Perú 3, Bulgaria 2. Fue un gran partido. Lo decían nuestros padres, orgullosos, y los abuelos, que buscaban conexión con algún equipo del 30 o más acá, del 50, que habían visto por la radio. Y lo fue, básicamente, por tres razones: 1) Su naturaleza (el primer triunfo peruano en un Mundial). 2) Sus características (una remontada inédita ante un país europeo). 3) El contexto nacional (horas atrás un terremoto había desaparecido el pueblo de Yungay, en Ancash).
Mucho de lo que el fútbol peruano fue luego, se lo debe a este partido. Así se presentó al mundo.
Luis Rubiños (6)
Contra todas las leyendas, tuvo un solo error en ese partido: el segundo gol de tiro libre. Lo encontró en una velocidad distinta, caminando, y puede ser que la fuerza, el efecto y el hecho de atajar sin guantes hiciera que el remate de Hristo Bonev se le escurriera. Luego, Rubiños estuvo muy seguro. Presto. Tanto en el primer balazo a los 11 como en un cabezazo a los 88, cuando ya Perú iba 3-2. Acaso su mayor virtud, una herencia de la que no se habla mucho estuvo aquí: salir siempre con el marcador derecho Eloy Campos o con Chumpi. Cero pelotazo.
Nicolás Fuentes (7)
Hasta que lo inventó el brasileño Roberto Carlos, los marcadores laterales eran eso, defensores por los costados cuya prestancia se notaba por cuán seguros eran y cuántas faltas groseras evitaban. En Perú, Nicolás Fuentes cumplía esos requisitos a la hora justa, y lo hacía con tanta elegancia que confundía: no se sabía si jugaba con chimpunes o zapatos de charol. Cerró su costado y se dio maña para avanzar, en sociedad con Perico o Gallardo, dos superdotados.
Héctor Chumpitaz (10)
De muchacho picaba piedras en los cerros de Collique. Allí fortaleció las piernas, soldó los huesos, un misterioso motor para su salto que además de lo obvio, tenía resortes y pólvora. Digo esto por el gol de tiro libre: un remate para el 2-2 que mezcla puntería, fuerza y un festejo que comprueba su anatomía baja: saltó por lo menos metro y medio antes de abrazarse con sus compañeros. Digamos, descendió de los cielos.Contra Bulgaria, hasta entonces, ya estaba jugando 9 puntos. Firme en cada cruce, rápido para la cobertura y decidido cuando veía necesidades en Mifflin para salir jugando por el medio. Lo que Reynoso haría luego en alguna Copa América incolora, o Rodríguez en su club cada dos años, lo hizo Chumpitaz en un Mundial. Solo le faltó tapar.
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Orlando De la Torre (7)
Los buenos equipos no se construyen con hombres idénticos. No todos pueden ser generales ni todos soldados. No todos se acuestan temprano. No todos gritan. Jugar también es no jugar. Orlando De La Torre fue el compañero de dupla de Chumpitaz ante Bulgaria, un socio más agresivo, más directo, sin pirotecnia. Cada vez que un atacante búlgaro se le escapó a Mifflin, el 6, apareció De la Torre para arrojarse en carretilla o cubrir una zona vacía del campo, que en este Mundial abundaban. Si el fútbol es defender para atacar, Chito mostró desde este día de junio del 70 que esa frase lo define a él, perfectamente.
Eloy Campos (4) y Javier Gonzáles (5)
A los 25′, Eloy Campos enseñó por la TV a colores por qué le decían Doctor (El hombre que operaba sin anestésia) Se tiró a los pies de un búlgaro, ya lesionado y no lo dejó pasar. Era salida en Perú. En su reemplazo ingresó Gonzáles, un marcador más veloz y menos duro, que incluso tuvo una chance de gol en el segundo tiempo.
