y medio desde que comenzó la pandemia. ¿Cuál es su análisis sobre cómo estamos los peruanos hoy?

Hoy seguimos batallando. Se suma, eso sí, una negación muy fuerte a seguir cuidándose bajo la premisa que uno está cansado de vivir así. Mucha gente está en negación, piensa que no les va a pasar nada y algunos se mueren a los dos días. Nosotros somos una población altamente traumatizada por una serie de motivos. Conocemos del trauma. Para que el trauma se alivie se necesita de muchos años, de mucho cuidado y seguridad. Solo así se recobra la confianza. Decir “bueno, igual me va a dar” es como cuando el fumador dice “de algo me tengo que morir”. Sin embargo, claro, cuando le toca estar ahogándose por un efisema pulmonar se da cuenta que adelantó su propio final o trauma por su propia mano. Acá no hay muchas chances. Se cansa usted de cuidarse y puede morirse. Se cuida usted y tiene posibilidades de vivir un poco más y mejor que si se enferma.

La policía interviene todos los días las llamadas fiestas Covid. En la foto se evidencia la detención de unas 40 personas en una discoteca de Lince en abril pasado. (Foto archivo GEC)
La policía interviene todos los días las llamadas fiestas Covid. En la foto se evidencia la detención de unas 40 personas en una discoteca de Lince en abril pasado. (Foto archivo GEC)

¿Y las vacunas?

Claro. Hay que decir que las vacunas sí nos ha aliviado colectivamente, nos han dado un respiro.

¿Cómo se explica que algunas personas no se quieran vacunar?

Ufff... Hay mucha gente que no quiere hacerlo por teorías conspirativas y por locuras personales. Las vacunas son de los más grandes avances en la historia de la medicina. Dentro de lo menos bueno, la vacuna es, sin lugar a dudas, un gran paso. Es algo. Pero gente que no quiere vacunarse la hay en todos los estratos sociales. Conozco personas muy cultas, y también aquella que no, que piensan igual. Diría yo que este un problema más de orden psiquiátrico. Hay gente que tiene miedo porque el elemento paranoide, y sus respectivas organizaciones mentales, son muy fuerte. Y, bueno, los delirios son contagiosos.

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Y a eso hay que sumarle la coyuntura política.

Por eso digo que los peruanos vivimos dos pandemias: la sanitaria y la política. Somos un país muy golpeado y muy adolorido. Estamos pasándola muy muy mal.

Otra dura etapa en la historia del Perú fue la del terrorismo durante las décadas del 80 y 90. ¿Diría que la coyuntura que vivimos hoy fue tan dura como aquella?

Pienso que sí, que es así de dura. Pero te diría que yo no viví, yo sufrí aquella etapa, la guerra interna, como seguramente usted y muchos. No la puedo olvidar aún. Fue muy dolorosa. Una época fanática en su máxima expresión.

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¿Es ingenuo pensar que si todos pusiéramos por encima el bien común al propio, esta pandemia podría terminar en menor tiempo? ¿Es la empatía una condición que poseen pocos seres humanos?

Así es. La empatía no es común en los seres humanos y en tiempos de peligro como estos desaparece. Espontáneamente, el hombre vela por sí mismo y no por el bien común. Entonces, en una pandemia, en la que está usted encerrada en su cuarto y tiene a la muerte tocándole la puerta, es bien difícil que sea usted empática. Lo ideal es el bien común, por supuesto. Pero en una pandemia la vida se presenta como una realidad atípica. El sujeto tiene primero que salvarse. Ponerse en el lugar del otro, olvidando el propio, es una virtud poco frecuente por razones naturales. Esa no es una postura filosófica, esa actitud es una respuesta biológica. Y, bueno, no se puede condenar tampoco a la gente por ver qué hace primero con su vida y no algo por la de los demás.

Pero si alguien tiene mejores condiciones para afrontar esta situación –está vacunado o posee más recursos materiales-, ¿no debería estar dentro de sus prioridades pensar en los demás?

Evidentemente que cuanto más protegida esté usted y no esté su propia vida en peligro, la posibilidad de ponerse en el lugar del otro se desarrolla de manera espontánea con más fuerza. Pero no pasa con la mayoría.

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¿Cómo se encuentra usted hoy?

Ay, terrible. Decir que todo esto es tremendo, es poco. De toda la cantidad de años que tengo la guerra interna y este periodo han sido para mí los más duros. Porque ha sido planetario, no tiene usted dónde mirar. Y a eso se suman más cosas. ¿Vio lo que acaba de pasar con los talibanes en Afganistán? Bueno, cuántas cerezas de la torta, ¿no? Todo lo que le pasa a las mujeres.

Hablando sobre lo que pasa en el mundo. ¿Hasta qué punto es saludable psicológicamente o no estar pendiente de las noticias ahora?

Se lo contesto de acuerdo a mi sensibilidad personal. Yo confieso que gradúo las noticias que escucho o leo. Yo recibo el diario El País y lo leo con calma por si acaso (ríe). Voy tanteando los titulares… y bueno. A veces es imposible no asustarse.

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Y el duelo. ¿Cómo lo vivimos después del nuevo coronavirus?

Todo ha cambiado. Cada uno de nosotros vive casi casi junto a un cementerio. Sea por parientes, amigos o conocidos, pero todos hemos perdido a alguien que de alguna manera estaba en nuestras vidas. Cuando se moría alguien cada 30 años, decíamos ‘uy, qué dolor’ y ya. Ahora, por temporadas, es uno tras otro. Doscientos mil muertos por esto en el Perú. No estamos más cerca de la muerte, la muerte está encima de nosotros. La muerta está tocando el timbre. No exagero. Y así y todo la gente se va de fiesta. Es incomprensible. Tenemos que cambiar de hábitos. Algunos lo estamos haciendo.

Casi 200 mil peruanos han muerto por COVID-19 desde que se inició la pandemia en marzo del 2020. (Foto: Hugo Curotto)
Casi 200 mil peruanos han muerto por COVID-19 desde que se inició la pandemia en marzo del 2020. (Foto: Hugo Curotto)
/ NUCLEO-FOTOGRAFIA > HUGO CUROTTO

Es una mirada catastrófica.

Así es. Pero la vivencia es catastrófica.

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Finalmente, ¿qué hábitos mentales sanos podemos practicar para seguir en la lucha por la cordura?

Algo que ha salvado a muchos es que poseen formas de adaptación muy intensas. Hay hábitos que ciertamente no todo el mundo puede desarrollar por razones económicas, pero diría que en la medida de las posibilidades se tiene que poner énfasis en cumplir rutinas en la vida diaria. La limpieza, el orden, los horarios. En general todas estas aristas que son positivas para cualquier civilización. Despertar a una hora, comer a una hora. Siempre hemos tenido hábitos, ahora hay que tener más y mejores. Nos ordenan emocionalmente como se tiene idea.

Por lo demás hay que seguir luchando…

Sí. La vida es eso, es una lucha permanente. Muy pocos momentos son de paz y felicidad. Por eso no hay que dejarlos escapar. Eso decía Mafalda y cómo tiene razón.//


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