Es más que seguro que en las cenas o almuerzos navideños, además de panetón, habrá polémica. Estamos tan fragmentados como nación y hasta la vida cotidiana se observa bajo la lupa política, que la polarización incluso afecta el interior de las familias. ¿Podremos ponernos en los pies del otro y entender sus ideas sin querer necesariamente cambiarlas?
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“El fenómeno de la polarización es consecuencia de problemas estructurales que tienen que ver con cómo nos hemos formado como ciudadanos, de la incapacidad de ser empáticos con otros y tratar de entender un asunto”, nos dice el exministro de Educación Ricardo Cuenca, investigador del Instituto de Estudios Peruanos. “La fragmentación social, la poca capacidad crítica y la debilidad institucional son caldo de cultivo para que surjan y se fortalezcan posiciones atrincheradas. Surgen discursos extremos, así sean pequeños, pero lo especial es que todos ofrecen una ruta o una solución. Vienen acompañados siempre de una promesa: libre mercado, justicia social”.
1Hay que considerar el momento más oportuno para decir las cosas. Si la conversación está siendo agradable, divertida o sobre los primeros pasos del nuevo nieto, entonces mantener las ganas de hablar de política... solo en la mente.
2 “Si el tema aparece, la solución no es ignorarlo. Pero cuidado con intentar convencer. La palabra ‘convencer’ implica ‘vencer’. Siempre hay alguien que quiere hacerlo. Ahí es donde suelen darse los peores debates, porque a veces está en juego la opinión, antes que el argumento”, explica la psicoanalista Marita Hamann.
3 Lo que yo siento, lo que yo creo o lo que a mí me parece viene desde la pasión, que no es suficiente para demostrar algo. Los argumentos, sí.
4 Es mejor llegar a acuerdos que consensos, porque los acuerdos admiten disensos. Esta fórmula suele funcionar: “Mira, esto de acá, no me parece, no pienso igual pero puedo vivir con ello” y entonces hago un acuerdo.
5 Las discusiones no se resuelvan imponiendo un punto de vista. En cada familia hay alguien que cree que sí. Si te da flojera tener que escucharlo como dueño de la verdad, y los espacios del lugar de reunión lo permiten, nada como respirar aire fresco, cambiar de mesa o acomodarse junto a la alegría de los niños en el piso. En ningún caso, patear el tablero, golpear la mesa o irse molestos. ¡Es Navidad!
Ya es duro tener un país polarizado por las crisis; duro será tener también una mesa familiar llena de polémicas. El mejor ‘regalo’ será la paciencia.
Para el también catedrático, la forma como han ingresado a la vida cotidiana un conjunto de fenómenos que antes estaban reservados a espacios muy específicos ha cambiado también el cómo llevamos estos temas a las discusiones entre padres, hijos, primos o hermanos. “Es decir, se politiza la etnicidad, se politiza el género, se politizan las relaciones familiares. Ya no es como en la época de nuestros abuelos, cuando se decía ‘en la mesa no se habla ni de política ni de religión’. Todo eso termina desapareciendo porque se politizan los espacios privados”. A pesar de eso, para él es importante discutir temas sociales y políticos, porque una sociedad necesita ejercer ciudadanía en nuevos espacios. “El problema es que hemos estado tan poco preparados para eso, que nos es más fácil generar una discusión, antes que generar una forma de debate que nos permita alcanzar acuerdos”, agrega.
MESAS DEMOCRÁTICAS
Para la psicoanalista Marita Hamann, los movimientos violentos no ocurren solo en el país ni son exclusiva respuesta de la izquierda. “Tienen que ver con movimientos globales de crisis de autoridad y autoritarismo, representados, por ejemplo, en lo que ocurrió en el Capitolio con los seguidores de Donald Trump, como sucede en Brasil o en Europa con los movimientos de ultraderecha”. Para la especialista, todos los movimientos de derecha aducen siempre que del otro lado hay terrorismo o movimientos comunistas como la razón y justificación de la respuesta autoritaria. Esto pasa también en Chile, Argentina o Brasil. “Y es irónico, porque el conservadurismo de ultraizquierda confluye con el de ultraderecha”, agrega Hamann. A su juicio, esto genera una sensación de indignación y de injusticia que, casi como consecuencia natural, lleva a compartir opiniones con la gente más cercana. El reencuentro navideño, tras casi dos años sin reuniones de ese tipo a causa de la pandemia, se presenta propicio.
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“En todo país hay conflictos y, como las crisis, estos son también oportunidades. En el Perú no hay una identificación de unos con otros que sea sólida, compacta, consistente. Ahora, no creo que sea la Nochebuena más polarizada en mucho tiempo. En las familias autoritarias, seguro no se hablará del asunto y en las más liberales, sí”, asegura.
Por eso, la psicoanalista sugiere no ignorar esos temas durante las fiestas de fin de año. “Recomendaría conversar como hace la gente para resolver sus diferencias. Para poder conversar, yo tengo que suponer que el otro tiene algo que decirme. No se trata de esperar a que el otro se calle para decir lo que pienso, sin haberlo oído. Debo ver cuál es su argumento, porque alguno debe tener, y desde allí quizá podamos encontrarnos en algún punto. Para llegar a un acuerdo no tenemos que pensar igual. Respetar no es pensar igual, es tolerar nuestras diferencias, teniendo en cuenta que la democracia no es lo que piensa la mayoría, sino la inclusión de las minorías”. Y agrega: “La democracia implica un Estado de derecho. Lo mismo debe tomarse en cuenta en una conversación dentro de una familia”.
En esa línea, Ricardo Cuenca aclara que es mejor llegar a acuerdos que consensos, porque los acuerdos admiten disensos. “Hemos empezado a creer que la única manera de actuar democráticamente es con consensos, que todos aceptemos lo mismo. Sin embargo, eso es imposible. Esto abre la puerta justo a lo contrario de lo que se busca, y es que se genere polarización porque no puedo aceptar al otro, no puedo convencer al otro de que mi idea es la que vale, en lugar de aceptar las diferencias de ideas”.
El problema de fondo, sin embargo, es que existen problemas estructurales que requieren ser atendidos. “Necesitamos revisar qué estamos entendiendo por educación de calidad. La escuela es el espacio de formación, hay que incorporar pensamiento crítico, una participación ciudadana más activa. Si solo nos concentramos en matemáticas y comprensión lectora, vamos a seguir teniendo sujetos formados en esto”. //