Para entender a Gabriel García Márquez, es necesario comprender al Caribe colombiano, sus tradiciones y los pueblos que dan vida a gran parte de su narrativa literaria, la cual puede entenderse como una canción. No un tema de rock o música urbana, sino una melodía tradicional proveniente de su diversidad cultural, por ello, libros como “Cien años de soledad” no son más que un vallenato de 450 páginas, cifra variable según la edición.
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De esa historia que presenta a Macondo y los Buendía —sin mencionar a los incontables Aurelianos— se desprenden fragmentos de distintos lugares por los que Márquez transitó. Pasando de ser un lector de Faulkner y Carpentier a uno de los escritores más prolíficos de Latinoamérica, y de su natal Colombia, donde lo real y lo mágico no conocen fronteras, dando paso a historias increíbles gestadas a orillas del río Magdalena.
Dentro del continente
Basta con adentrarse en Santa Cruz de Mompox, para apreciar este pueblo atemporal, donde se dice que es “tierra de Dios”, añadiendo: “En donde se acuesta uno y amanecen dos”, en alusión a su pasado colonial próspero, reflejado en su arquitectura, la avanzada técnica en filigrana y las calles estrechas que, al cenit del día, brillan bajo el calor.
Tras dejar el pueblo que, según el moribundo Bolívar que Márquez retrató en “El general en su laberinto”, no existe, la ruta continúa a través de pequeños poblados. Aparecen Talaigua Nuevo, Santa Ana, Los Andes, El Difícil, Bosconia, El Copey y Loma del Bálsamo, donde se repite la dinámica de buscar el frescor, ya sea en una botella de agua, a la sombra de un pórtico o sentados en una silla de plástico, abanicándose con cualquier objeto que cumpla la misma función que el anochecer.
Luego de cuatro horas de viaje, Aracataca aparece como una oda a Gabriel García Márquez, quien nació y vivió sus primeros días caminando en los adoquines del pueblo. Hoy, es inspiración para bares, hoteles, murales y restaurantes. Entre las casas y la vegetación que se mezclan, todo alude a la obra del fallecido Nobel, de quien se desprende la palabra “macondiano”, término utilizado por los pobladores para describir sucesos increíbles de la realidad, como plantas que auguran la muerte del hombre de cada familia, árboles embarazados (uno de los cuales lleva por nombre Macondo), o la creencia de que las mujeres que se bañan en sus aguas se quedan en el pueblo para siempre.
En orillas cálidas
Rumbo al norte, a orillas del mar Caribe, junto a la Sierra Nevada de Santa Marta, aparece la ciudad de Ciénaga, sobreviviente de la masacre de las bananeras. Hoy, alberga un templete central que simboliza la paz y es hogar de estructuras portentosas construidas para perdurar por muchos años más.
Siguiendo el rumbo, aparece una gran ciénaga, relatada en “Cien años de soledad” como una pista para encontrar Macondo, aunque no se mencionan los palafitos que se agrupan para formar comunidades vivas de Buenavista y Nueva Venecia, donde se convive con la naturaleza. Aquí, se utilizan canoas impulsadas por palos que golpean el sedimento a metro y medio de la superficie. En este lugar, se suceden eventos como exorcismos sincréticos que combinan rezos evangélicos al ritmo del tambor alegre, o historias de pescadores fantasma que castigan al ávaro. Al anochecer, en la tranquilidad que proporcionan los manglares, la luz de Barranquilla ilumina como un amanecer y marca el próximo destino.
Tras un recorrido en lancha hasta el puerto más cercano a la gran urbe, las calles y casonas de Barranquilla cuentan sus propias historias: las de pintores, escritores, artistas plásticos y lugares favoritos de Gabriel García Márquez, como el restaurante La Cueva, donde se reunía con amigos artistas, el Hotel San Nicolás Colonial (antes conocido como El Rascacielos), la sede de El Heraldo, entre otros lugares de la ciudad que parecen nunca descansar.
Cartagena marca el punto final, con sus murallas que se mantienen únicamente permeables por las multitudes que entran y salen de sus calles señoriales, donde las olas azotan con fuerza y lo “macondiano”, a pesar del bullicio de una gran ciudad, se esconde en historias de apariciones de mujeres vestidas de blanco o de pájaros que profetizan el amor entre dos personas.
Si hay algo cierto, es que Macondo no existe. Es, más bien, una mezcla de características de la costa atlántica de Colombia y los pueblos que la rodean. Así como una serie o una película no pueden capturar toda la riqueza de un libro, la literatura tampoco puede encerrar la maravilla de los habitantes del Caribe colombiano. Para encontrar Macondo, siempre será necesario empacar las maletas y adentrarse en esos parajes reales que, por más que pase el tiempo, nunca dejan de ser maravillosos.
Temporada ideal
La mejor época para visitar la costa caribeña de Colombia es de diciembre a febrero, cuando el clima es seco y soleado, sin lluvia y con temperaturas entre 21 °C y 32 °C.
Experiencia completa
Se puede vivir esta experiencia que conecta el Caribe colombiano con Gabriel García Márquez a través de Impulse Travel: impulsetravel.co/es. Los precios van desde 2,000 dólares por persona.
Recomendaciones
Es importante contar con la vacuna contra la fiebre amarilla y llevar efectivo en pesos colombianos, ya que en algunos lugares no se aceptan tarjetas de crédito.