De mañana en La Pera del Amor, frente al mar de San Isidro, los árboles son viejos, el ambiente es apacible... todo aquí podría ser la estampa perfecta de una bucólica primavera limeña si no fuera por la estridencia de las radios noticiosas.
Los parlantes de autos cercanos dan cuenta del bochinche que se ha armado en el Congreso. Hay rostros de desconcierto entre los pocos transeúntes. Tanta arrogancia intoxica y provoca viajar a otros tiempos, cuando este mismo parque era distinto. Era un terral de 124 mil metros cuadrados que, hace sesenta años, el presidente del Perú, Manuel Prado, le prestó a un ciudadano sueco para que llevase a cabo con él un sueño loco.
Ese sueco se llamaba Gösta Lettersten y la visión que lo animaba febrilmente era realizar, contra viento y marea, la primera Feria Internacional del Pacífico.
Lettersten, que tenía algunos años en el Perú con su esposa y sus hijos, tenía la mente y el músculo para llevar a cabo el proyecto. El problema era que le faltaba todo lo demás: dinero y contactos locales que compartieran su entusiasmo.
A ellos les explicaba para qué servían las ferias, una tradición en Europa que mueve economías, potencia industrias con la venta de maquinarias, fomenta el crédito y la circulación de capital y hasta mejora la imagen de los países.
Con esfuerzo y suerte, Lettersten, que había nacido en Malmo, en 1921, consiguió trece inversionistas peruanos y un 1 de octubre de 1969 la Feria Internacional del Pacífico abrió por primera vez sus puertas. Esta ciudad nunca había visto algo así.
Fueron 14 países invitados, como Argentina, Canadá, Chile, Estados Unidos, Japón y, desde luego, Suecia, entre otros, los que abrían sus pabellones y mostraban lo mejor de su tecnología industrial y su cultura. En aquella feria inaugural acudieron 1.779 expositores, quienes mostraron sus productos a 514.696 visitantes. Y hablamos de una época en la que la población de Lima era de dos millones de habitantes.
-LA ALUCINANTE HISTORIA DE GÖSTA ‘DIEZ CARTAS’-
Desde su casa, ubicada en esta misma Pera del Amor, como una curiosa constante, Michele Lettersten, la hija de Gösta y responsable de la feria tras el retiro de este, cuenta la historia de su padre con admiración. Es la historia de un self made men que nació sin dinero y trabajó desde niño. Una naturaleza intrépida lo llevó a pasar un tiempo en España, lo que le permitió aprender el idioma castellano, un factor que sería determinante en su futuro. “Mi padre, en Suecia, era representante de una serie de marcas de herramientas y maquinarias europeas. Como hablaba español, les escribió cien cartas a diversas ferreterías en Latinoamérica, para ampliar el mercado. De esas, solo diez le contestaron, haciéndole pedidos. A mi papá eso le cambió la vida y el apellido”. De ser Gösta Johansson, uno de los apellidos más comunes de Suecia, pasó a ser Gösta Lettersten, que quiere decir Gösta ‘Diez Cartas’.
-LLEGA LA FERIA DEL HOGAR-
La Feria Internacional del Pacífico se volvió una tradición y se especializó con los años. Nació como un evento industrial y luego se subdividió en varias ferias, para la minería, para los plásticos, etc. La más popular de todas ellas, porque se dirigía al sector del consumidor común, fue la Feria del Hogar, que apareció en julio de 1966.
La Feria del Hogar y sus fantásticas atracciones para la familia, sus salones de espejos, sus juegos mecánicos, sus pabellones de electrodomésticos (Artefacta, Recrea), su tallarines con tuco, sus discotecas y conciertos gratuitos con invitados estelares fueron la gran tradición de Fiestas Patrias durante décadas.
¿Qué peruano no fue a la Feria alguna vez? Posiblemente figure entre los recuerdos más felices que tengan los niños y jóvenes de esa época. Aunque se repite que fue la tragedia del concierto de Servando y Florentino, en 1997, lo que marcó su final, Michele, que manejaba la empresa en esos años, cuenta otro motivo. Lo de ese concierto fue terrible. Un dolor para las familias de las víctimas, para la sociedad y para la feria misma. Pero lo que marcó el final de esta, según Lettersten, fue la recesión económica y una ordenanza imprevista de la Municipalidad de Lima. Esta disponía que sobre el terreno de la Feria Internacional del Pacífico se construyeran cinco pistas que conectaran distintos puntos de San Miguel, aludiendo para ello que era cuestión de interés público. Era octubre del año 2003.
A la feria, que tenía 72 mil metros cuadrados de jardines y se había demorado 22 años en ser rentable, entre otras cosas, por el costo del terreno que pagaban en la Av. La Marina y los arbitrios, no le quedó otra que cerrar. Sus dos pabellones principales, una obra de ingeniería en forma de arcos, que en adelante pasaría a identificar como logo a todo recinto ferial de la ciudad que se precie, fueron desmantelados y vendidos como chatarra. Un golpe de realidad para lo que había empezado como la fantasía de un sueco con muchos sueños. //