Ramón Mifflin (9)
En los 70 la cancha todavía podía ser pasarela. Bajo esa idea, el medio era de Ramón Mifflin. Brújula incorporada y pulmón adicional, el 6 de Perú ocupaba todo lo ancho del campo para soportar un equipo que era, por delicia, absolutamente ofensivo. Tanto que a veces hacía paredes con Chale, otras con Chumpi. En el primer tiempo, Mifflin fue el amo y señor del juego peruano: su pie, en la cabecera del centro del campo, decidía para dónde ir. En el segundo se cansó o mejor dicho, retrocedió para ser testigo del nacimiento de una leyenda: Teófilo.
Roberto Chale Olarte (9)
El barrio y el Interbarrios. Magdalena, Breña y el Potao. Allá afuera se aprende dribleando postes, recibiendo patadas, y se cultiva la personalidad, eso que se tiene o no se tiene. Eso sí, no se hacen pesas ni dietas. Roberto Chale jugó ante Bulgaria con esa mis desfachatez, su sello. En el medio, jugaba a jugar, sin responsabilidad de marca porque para eso no fue educado. A los 27 ya tenía la camiseta fuera del short -el único de los 22- como prueba de su rebeldía. Tenía 25 años, pues. Hizo tantas paredes que la cancha parecía un condominio. Es más, ese podría haber sido su tercer apellido.
Julio Baylón (5)
Muy poco de Baylón en este primer partido. Solo que era un buque que todo lo veía arco, un muy responsable extremo por derecha que volvía a ratos para apoyar. Ingresó el Cholo Sotil (6) a ocupar su función y fue todo ballet, todo cintura, todo caos. Su presencia en el Mundial del 70 es una prueba de la bendición recibida por estos pagos: de ese nivel, con esa astucia, nacían en el Perú hasta en Segunda División.
Pedro Pablo León, Perico (8)
Lujos que tenía ese Perú de Didí: 3 tanques para atacar, Perico, Baylón y Gallardo. Como si tuviéramos 3 Farfán. De esos 3, Perico León era el hombre más inteligente en ataque, con responsabilidades para retroceder y jugar. Podía asociarse con Cubillas -el cuarto mosquetero- pero su espíritu lo llevaba a pisar el área en todo el frente. Tenía también esquina: a los 15 metió la mano para cortar una jugada en salida búlgara, esas reacciones que irritan. Sudamericanas. Sobre su influencia, los números: da el pase para el primero y le generan la falta para el segundo.
Teófilo Cubillas (7)
Tenía 21 años y 10 goles por delante. Y a esa edad, se puede ser responsable a ratos, que para ser adulto habrá tiempo. Que era crack se notaba desde las medias caídas, los enganches; la paradita esa con una mano a la cintura y la otra ordenando, mandando, guiando. ¿Su primer tiempo? Un pase de desprecio y un rival con fractura de cadera. El segundo fue otro: se acomodó mejor al lado de Chale, con quien lo juntaba un imán, y desde el centro fue construyendo las jugadas más nobles de ese Perú que perdía 0-2 y sumaba más pena a su pena. Cuando tuvo una para rematar al arco, una clara, no falló. Y Perú ganó 3-2 desde los 72 minutos. Los pases dan estadísticas; los goles inmortalidad.
Alberto Gallardo (7)
Gallardo era un Jet con artillería de panzer. Y aunque era extraña su manera de encarar -las largas piernas se le entreveraban o parecía que se le entreveraban-, siempre iba para adelante, siempre remataba al arco, siempre terminaba la jugada. Esa verticalidad tenía historia: su pasado como velocista en el Colegio Puericultorio Pérez Araníbar o que jugaba con algodón en los oídos. No escuchaba a nadie cuando tenía el arco en frente. Pero además de eso, Alberto Gallardo cargaba nobleza: cuando Bulgaria anotó el segundo tanto y Rubiños puso cara de culpable, fue él, Gallardo, el gigante que cruzó la cancha para cogerle la cabeza y darle ánimos. O algún carajo. Un minuto después, tras pase de Perico, Gallardo amagó salir por la izquierda y le metió un puntazo de derecha para descontar. Antes había mandado tres pelotazos a las nubes. Dios premió así a nuestro Optimista del Gol.
Es importante aclarar que esta nota tiene 50 años de retraso. Mil disculpas.
(Para mi viejo)