La familia Nicolini Selk ha seguido su cuarentena con responsabilidad. Ambos papás, Cynthia y Jorge, han teletrabajado mientras sus hijos Stefano (6) y Emilia (3) se han quedado con ellos en casa atendiendo las clases virtuales. Encerrados, los cuatro han pasado juntos el tiempo que antes no tenían. Se han amado y estresado en igual proporción. Cuando el Estado autorizó la salida de los chicos por media hora al día, los padres decidieron que fueran al parque con los cuidados del caso. Eso aliviaba a los pequeños, que liberaban energía; y a los grandes, porque disfrutaban los beneficios de ese desahogo. Sin embargo, la pena por no poder ver a las abuelas en más de tres meses agobiaba a todos. ¿Cómo compartir tiempo con ellas sin que nadie corra peligro de contagio? ¿Cómo iba a funcionar cuando el confinamiento terminara, pero la pandemia no? La mejor opción que han encontrado, por el momento, es citarse con ellas en un parque de Surco (todos viven en el mismo distrito) de forma esporádica controlando los riesgos. Así, en distintos días, Doralí e Ingrid (usualmente enclaustradas) ven a sus nietos revolotear y jugar a metros de ellas en un espacio muy abierto, sentadas en sus propios bancos de plástico. No hay el contacto que se quisiera, no. Pero están juntos y, a la vez, no, que es a lo que más se puede aspirar en estas circunstancias. Los primeros ensayos de la nueva normalidad de los Nicolini se volverán una práctica poco frecuente después del 30 de junio, cuando el confinamiento se levante. Esa es la formúla propia que han hallado para proteger su salud. Y, a su vez, la cordura y el corazón.
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