Esta entrevista fue publicada originalmente en mayo del 2023. La actualizamos tras el triunfo de Natalia Salas en “El Gran Chef”.
Natalia Salas (Lima, 1986) canta “Mi alma entre tus manos” mientras sostiene en brazos a Leandro, su hijo de dos años. Él mira con atención y sonríe. “¿Recuerdas que la canté mientras nacías?”, dice Natalia, para luego compartir una carcajada cómplice en medio de la entrevista exclusiva con esta revista.
Reconocida en redes sociales por su efervescente personalidad, sonrisa contagiosa y perseverancia a prueba de balas, Salas ha salido airosa de un diagnóstico de cáncer de mama que llegó durante su primer año de maternidad. “Con todo menos miedo” es su frase, y la comparte cada que puede con las más de 1,3 millones de almas que la siguen y se han ganado su corazón en redes sociales.
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A puertas del Día de la Madre, la también cantante reflexiona sobre lo poderosa que es la maternidad, sin restarle importancia a las heridas de infancia que tuvo que curar para embarcarse en esta hermosa aventura. El amor propio, enfatiza, es clave de todo.
¿Siempre soñaste en convertirte en madre?
No. Desde que tengo uso de razón solo tenía claro que quería ser artista. Toda mi vida la dediqué a hacer teatro, a cantar, a actuar. Además, como soy hermana mayor de 4, y los cuidaba y tenía que estar ahí para ellos desde pequeña, digamos que no desarrollé mucho mi instinto maternal a futuro. Es más, adopté 4 gatos porque pensé que me iba a quedar sola y no iba a tener hijos, que iba a ser la tía chévere con gatos (ríe).
¿Cuándo fue que cambiaste de opinión?
Cuando conocí a Sergio. Ahí dije “¡asu!, qué lindo sería formar una familia”. De esa forma llegó el llamado maternal y decidimos formar una familia. No era mi sueño adorado ser mamá, se ha dado cuando me he sentido preparada. Yo pensé que sería complicado, porque llevaba cuidándome por años, pero me dejé de cuidar en diciembre y al siguiente diciembre ya estaba dando a luz a Leandro.
Además, cuanto te enteraste, estábamos en el punto más álgido de la pandemia. ¿Cómo lo recuerdas?
Sí, era mayo del 2020. O sea, pandémicos totales: salíamos con botas, máscara, todo. A mí me dolía como si me fuese a venir el periodo, pero no me venía. Me hice un par de estas pruebas de la farmacia y salió negativo las dos veces. Yo, que soy hipocondriaca, me puse a pensar en lo peor. Me acordé que tenía un mioma, así que empecé a agrandar el panorama y pensar que tal vez sería un tumor e iba a tener que operarme.
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¡Pero sí estabas embarazada!
¡Sí!, En ese momento me asusté, así que fuimos a sacarnos una ecografía. El doctor me preguntó, “señora, ¿hay posibilidad de que esté embarazada?”. Y yo: “de ninguna manera, me he hecho dos pruebas y han salido negativas, seguro es un tumor”. Yo estaba echada y Sergio estaba paradito en la puerta, lejos por los protocolos del COVID. Cuando el doctor me dijo, “señora, ahí está su saco gestacional, está embarazada”, solo recuerdo mirar a Sergio y ver cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Los míos hicieron lo mismo. Fue alucinante. ¡Estábamos embarazados!
¿A qué persona le contaron primero?
A mi mamá. Es que ella es médico, y al instante yo ya estaba invadida de mil millones de preguntas. Más aún considerando que estábamos en pandemia, no sabía qué hacer, cómo controlar el embarazo, dónde ir. La tenía seca a mi pobre madre (ríe). Luego esperamos el tiempo que todo el mundo espera para contarle a la familia cercana, por zoom, además, porque estábamos todos encerrados.
Para muchas mujeres el parto es complicado. ¿Cómo lo viviste tú?
El mío fue hermoso. No te miento. O sea, yo imaginaba que sería natural, pobre ilusa, pero rompí fuente y Leandro no estaba encajado. Así que tuvo que ser cesárea. Pero mis doctores fueron lo máximo. Pedí que pusieran en sala la canción “Mi alma entre tus manos” y mientras daba a luz yo cantaba: “Calmaste el miedo, hoy mi mundo es perfecto”. La recuperación fue rápida, felizmente. Sergio fue perfecto. Hasta ahora ha cambiado más pañales que yo.
Mencionaste que ser madre fue una decisión que tomaste al sentirte preparada. ¿Cómo te preparaste para recibir esta etapa?
Pues, además de lo físico, quería ser mi mejor versión para Leandro, y en mi caso particular no quería repetir la maternidad de mi mamá. Así que llevamos terapia con Sergio para estar listos. Él, por su parte, tenía nervios porque no tenía un patrón que seguir, al ser hijo de una mamá soltera. En el camino hemos ido aprendiendo muchas cosas, y no dejamos de sanar y mejorar.
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En tus redes sociales no solo compartes tu faceta como mamá. Muestras también a Natalia actriz, Natalia empresaria, Natalia hermana, Natalia esposa. ¿Cómo encuentras el balance?
Es que para mí convertirme en mamá no significó dejar de lado las cosas que hacía por mí. No dejé de ser yo como individuo. Tengo claro que si quiero darle la felicidad plena a Leandro lo puedo lograr solo si yo también soy feliz. Logro el equilibrio con herramientas que me hagan sentir bien, desde asesorías psicológicas hasta hacer algún pasatiempo que disfrute, irme de viaje, salir solo con Sergio, hacer pilates o meditación. Bueno, eso último no porque mi mente siempre está a mil (ríe).
Sientes que, de alguna manera, criando a Leandro, ¿estás sanando también a la pequeña Natalia que cuidaba de sus hermanos?
Por supuesto. En este camino estoy curando no solo a mi Natalia pequeña, sino también la relación con mi madre. Siento que abrazarlo es abrazarme a mí de chiquita. Últimamente pensar en eso me pone sentimental. Recuerdo que hace unos días me salió un Tiktok que decía “si me dieran a escoger de quién ser mamá, elegiría a la mía. Para darle esos abrazos que necesitó, limpiar las lágrimas que nadie le limpió y llevarla al parque”. Me puse a llorar. Y también me di cuenta lo importante que son esas acciones en la infancia de cada uno.
Comentas que sigues sanando la conexión con tu madre. ¿Crees que cuando te diagnosticaron con cáncer también hubo un punto de quiebre en esa relación?
He llegado a pensar en algún punto que mi tratamiento sirvió para que mi mamá y yo reconectemos. Con eso le encontré de cierta forma el para qué y no el por qué tenía cáncer. En las quimioterapias mi mamá venía a mi casa, y ella que odia cocinar se ponía a hacerme la sopa de quinua que tanto se me antojaba. A pesar que vivía lejos, se quedó muchas veces en la clínica a mi lado. Y eso que he sido una mujer muy independiente y fuerte toda mi vida, pero sentir cómo mi mamá me cuidaba a los 35 años fue especial. El cobijo de mamá significó mucho.
Se acerca el Día de la Madre. ¿Qué le dirías a los lectores en esta fecha, desde tu experiencia?
Lo primero es que antes de ser madre, hijas y esposas son mujeres, humanas. Ponerte en primer lugar no es egoísta, es enseñarle a tu hijo lo importante que es amarse. La relación más larga que vas a tener es contigo misma. Los animo también a reconciliarse con esa madre, con esa hermana, con la maternidad en sí misma. Les prometo que sí se puede lograr y lo que se siente es reconfortante. //