José Ragas es profesor del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile. Ph.D por UC Davis. También es investigador y docente en la Universidad del Pacífico, la Universidad de Cornell y la Universidad de Yale. En los últimos años se ha especializado en estudios sociales de ciencia y tecnología. Su conocimiento del tema que aquí nos compete determinó que lo buscáramos para que analice el papel que están jugando las redes sociales en la organización y exposición de las protestas que se vienen llevando a cabo en todo el país luego que Martín Vizcarra fuera vacado del cargo de presidente de la República esta semana. Sucede que, al menos el 11 y el 12 de noviembre, diversas plataformas como Instagram y Tik Tok sirvieron de canales para miles de personas en diferentes ciudades del país, especialmente jóvenes, se manifestaran, informaran y/o movilizaran en rechazo a lo sucedido.
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¿Cuán vital viene siendo el rol de las redes sociales en la organización de protestas en el Perú tras la vacancia del ex presidente Martín Vizcarra?
Las redes sociales son importantes, y en el panorama actual, han servido para coordinar la marcha que se ha desarrollado ayer en protesta contra el gobierno de facto en diferentes partes del país. Dicho esto, es importante también indicar que estas son ante todo plataformas y canales de comunicación que articulan agendas, a veces dispersas, y contribuyen a consolidar la información y dirigirla. Antes de las actuales redes sociales existían otras formas de coordinación, que eran los mensajes escritos a mano, los avisos en la prensa nacional, o la información que aparecía en la prensa partidista, además de la radio o la comunicación boca a boca. Si bien estos métodos pueden parecernos reliquias de pasado, algunos aún subsisten y de hecho co-existen con las redes sociales digitales. Las protestas han existido siempre y quienes las han organizado, asistido y reprimido han encontrado la forma de crear sus propios canales de información. Por supuesto, una gran ventaja de la época actual es la expansión y acceso de las redes, que permite coordinar protestas simultáneamente en distintas partes del mundo incluso el mismo día con la diáspora peruana y los eventuales simpatizantes en distintas ciudades.
¿Es la primera vez en nuestro país que se evidencia un fenómeno de esta magnitud relacionado a protestas y redes sociales?
De esta magnitud, sí. Pero las marchas y movilizaciones que han tenido lugar en las últimas dos décadas al menos han ido progresivamente siendo coordinadas por redes sociales. Y por esto hay que entender que las redes sociales no son una sola o plataformas homogéneas. Hay desde Facebook, Twitter, Instagram, Tik Tok, Twitch, Telegram, para mencionar las más visibles. Lo interesante es que pareciera que son más efectivas -de manera amplia- para movilizaciones contra grupos u organizaciones políticas que han buscado vulnerar derechos. En cambio, cuando son estas las que organizan marchas, no siempre suelen tener la misma convocatoria. Pienso, por ejemplo, en la marcha “Ciudadanos contra el Golpe”, cuando el ex presidente Vizcarra cerró constitucionalmente el Congreso en octubre de 2019, que terminó siendo modesta si uno la compara con la que tuvo lugar para pedir la reposición de los fiscales Rafael Vela y José Domingo Pérez en la víspera de Año Nuevo de entonces. Necesitamos estudios que puedan medir el rol específico de las redes y hagan estimados del número de personas movilizadas, algo siempre desafiante a nivel metodológico.
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¿Cuán decisivo ha sido el uso de las redes en otros contextos como las protestas en Chile o este año en Estados Unidos con el Black Lives Matter?
Conozco más de cerca el caso chileno por vivir en Santiago y haber seguido la trayectoria del Estallido Social desde que comenzó el 18 de octubre de 2019 hasta el reciente plebiscito de cambio de Constitución. Las redes fueron importantes pero hay que considerar que en el caso chileno hay una tradición de cultura de movilización muy fuerte. Cuando tuvieron lugar las evasiones masivas, que consistía en sortear los torniquetes en las estaciones del metro para mostrar desacuerdo con el incremento de la tarifa, la coordinación a través de redes permitió que Carabineros estuviera al tanto y tomara las medidas necesarias. Pero al final la convocatoria se fue haciendo más amplia y muy difícil de contener para las fuerzas del orden.
