Antes de aprender a hablar, Renata Flores (Huamanga, 2001) ya cantaba. En las grabaciones caseras de bebé se escucha cómo emula –entonada– melodías que van desde clásicas canciones andinas hasta géneros como el rock. Su voz gustaba tanto que en cada reunión familiar le pedían que cante y una prima la acompañaba para no sentir tanto ‘roche’. La timidez, claro, la fue dejando por una misión casi obsesiva que se trazó de muy chica: que no se pierda el quechua, idioma que aprendió a hablar a los 13 años. Gracias a su propuesta de rap y trap en la lengua de los incas, se ha convertido en la lideresa de una nueva generación de artistas que fusionan melodías tradicionales con ritmos urbanos.
De niña llevaba clases en Surca, la asociación cultural de su madre. En la adolescencia, sin embargo, YouTube fue su guía musical: Coldplay, Bon Jovi, Ariana Grande, Nicky Minaj y One Direction estaban entre sus reproducciones. Eso hasta que escuchó un cover en quechua de The House of Rising Sun, de The Animals, por el grupo ayacuchano Uchpa. “Quise hacer música en ese idioma por ellos. Mi mamá me dio la tarea de sacar la letra fonéticamente porque aún no lo dominaba. Escribí lo que sabía y luego le pedía orientación a mi abuelita materna”.
Subió su versión –con una onda más de jazz blues– y captó la atención de los internautas. La fama vino con The way you make me feel (Chaynatam Ruwanki Kuyanayta), de Michael Jackson. A los 14 años, el mundo ya seguía el talento de Renata. Como quería llegar a más jóvenes, apostó por traducir hits como Shape of You, de Ed Sheeran o I Like It, de Cardi B. Siguió nutriendo su bagaje musical y no fue hasta los 16 que, escuchando al rapero venezolano Canserbero, se animó a componer. “Empecé a sentir lo que el quechua quería transmitir. Pensé en las personas que lo hablaban y cómo ellos no son visibles para la sociedad. Por eso Mirando la misma Luna (2018) es un tema sobre la discriminación. Una persona llora por las noches y se pregunta por qué la juzgan si todos somos iguales, si miramos la misma Luna”.
Tijeras –junto al DJ Kayfex– es un grito de la era del #MeToo (#YoTambién). “Muchas mujeres no tenemos los mismos derechos ni el mismo trato. Mi abuelita –quechuahablante– aparece en el videoclip y el hecho de que esté ahí ya dice mucho. Ella representa a muchas mujeres indígenas que protestan por sus derechos y quieren ser escuchadas”. Lo mismo con Qam hina (Como tú), estrenada el año pasado.
Desde su casa en Ayacucho, donde pasa la cuarentena, la cantante de 19 años adelanta que Isqun (Nueve), su primer disco, a estrenarse en setiembre próximo, está inspirado en el rol de la mujer a lo largo de la historia. Hay una canción, por ejemplo, dedicada a la trujillana Francisca Pizarro. “La cultura no podemos dejarla en el museo ni en el olvido. Es importante poder fusionar eso con la modernidad. Es una bonita forma de saber quiénes somos”.
NACE UNA ESTRELLA
A los tres años, Naysha Montes (Cañete, 1995) soñaba con ser la próxima Ruth Karina o Rossy War. Una prima la hacía entrenar para convertirse en una artista y así fue hasta que, a los siete, se alejó de los escenarios. “Me grabé en esos aparatos donde ponías el casete y conectabas el micrófono. Me escuché y dije: ‘no hay forma’. Renuncié al canto”, cuenta entre risas. Admite que se refugió en el baile pero a los 10 años reconsideró su futuro en la música gracias a un instrumento de viento.
“Mi padre toca la quena con un sentimiento que hasta ahora no puedo igualar. Siempre lo escuchaba de niña y nunca pasó por mi cabeza que yo pudiese aprender. De manera muy orgánica –y autodidacta– me acerqué a la zampoña, luego a la quena, al bombo y al charango”, recuerda. Gracias a él, Naysha descubrió a Los Kjarkas, Alborada y más exponentes del repertorio latinoamericano andino. Ambos formaron el dúo Inti & Killa (Sol y Luna) e hicieron una pequeña gira por el sur: Asia, Cerro Azul, Lunahuaná, Mala, San Luis y San Vicente. “Al público le gustaba, pero preguntaban por qué todo era instrumental. Como me gustaba Alborada, empecé a cantar algunas de sus canciones. Nos fue bastante bien y yo estaba más que feliz”.
En el 2007, su familia se mudó a Mazamari (Junín) para poner un restaurante. En esa época, a su repertorio musical se había sumado Damaris, Max Castro y Jorge Páucar. “Escuchaba un canto medio pop que me era familiar y al mismo tiempo estaban los instrumentos y ritmos andinos que mi papá ponía en casa. Sabía que quería hacer fusión”. Empezó a componer y así nació Contra viento y marea (2010), una oda a las anécdotas y obstáculos que tuvo que afrontar para llegar a realizar su primer disco. En el álbum confluyen ritmos como la saya, el huaino y la cumbia. Realizó giras por la selva central, apareció en Miski Takiy, de TV Perú, y a los 17 años vino a Lima para estudiar Música en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC).
