ÍCONO VIVIENTE. A sus 85 años, Nora de Izcue sigue perteneciendo a la Unión de Cineastas Peruanos. “Nunca voy a dejar el aspecto gremial de mi vida”, dice.
ÍCONO VIVIENTE. A sus 85 años, Nora de Izcue sigue perteneciendo a la Unión de Cineastas Peruanos. “Nunca voy a dejar el aspecto gremial de mi vida”, dice.
Ana Núñez

Hasta inicios de 1967, Nora de Izcue (1934) era –según sus propias palabras–, una dama de la alta sociedad limeña, que había sido educada para casarse y tener hijos. Como la mayoría de las mujeres en aquellos tiempos. Porque “calladita te ves mas bonita” y “detrás de todo gran hombre...”. Su primer acto de rebeldía contra esa sociedad en la que ninguna mujer se atrevía a dejar un matrimonio infeliz, fue pedir el divorcio con 32 años, cuatro pequeños hijos y sin mayor oficio ni beneficio. Para la época, fue casi un acto revolucionario, pero aún más lo fue comenzar a estudiar cine junto a un gran puñado de varones. Quién diría que la otrora dama de la alta sociedad se convertiría en la primera cineasta de nuestro país, en una mujer de izquierda que haría del cine una herramienta para la denuncia, para la lucha social y para generar cambios.

De Izcue tuvo el privilegio de aprender de uno de los mejores. Estudió en la Academia Nacional de Cine de Armando Robles Godoy entre 1967 y 1968 (y terminó como la mejor alumna de su promoción), pero ya después del primer año ella y el cineasta se habían asociado para crear Amaru Producciones, desde la cual Robles dirigió sus galardonadas películas La muralla verde y Espejismo. Nora fue su asistente y además realizó el making-of de la primera de ellas.

En el interín, sin embargo, De Izcue había vivido una de las experiencias que revolucionarían su hasta entonces pequeño mundo: a pedido de un psiquiatra loretano que trabajaba en una universidad de Canadá, viajó a Iquitos para filmar algunas escenas de una ceremonia de la ancestral práctica del ayahuasca. Fue entonces que se dio cuenta de que había estado viviendo en una burbuja, que el Perú era más grande y maravilloso de lo que hasta entonces había podido imaginar. Que un hombre al que llamaban “shamán” podía hacer magia, pero verdadera magia. Y que en realidad esa magia cubría a todo y a todos los que ahí, en la jungla, habitaban. Estaba fascinada.

Su experiencia personal con la ingesta de la planta sagrada no pasó de ser para ella “una experiencia interesante”, pero aquel viaje en su conjunto fue toda una revelación. “Ese viaje me enseñó otro mundo y me mostró qué tipo de cine quería hacer. Yo quería descubrir el Perú, quería descubrir a sus pobladores y quería también que otros los descubran y se fascinaran como yo”, comenta Nora, hoy de 85 años.

Esas fascinación fue determinante para que prácticamente la totalidad de su obra se enmarque en lo que llamamos cine documental. Desde un inicio ella supo que lo suyo no iba por el cine comercial, ni en cuanto a las temáticas ni en cuanto a la duración (de sus casi 20 obras, apenas cuatro son largometrajes y la gran mayoría son mediometrajes). En sus películas, ella quería mostrar ese nuevo mundo que estaba conociendo gracias al cine y a la vez intentar cambiar lo que estuviera mal en él, lo que no fuera justo.

SU LUCHA ES DESDE EL CINE

De hecho, su primera película, Runan Caycu (expresión quechua que significa ‘soy un hombre’), recoge el testimonio de Saturnino Huillca, líder campesino de las comunidades cusqueñas que encabezó los movimientos de rebelión rural durante los años previos a la reforma agraria ejecutada por el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado. Era el año 1973 y, poco antes, ella y Armando Robles Godoy habían decidido que cada uno tomaría su propio camino.

Aunque el SINAMOS (entidad estatal creada por el gobierno militar) prohibió su difusión en las salas de cine, Runan Caycu ganó la Paloma de Plata del prestigioso Festival Internacional de Cine Documental de Leipzig (Alemania) en ese año y es, hasta la fecha, su obra más emblemática y por la que muchos estudiosos e investigadores la siguen buscando.

Nora de Izcue es considerada un ícono viviente del cine latinoamericano y sus méritos van más allá de sus películas. Tras Runan Caycu, nuestra cineasta fue invitada a integrar el Comité de Cineastas de América Latina. Junto a ellos, hace 35 años formó la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, con Gabriel García Márquez a la cabeza. Su primera acción fue crear la hoy famosa Escuela de Cine de San Antonio de los Baños. “Queríamos formar nuevos cineastas, pero que estén comprometidos con el cine latinoamericano, con sus realidades, con sus países”, dice.

Tras películas como Wiñaypacha y La revolución y la tierra, De Izcue siente que el cine peruano pasa por un momento que la entusiasma mucho. Actualmente, está en ejecución un proyecto de digitalización de sus películas. Ojalá las podamos tener pronto en grandes salas de cine. //

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