Pilar Sordo, la reconocida terapeuta y conferencista chilena, se fue hace seis meses a vivir sola al sur de su país. De hecho, junto a un hermoso lago. Ahí pensaba jubilarse y pasar la vejez, pero la pandemia adelantó los planes, al menos por ahora. Desde allí reflexiona, estudia y se conecta todo el tiempo con mujeres de Hispanoamérica, incluyendo el Perú a través de la plataforma digital Compartiendo Sabiduría. Somos conversó con ella.
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–Usted se dedica a motivar a las personas a alcanzar la estabilidad emocional. ¿Cuán difícil ha sido esto el último año?
Hablaré por mí, pero sé que le ha pasado a muchos otros terapeutas. Es difícil que a uno le toque en la vida acompañar procesos de otros que uno también está viviendo. Cuando quedé viuda, yo no atendí pacientes durante la primera etapa del duelo. Yo ayudé a viudas después de haber transitado por mi proceso. Entonces, sobre la pandemia, yo no había vivido antes esto: tengo que sostener la angustia de alguien y al mismo tiempo la mía, mi propia incertidumbre. Y ese proceso cansa mucho… A la vez, claro, es hermoso porque uno puede compartir desde la honestidad y eso ayuda al crecimiento de todos.
–¿Cómo están sus compatriotas? Chile vive un momento agridulce. Es el país que más rápido vacuna en el mundo, pero los picos de contagios son altísimos.
Un poco como en todos lados. Con problemas económicos y sociales gigantescos, con un Estado que no ha sabido responder a las necesidades de su gente, con emprendimientos que se han ido liquidando de a pocos, con personas generando redes de apoyo… Y por otro lado está la vacunación. Yo ya tengo la primera dosis de la vacuna. Me falta la segunda, que será a finales de abril. Eso nos tiene esperanzados. Pero sí, como dices, las situaciones se entrecruzan. La gente se ha confiado con las vacunas y ahora estamos angustiados, con miedo. Este año va a ser más incierto que el 2020 porque hay más variables en juego. Hay cansancio, nuevas cepas. Y está todo el tema de que la gente no puede respetar las reglas sanitarias...Nosotros somos países pobres, tenemos que tener redes de solidaridad o de contención, activar el potencial humano.
–Es imperioso entender que el problema es de todos…
Mira, el gran problema del mundo hispano es la falta de amor propio. Creo que como pueblos tenemos una autoestima pésima. Funcionamos permanentemente desde la carencia y eso nos ha hecho muy individualistas. Ciertamente, uno de los problemas de esta situación es que no hemos logrado entender que esto se soluciona en colectivo. Si yo me estoy quedando en mi casa, al hacerlo te cuido a ti. Eso es algo que objetivamente no hemos sido capaces de entender. Somos pueblos que no sabemos expresar lo que sentimos. Le tenemos mucho miedo al miedo y cuando pasa eso, hay negación. Y la negación se transforma en omnipotencia. Entonces ahí están las fiestas clandestinas, el señor que no usa mascarilla cuando corre... Creo que la enseñanza en esta historia es empezar a educar emocionalmente a nuestros pueblos, hacerlos responsables de sus propias conductas.
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–¿Cómo se lidia mejor con la fatiga pandémica: aceptándola o combatiéndola?
Aceptándola. Hay una definición, de todas las que he estudiado, que es “perder la urgencia”. Perder la urgencia de que las cosas sean lo que yo quiero que sean. Eso no pasará. No todas, por lo menos. Hay que aceptar que el ser humano perdió el control. Hay que comprender que lo único que yo controlo es mi actitud frente al otro, frente a lo que va a pasar en la vida. Yo puedo decir “qué horror” o “qué maravilla” y ahí está la diferencia. Frente a todas las dificultades que estamos enfrentando podemos elegir cómo vivir este proceso: como un aprendizaje y desarrollar autoestima o vivirlo solo como una tragedia y no avanzar un paso.
–Ha dicho que pusimos demasiadas expectativas en el 2021, que está siendo peor que el 2020. Ahora estas se fijan en las vacunas. La gente piensa que ya vacunada se acabó todo, pero no. ¿Por qué cree que es mejor ir por la vida pensando “será lo que tenga que ser”?
