Es un reto escribir sobre un disco de la estatura de Nevermind sin caer en el juego del adjetivo sonoro o los superlativos, esos que la nostalgia rockera reserva a sus tótems. Pero tampoco se puede ser mezquinos. El influyente segundo álbum de Nirvana, aparecido un día como hoy, se merece los elogios que ha acumulado desde hace treinta años. Lo reconocen incluso los que están convencidos de que no sería el mejor disco de estudio que nos entregó Kurt Cobain.
El disco con la portada del bebé salió en un generoso 1991 que hoy día se recuerda como un año bisagra en la música. Ese mismo año que nos regaló joyas y discos importantes como Out of Time (REM), Loveless (My Bloody Valentine), Blue Lines (Massive Attack), Achtung Baby (U2), Blood Sugar Sex Magic (Red Hot Chili Peppers), Metallica (Metallica), Trompe Le Monde (Pixies) Ten (Pearl Jam) y El Circo (Maldita Vecindad), por mencionar solo algunos. A Perú la estela de estos llegaría un poco demorada, hasta con un año de retraso, pero finalmente se impondrían entre los gustos juveniles.
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Eso pasó con Nevermind. El grupo tuvo una primera acogida moderada en las radios rock de Lima como Doble Nueve o Miraflores. Con decir que no se coló en el popular ranking de fin de año de la primera estación sino hasta 1992, cuando Come As You Are, su segundo single, pudo trepar hasta el puesto 6 [a alguien le pareció que Two Princess, de Spin Doctors, era una mejor canción]. Más sorprendente es que el smash hit del grupo, Smells Like Teen Spirit, se contentó con ubicarse apenas en el puesto 23. El tema fue un previsible hitazo en todo el país después, cuando se coló en radios fórmula y de alcance nacional como Studio 92.
Con Nevermind sucede que se destaca menos su secuencia de canciones, incontestable en cada ruido y en cada melodía, que su importancia histórica, casi antropológica, como un revulsivo del cambio. Como si una faceta se hubiera tenido que comer a la otra, en un argumento falaz. Sus detractores acusan al productor Butch Vig de domesticar el sonido de los de Seattle cuando les tocó grabarlos, y hasta el grupo mismo pensaba igual, como lo demostraron tras la salida de In Utero (1993), el menos pulido disco que siguió a Nevermind y su último antes del suicidio del cantante Cobain en 1994.
No obstante, no se puede soslayar la importancia del Nevermind como el último álbum rock que cambió las reglas del mainstream; el último que declaró la obsolescencia de toda una generación de rockeros adulto contemporáneos, de la noche a la mañana, abriendo una compuerta a nuevos sonidos que asaltarían los diales.
De pronto, las estaciones de radio en los años 90 parecían emular pequeñas emisoras universitarias, de esas que prefieren los sonidos más novedosos que la parrilla de artistas de toda la vida. Mucho se recuerda como Nevermind destronó a Michael Jackson de los charts radiales. Fue nuevamente simbólica esa gesta. Jackson, que se retrataba a sí mismo como un rey, un dios o un dictador era vencido por los freaks del salón, esos con sus chompas agujereadas y las cabelleras largas y sucias.
Incluso los fans que aseguran en retrospectiva que In Utero (1993) fue la obra definitiva de Kurt Cobain y compañía, saben que Nevermind ganó en el juego de la historia y que todo lo demás es revisionismo. El que vivió la época no necesita que se lo cuenten. El que no, quizá necesite conocer algunas claves de por qué se trató de una revolución en toda regla. Probablemente la última a gran escala que vivió el espejo del mainstream rock antes de ser pulverizado en miles de nichos de consumo, como es ahora.
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¿Por qué Nevermind cambió la historia de la música?
Fusiló a los viejos dinosaurios del rock
Hacia fines de los 80 el mainstream rockero estaba compuesto por una de las corrientes más cuestionadas de la historia del género: el glam rock o “hair metal” de bandas como Poison, Bon Jovi, Warrant, Cinderella, que promovían un rock divertido y frívolo. Cobain no podían estar más en las antípodas, con su punk rock feminista que colisionaba con la misoginia de los otros. Ambos géneros convivieron durante un tiempo hasta que la oferta de Nirvana se impuso y los tipos de spandex y la laca fueron jubilados por sus sellos.
Promovió que nuevos sonidos salieran al frente
Nirvana no inventó la pólvora con Nevermind y ellos lo reconocían. Su sonido era deudor de los independientes Pixies y el mismo Cobain solía decir que los Beatles y Black Sabbath estaban entre sus modelos compositivos. Solo que, a diferencia de los liderados por Frank Black, Nirvana sí tuvo una real pegada comercial gracias al bombazo de Smells Like Teen Spirit. Los grandes sellos olieron el dinero y se pusieran a buscar a bandas de corte similar. Esto supuso una renovación total de la oferta durante unos años, en donde hasta los rockeros más raros recibían un contrato con una multinacional.
Sentó las bases para un nuevo tipo de estrella de rock
Lo que populariza Nirvana con Nevermind, probablemente sin proponérselo, es el retorno a la figura del músico como artesano y hasta obrero de sus canciones, un militante atento de las causas nobles pero aterrizado en sus maneras y hasta en sus ropas silvestres. No había ya artificios glam ni mesianismos a lo Bono. Solo músicos que no se diferenciaban en nada de la gente que los escuchaba abajo de la tarima, como en el punk. La estética pegaría mucho en las estrellas de los primeros 90.
Expandió la noción de lo que es pop
La popularidad de Nevermind no solo se restringió a los circuitos rockeros de toda la vida sino llegó a hacer el trasvase o crossover al mundo del pop, como lo lograran un poco antes sus admirados R.E.M. Cobain, después de todo, no solo era fan de bandas punk y hardcore sino de los suecos ABBA y otros grupos de pop con los que nutriría su educado oído para la melodía. De ahí que el grupo considerara a su segundo disco como “música para niños”. Querían decir, canciones cortas y pegajosas, con grandes coros que podían gustar a cualquiera.
Influyó a medio mundo, desde fans del grunge hasta músicos peruanos
Como sucedió con el punk de 1977, la popularidad de Nevermind consiguió que muchos jóvenes se armaran de guitarras y se subieran a los estrados. No había que ser un gran guitarrista ni cantar bonito. En los años que siguieron, aparecieron mil y un clones como Silverchair. Su arrastre hizo que las bandas populares de Seattle saltaran al mainstream (Pearl Jam, Alice in Chains, Soundgarden), lo que la prensa llamaría la escena grunge. Incluso en el Perú, grupos como G-3 dieron un viraje del hardcore al grunge en discos como Psicotropía (1994). Otros, como Rafo Ráez, Valium o Actitud Frenética, de Ronieco, se mostrarían tributarios de Cobain en algún momento. El Perú cuenta además con 533 peruanos llamados “Nirvana” (según RENIEC) además de un imitador de Kurt Cobain, Ramiro Saavedra, mencionado por el propio grupo a través de redes sociales. //
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