“En la carrera empecé a revisar la historia de la música, sobre todo en Estados Unidos: cómo fue evolucionando el blues, el jazz; cómo se iban nutriendo de otros estilos. Si eso pasa, por qué no lo puedo hacer yo”. Ni bien terminó la carrera lanzó Naysha (2018), donde fusiona ritmos tradicionales con sonidos electrónicos. Al año siguiente, Lucho Quequezana –quien seguía su carrera– la invitó a la clausura de los Juegos Panamericanos porque quería a una joven “que represente a la nueva generación”. Con el corazón en la garganta, salió al escenario con su charango y deslumbró a todos.
Naysha pasa la cuarentena en Mazamari, su segundo hogar. El tiempo libre le permite aprender más quechua, conectar más con lo andino y ejercer la producción musical. “Hay una gran cantidad de jóvenes que están interesados en lo que hay acá. Somos un puente de información para aquellos que quieran conectar con nuestra cultura”.
GUÍA MUSICAL
Si hay una artista que ha marcado a esta nueva generación definitivamente es Damaris Mallma (Huancayo, 1986), uno de los máximos referentes de la fusión latinoamericana. La cantautora admite estar al tanto de las nuevas propuestas. “He escuchado a todos [los mencionados en esta nota]. Me gusta saber qué camino tiene la fusión. Se nota cuando las propuestas son sólidas y cuando hay un conocimiento de lo profundo”. Escucharlos, pues, le recuerda a cuando ella se iniciaba en la industria.
Había crecido con la influencia musical ayacuchana de su familia –que escapó al Valle del Mantaro por el terrorismo– y con las orquestas típicas de Huancayo. A los cinco, cuando le regalaron un charango, sintió la música como un elemento vital del que no quería separarse. Un par de años más tarde ya abría los conciertos de Saywa (Victoria Porras), su madre, en espacios culturales de Lima.
A los 17 años sacó su primer disco, Dame una señal (2003). Estudiar artes escénicas la ayudó a formarse como artista. De ahí salió el segundo álbum Mil caminos (2006), que incluye a la popular Tusuykusun (inspirada en las cuadrillas de Negrillos, de Andahuaylas), con la que concursó y ganó la Gaviota de Plata en el Festival Viña del Mar 2008. “Para mí, ese exigente escenario fue como mi graduación de carrera. Cuando gané, pensé en mi familia, en la gente que me apoyaba y en el Perú”.
Nominada al Grammy Latino, embajadora de la marca Perú y presentadora en Miski Takiy, en TV Perú, Damaris siente que aún está en etapa de aprendizaje y crecimiento. Le ayuda regresar a los orígenes: las danzas tradicionales. Asistir a fiestas patronales en Lima la nutre de esa cultura tan rica, pero aún poco explorada. “Lo que siempre quise es ser un puente: mostrar mi fusión para enamorarlos y que luego conozcan la música tradicional”. //
LA MEZCLA PERFECTA
El encuentro de Luis Dallamont –conocido en el mundo artístico como Kayfex– con la música ocurrió cuando tenía 11 años. El muchacho ayacuchano era aficionado al grupo Maná, pero lo que más le gustaba era el baterista Alex. Al no tener el instrumento en casa, buscó en Internet programas que simulen el sonido. Así conoció Virtual DJ. “Descargándome el programa, se abrió un mundo de posibilidades de combinar música”. Luego encontró Fruity Loops (ahora llamado FL Studio), programa con el que aún trabaja, con el que empezó de forma empírica a mezclar sonidos tradicionales como la danza de las tijeras.
En el 2015 era profesor de DJ en la academia de Patricia Rivera, madre de Renata Flores. Cuando conversa con la joven artista, le propone una colaboración. Así nace Tijeras (2018), tema que mandó a Kayfex al estrellato. En marzo de 2019, una nueva oportunidad toca su puerta, aunque esta vez llegó por mensaje en Instagram. “Me contactó Daniela Rodríguez, una peruana que trabaja en Warner Chappell Music. Le mandé mi material y a las semanas me dijeron que querían firmar conmigo”. El trato se concretó a mediados de ese año. Ha colaborado con la actriz Isabela Merced (Dora y la ciudad perdida) y se codea con los productores de artistas como Jennifer López y Bad Bunny. “Quiero poner en alto a la comunidad andina. Quiero hacer una fusión bien hecha, respetable”. Adelanta que está trabajando en su primer disco, Atipanakuy, de la mano del reconocido violinista Cheqche de Sondondo. A estar atentos.
GESTORA MUSICAL
A inicios de 2006, la compositora de folclore Amanda Portales se reunió con el entonces presidente Alejandro Toledo para proponerle declarar el 15 de junio como el Día de la Canción Andina, para reconocer esta música como símbolo de identidad nacional. “La canción andina es la más genuina, ancestral, tradicional y predominante riqueza anónima testimonial que los pueblos andinos han llevado a las generaciones”, se lee en el decreto supremo, aprobado meses después de la reunión
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