Porque las soluciones van de adentro hacia fuera. ¿Por qué nos ilusionamos tanto con la vacuna? Porque estamos sobreentrenados para solucionar todo desde afuera. Que si tenemos más plata vamos a ser más felices, que si tenemos éxito... Nos dijeron: “viene la vacuna” y nos olvidamos del autocuidado. En Chile pasó. Nos enfocamos en las soluciones de fuera y no pusimos de nuestra parte. Este año nos hemos dado cuenta como nunca de que no necesitamos tanta ropa o carteras. Eso no da paz. La paz se trabaja desde dentro.
–Sobre ser agradecido en pandemia. Es vital, claro. Pero sucede a veces que uno se dice a sí mismo: “No estés triste, hay salud, hay trabajo”. En exceso eso reprime a su vez muchos sentimientos de dolor. ¿Hasta qué punto hay que ser agradecido y cuándo es saludable decir: “No me he enfermado, pero igual estoy sufriendo mucho”?
Es que no es incompatible. Agradecer por el café que me tomé en la mañana no es incompatible con decir a la vez que estoy súper triste porque tengo una amiga enferma de covid en España. Creo que la gratitud, junto con la aceptación y la flexibilidad, ayudan a transitar el día de mejor forma. Eso no quita que uno deba tener conciencia de los dolores por los que pueda estar transitando, de tus cansancios, de tus angustias… Yo no creo en el positivismo exagerado: es igual de patológico que el pesimismo. Creo en lo que llamo positivismo vulnerable, que es ser positiva, pero si quiero un día estar triste, lo estoy. Es saber que esa tristeza es transitoria y por eso me la voy a permitir sentir.
–En su libro “Un segundo de coraje” detalla que entender que el amor de la vida de uno es uno mismo es muy difícil. Nos pasa mucho a las mujeres, más en pandemia. Primero son los hijos, el teletrabajo y al final una.
Es que nos enseñaron. Uno de los grandes negocios del modelo patriarcal ha sido que las mujeres nos centremos solo en el otro. Así tenían mujeres inseguras de sí mismas y nunca preocupadas del sistema. En cambio los hombres sí se pueden preocupar de sí mismos y nadie les dice nada. Es parte del modelo y justamente una de las cosas que hay que romper y recomenzar a pensar de una manera más efectiva.
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–¿Ha sido esto un desafío para usted misma?
Sí, claro. Tengo que reconocer que yo he hecho carne del amor propio hace unos seis años. Antes de eso pensaba teóricamente el concepto, pero no lo había hecho vivo. Ahora la paso en paz conmigo misma. Aprendí a negociar conmigo, a retarme, a consolarme y eso me tiene muy ocupada. Yo no tengo pareja hace muchos años y ha sido una invitación brutal a manejar ese amor propio al que yo invito a las mujeres a poder desarrollar y trabajar con muchas ganas y motivación.
¿Cómo se entrena la autoestima?
La autoestima tiene dos dimensiones: el autoconocimiento y la autoaceptación. Tengo que trabajar en mí. ¿Quién soy? ¿Qué cosas buenas o malas tengo? Luego hay que celebrar las primeras, y al mismo tiempo, aceptar las que no me gustan porque no las puedo cambiar. No puedo cambiar mi talla, pero sí mi conducta obsesivo-perfeccionista. Ahora, para llegar al amor propio se requieren dos pasos más: el autocuidado y la autoprotección. La primera tiene que ver con cuidar el espíritu, cuántas relaciones enfermizas estoy teniendo. La segunda es difícil particularmente para las mujeres porque el modelo patriarcal nos enseñó que quien nos protegía generalmente es un hombre. Tiene que llegar un momento en el que la mujer diga “nadie me va a querer como me quiero yo”, “nadie me va a cuidar como me cuido yo”, “nadie me va a mimar como me mimo yo” y “nadie me va a proteger como me protejo yo”.
Es muy difícil desvincularnos de las personas tóxicas, que casi siempre nos bloquean la autoestima. ¿Cómo se empieza?
Las relaciones se hacen tóxicas cuando hay una adicción. Y yo en esta adicción también soy responsable. No soy inocente, aunque sea la víctima, porque hay una complicidad en ese proceso. ¿Por que elegí yo a ese hombre, a esa amiga, que me daba protección y esto después se transformó en dominación? Es porque no me sé proteger a mí misma. Y entonces se vuelve al concepto de amor propio. De ahí parte todo. //
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