Una sombra atraviesa pacientemente cochas y ríos, vastas extensiones verdes, copas de árboles de distintos tamaños y edades. La geografía es magia que se transforma a su paso. Es una silueta que extiende sus alas, parece agitarlas, se atreve a raudos vuelos y desafía el aire, los vientos selváticos e incluso a la lluvia. Sin embargo, este espectro alado despliega un señorío distinto del que las aves heredan de la naturaleza. No emite un canto o un graznido; no come, no pesca, no tiene crías o huevos; no anida. Pero sí caza, observa, protege y señala, para que la naturaleza se siga sucediendo en paz. Tiene hélices, batería, cámara y la alta tecnología que contiene es dirigida gracias a un control remoto, a varios kilómetros de distancia. Aunque los incautos podrían confundirla a lo lejos con una garza, un camungo o un gallinazo Don Juan, aquella sombra casi omnisciente es el sello de la presencia de un dron, capaz de llegar a rincones inhóspitos de la selva, allí donde algunos valientes pobladores ponían pie solo tras una semana de caminata entre serpientes, lagartos, tábanos o zancudos ‘con hueso’, para proteger los bosques de madereros ilegales, sembradores de coca, traficantes de tierras, pescadores que envenenan los ríos o viles secuestradores de animales.
Gracias a estos drones, los pobladores de tres comunidades nativas ubicadas en la zona de influencia y amortiguamiento del Parque Nacional Sierra del Divisor –Callería, Patria Nueva y Nuevo Saposoa– se han convertido en su primera línea de protección. De más de 1’350.000 hectáreas, entre los departamentos de Loreto y Ucayali, en esta zona natural protegida habitan 300 especies de peces, 107 de anfibios, 80 de reptiles, 559 de aves y 122 de mamíferos, además de 430 especies de mariposas y 1.300 de plantas, según Sernanp. “Es importante la protección de este parque nacional, porque tiene una particularidad: posee un sistema de cadenas montañosas que es único en la selva baja del país. Es un ecosistema privilegiado que se extiende hasta Brasil, además de ser la naciente de varios ríos”, nos dice María Elena Díaz Naupari, jefa del citado parque nacional.
El verde borde
Desde los seis años se acostumbró a dar largos paseos con su padre o con su abuelo a través del bosque, reconociendo hojas, ramas, semillas, raíces o frutos. También a resbalar por los humedales, a seguir el vuelo de las aves de árbol en árbol, reconocer los ojos rojos de los lagartos en las noches o aprenderse el nombre de cada una de las 32 cochas que hay en su comunidad nativa, como si se tratara del origen del mundo en el que recién se les iban poniendo nombre a las cosas. Miguel Cairuna Cauper reconoce hoy, 26 años después, que todo ha cambiado mucho. “Sí, había más fauna, por un lado, pero por otro era más fácil que los madereros ilegales talaran árboles y le ofrecieran a mi familia o a la gente de la comunidad solo un costal de arroz o uno de azúcar a cambio de árboles centenarios”, nos cuenta, mientras nos deslizamos bajo el frondoso camino que nos lleva a un gigantesco shihuahuaco de 700 años de edad, el árbol más representativo de la comunidad de Nuevo Saposoa con sus 40 metros de altura, venerado como un espíritu ancestral. En peligro de extinción, representa las amenazas que se ciernen sobre los bosques amazónicos. La comunidad cuida sus semillas y las siembra nuevamente. Gracias a la atenta vigilancia que realizan con drones que llegan hasta los seis kilómetros de altura, ante una situación de peligro, una app transmite a la Marina de Guerra las coordenadas de la amenaza para que ellos actúen. “No han dejado de venir nunca”, nos dice Miguel, mientras recuerda que hace solo seis años un vecino de Patria Nueva fue asesinado, aparentemente, por descubrir los sembríos ilegales de coca. Lo mismo sucedió en el 2013 en una comunidad asháninka cercana, con el recordado líder medioambiental Edwin Chota y otras tres personas.
Gracias a la seguridad que sienten ahora, se preparan para recibir turistas en un pequeño albergue que están terminando de construir. También continúan con la cuidadosa elaboración de artesanías y la crianza de alevines de paiche en sus cochas, gracias al soporte técnico y acompañamiento de WWF, que también los ayuda en la elaboración de los planes de vida que incluyen las actividades sostenibles necesarias para cada comunidad específica. En Patria Nueva, por su parte, miles de taricayas volvían esta misma tarde al río, gracias a un programa del Sernanp, que las protege desde que son un huevito y las cría por un tiempo para evitar su temprana depredación.
¡Qué tal paiche!
Hace 40 años, a fines de los 70, el pequeño Alfredo Rojas Flores seguía a su padre, un diestro cazador de paiches, hacia las aguas del río Amazonas, observándolo con la expectativa de quien presencia una gesta épica. Hoy, puede aplicar el conocimiento adquirido en aquella infancia loretana en Callería, el lugar donde vive desde hace 25 años, una comunidad ubicada a cuatro horas de navegación en bote desde Pucallpa, siguiendo el curso del río Ucayali. Nuevo Saposoa y Patria Nueva están a una hora de aquí, tras ingresar por intrincadas quebradas que prometen un lugar paradisiaco y secreto. Alfredo es presidente del Comité de Crianza de Alevines de Paiche de Callería y, al mismo tiempo, presidente de la Asociación de Pescadores Artesanales Shipibos (Aspash), que forma junto a sus dos comunidades vecinas. “Antes de esta asociación, integrada por ocho hombres y nueve mujeres, el paiche estaba en peligro de extinción. Ahora los niños pueden acercarse a ellos y verlos crecer”, nos dice. Para el cuidado de las crías se han construido jaulas que se colocan en el mismo río, manteniendo al paiche en cautiverio, pero bajo cuidados, lejos del peligro de la pesca indiscriminada y el aumento de temperatura de las aguas –producto del calentamiento global–, que estaba por terminar con él. Allí lo alimentan diariamente, lo miden, lo pesan y le curan alguna herida. Eso, hasta que alcanza los 14 o 15 meses de vida, cuando tendrá entre 15 y 18 kilos y llegará a medir 1,20 o 1,30 m de largo. “El CITEP [Centro de Innovación Tecnológica Pesquero de Produce] nos ha capacitado. Pronto, además de paiche fresco, ofreceremos filete de paiche light, paiche ahumado light, hamburguesas de paiche o la rica cecina de paiche. WWF nos está ayudando a armar nuestro plan de negocio”, asegura Alfredo.
Antes de volver al concreto y al asfalto limeños, Germán y Deyvis, catalogados jocosamente como “emborrachadores oficiales de paiches, internacionalmente famosos”
–dicen de ellos que se sumergen a ‘conversar’ con los peces antes de pescarlos–, nos dan la lección holística del viaje, ante la agitación política actual: “Cada planta, cada árbol, cada animalito tiene espíritu: hay que cuidarlos y respetarlos. Aquí el presidente del Perú somos nosotros”. //