Las redes funcionan para que las personas puedan organizarse y salir a la calle. Pero también como vitrina de sus sentires y expresiones particulares. Ello a través de publicaciones de opiniones, fotografías, memes, etc. Usted, como historiador, por ejemplo, está reuniendo estos registros en una cuenta de Instagram. De hecho, pide que le envíen material. ¿Por qué le parece importante realizar este ejercicio?
No solo en Perú sino en diferentes partes del mundo se han realizado una serie de movilizaciones en los últimos años, varias contra la desigualdad. Como historiador, uno está acostumbrado a estudiar movimientos sociales y protestas a partir del archivo, del material que ha sido almacenado y que no se ha perdido o destruido. Con suerte, uno puede expandir su búsqueda a archivos particulares, familiares o a entrevistas. Creo que las redes mismas sirven como archivos fascinantes de lo que las personas comparten: desde testimonios personales hasta videos, imágenes, memes, y una gama amplia de evidencia. Algo que me llamó la atención al participar de las marchas en Chile es la complejidad de una protesta. Es imposible capturarla del todo porque es un fenómeno tridimensional, desde los objetos que la gente lleva a la marcha (y que han sido estudiados por arqueólogos) hasta las consignas que gritan, las tácticas que emplean para evadir a la policía, los ruidos que se emiten, cómo se alimentan o hidratan durante las marchas, el tipo de cacerola y cuchara que están utilizando, cómo se curan en caso de recibir gas lacrimógeno, entre otras. Mi duda siempre ha sido: ¿qué ganamos y qué perdemos cuando documentamos o no una protesta en su amplitud? Necesitamos nuevos métodos, nuevas miradas y un trabajo conjunto para tratar de capturar lo más que podamos de estos movimientos sociales para que puedan ser mejor estudiados pero también recordados por las siguientes generaciones.
¿Qué punto consideraría débil en la relación protestas-redes sociales? ¿Podría pensarse que la ausencia de un gran líder –que prolongue el mensaje después que estas hayan ocurrido?
Creo que a veces nos hemos dejado llevar por la fascinación hacia la tecnología, y con ello, hacia las redes sociales. Si bien estas son importantes en la dinámica de las protestas, también es importante no esencializarlas o pensar que las redes por sí mismas “crean” los movimientos sociales. Para que estos sean duraderos debe haber organización social efectiva detrás, relaciones interpersonales, trabajo de base. Una de las críticas principales a esta glorificación de las redes sociales se hizo a partir de la Revolución Árabe de 2011 por el periodista palestino Marwan Bishara en su libro The Invisible Arab. Es importante conocer cómo funcionan las redes, cómo usar cada una, en qué momento y hacia qué público. Pero es importante saber que las redes sociales no necesariamente reemplazan a la política y no tienen por qué hacerlo. Las redes no equivalen a la militancia. Son instrumentos importantes pero hay un sustrato que se necesita para que los proyectos funcionen y se conviertan en políticas de gobierno y de partido.
El uso de redes como Instagram e incluso Tik Tok tiene a los jóvenes, tal vez a los posmillenialls, muy enterados e interesados en lo que ocurre. Ellos prácticamente ya ni ven televisión. ¿Cuáles son los puntos fuertes y los puntos débiles que usted considera deben tomarse en cuenta de esta dinámica?
Hay estudios que señalan cómo ha habido una fuerte migración de los medios “convencionales” como radio, TV y prensa escrita hacia otros espacios digitales. Para algunos, esto es una suerte de señal de fin del mundo. Yo creo que es parte de un acomodo generacional en función a una oferta de formatos nuevos. No creo que consuman “menos” información, solo que la consumen de manera distinta. Y me parece que la gran diferencia, como hemos visto recientemente en las elecciones de EEUU y en el Gobierno de Trump, es que los medios deben reclamar y retomar su rol de ofrecer información verificada. Es un desafío complicado porque implica una reingeniería de formato, estilo y filosofía de la información. Pero si no lo hacemos, quienes promueven la posverdad o el contenido fácil van a imponerse.//
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