La primera expropiación en Lima no la realizó un gobierno de aires comunistas sino un grupo de monárquicos católicos de caras rosadas y barbas tupidas. Al expropiado de esta historia, el cacique de Lima Taulichusco, los españoles le quitaron todo, hasta el nombre. Bautizado como “Gonzalo”, como mandaba el uso, al buen Tauli se le despojó de su cómoda casa con vista al río Rímac y le ofrecieron tierras en Chontay (Cieneguilla), como para no tener que oír sus quejas. Con pequeñas variantes, la escena se repetiría muchas veces con los inquilinos de ese lugar conocido hoy como Palacio de Gobierno.
Sobre la casa de Taulichusco, la más importante de la zona, el conquistador Francisco Pizarro mandó poner en 1535 los cimientos de su morada, un solar más bien modesto, apenas apuntalado y sin ninguna estética, según las crónicas, conocido por esos años como La Casa de Pizarro. El lugar sería testigo de escenas de contraste: desde la sobriedad de un Pizarro entregado a la agricultura (plantaría una higuera a cuya sombra luego descansaría) al lujo de las fiestas virreinales con tapadas, y hasta episodios de traiciones por montones, dignas del mejor capítulo de “Juego de Tronos”.
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El suelo de Palacio ha sido manchado de sangre muchas veces, sobre todo la de sus pobres guardias, mientras aventureros de apellido sonoro subían sus escaleras con armas en mano en busca del dueño de casa. En tiempos de Pizarro fue víctima de un asedio de 12 días por parte de las huestes de Titu Yupanqui. El fundador de Lima la libró con tal suerte que ni bien pudo asomar cabeza se fue a un cerro y plantó una cruz en agradecimiento. Años después moriría ahí mismo, asesinado por los almagristas. Y ese mismo lugar vería, siglos después, a una turba iracunda ingresar por sus puertas para intentar ajusticiar a Tomas Gutiérrez, uno de los asesinos del presidente Balta.
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Como ha dicho el historiador Juan Luis Orrego, aquella zona fue siempre un centro de poder y no un símbolo colonialista, como anunció el presidente Pedro Castillo en su mensaje de asunción y en la cara misma del rey de España. El palacio actual, domicilio de los últimos presidentes, no tiene ni cien años de construido y es de marca estrictamente republicana, iniciada por Augusto B. Leguía y culminada por Oscar R. Benavides. Si algo han tenido en común con todos los edificios que lo precedieron son sus cimientos sobre los cuales recaen misterios de todo tipo.
Túneles, remodelaciones y otras catástrofes
Misterios abundan como el de la supuesta existencia de una red de túneles que se extendería como arterias de un órgano a puntos estratégicos de la ciudad. Es lo que reportaba la revista Variedades en 1910: una carroza pesada había cruzado el frontis de palacio, con tal mala suerte que una de sus llantas se atascó. “Al moverla apareció negro, húmedo, maloliente, un hueco”, indica el anónimo cronista. De inmediato decenas de transeúntes acudieron atraídos por el magnetismo del agujero, como si fuera un portal dimensional. “Husmearon los transeúntes y divisaron al fondo un pasaje subterráneo. La excitación llevó a la gente a pensar que podía tratarse de un tapado”.
Hasta ahora corren leyendas urbanas sobre posibles búnkeres e incluso de la existencia de tesoros enterrados como el del rescate a Atahualpa. Hasta que algo de eso se pruebe, todo es fruto del folklore popular en la ciudad de los chismes.
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Igual, desde aquel lejano 1535, la zona ha sufrido todo tipo de catástrofes. En 1586, explica el arquitecto Carlos Cosme, autor de una tesis sobre historia de la arquitectura colonial peruana, la original casa de Pizarro quedó nivelada con el suelo, al igual que el 90% de la ciudad por un terremoto. La razón del desastre arquitectónico tendría que ver menos con la intensidad del sismo que con la nula preparación de los peninsulares para eventos raros como que de pronto se mueva la tierra. En 1769 otro incendio acabó con la sede del gobierno y hubo que ponerse nuevamente a trabajar.
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Un palacio convertido en museo
Su penúltima reconstrucción la podríamos conocer ya con los ojos, gracias a la fotografía de mediados del siglo XIX. En esas estampas se ve un Palacio amplio aunque sobrio, con pequeños negocios ubicados en su puerta, como apunta Vladimir Velásquez, director del proyecto Lima Antigua, quien cedió las fotos históricas para esta nota. Este edificio sobrevivió hasta el 3 de julio de 1821, cuando otra vez un incendio (iniciado sospechosamente en el despacho presidencial) obligaría a la construcción de la última sede de gobierno.
Luego de marchas y contramarchas llegamos al Palacio que todos conocemos, de estilo francés y pinceladas neocoloniales. Es inaugurado en 1938 y es la casa que ha acogido a casi todos los presidentes –algunos, como Pedro Pablo Kuczynski, solo lo usaban como despacho-. De esa edificación fue sacado Fernando Belaúnde en pijama, en 1968. Y ese mismo Palacio fue objeto de un ataque terrorista en 1991, cuando cuatro granadas lanzadas por el MRTA impactaron contra su estructura. El último asalto contra él, contenido por la policía, fue el del movimiento extremista La Insurgencia (antes La Resistencia) que pretendió llegar a la sede el 16 de julio pasado, sin éxito.
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El poder debe ser fiscalizado
Palacio ha sido víctima en últimos años de otro tipo de despropósitos, como ser usado como peña criolla privada por mandatarios adictos a la jarana y al etiqueta azul, y para dudosos encuentros clandestinos, sin pasar por mesa de partes, como el escándalo de Richard Swing.
La última noticia es la intención del presidente Pedro Castillo de desentenderse de él, convertirlo en un museo, igual a como hizo Andres Manuel Lopez Obrador, el presidente de México, con el palacio de los Pinos. La decisión del mandatario peruano presentaba el problema añadido de saber desde dónde pretendía gobernar el nuevo mandatario y bajo que luz fiscalizadora. No olvidar que de acuerdo a la Ley 28024 de gestión de intereses y su reglamento. (DS120-2019- PCM), las reuniones del jefe de Estado son públicas.
Si bien hay polémica sobre el interés de convertirlo en un museo -el arquitecto Cosme asegura que Palacio de Gobierno tiene una colección de arte que bien vale el pago de una entrada, como sucede con el Palacio Real en Madrid o el de Aranjuez-, el tema del futuro despacho presidencial no era menos importante. Esta semana, ante la presión de la prensa y parte de la oposición, el presidente Castillo finalmente ha retrocedido momentáneamente y resuelto que sí ocupará la casa de gobierno al menos hasta que encuentre una nueva desde definitiva. //
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