Falta poco más de una hora para una nueva jornada de la Champions League, pero las mesas de Puchungo Sport Bar, en San Miguel, ya empiezan a llenarse de comensales que piden una combinación inmejorable para disfrutar de buen fútbol: cebiche, cerveza y más cebiche. Con un mix de salsa de fondo, los recibe Alfonso Yáñez Ramírez (Callao, 1970), exfutbolista reconvertido en empresario gastronómico, quien ha entendido la importancia de dar un trato personalizado en este tipo de negocios. “Los personajes públicos tenemos la facilidad de llenar un local, pero si la gente no ve buena comida, buen ambiente, o buena atención, simplemente no va a volver”, sentencia.
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—¿Eres bueno para la cocina?
Yo cocino, pero no soy muy bueno. Preparo lo básico. Si me pides un mondonguito a la italiana, que me encanta, no la hago.
—Mejor te iba en las canchas de fútbol.
Definitivamente. Yo debuté a los 16 años con la ‘U’ y luego he jugado en México, Costa Rica, Ucrania, Arabia y Aruba. Siempre he sido un aventurero.
—Dicen que, por esos años, también te iba bien fuera de ellas. ¿De dónde viene tu fama de seductor?
(Risas). Lo que pasó fue que, cuando yo comencé a jugar, era el más chico del equipo. Y estar en un club como Universitario te da una visibilidad enorme. En esa época, estaban de moda las bailarinas y vedettes. Y cuando les preguntaban quién les gustaba, se referían a mí antes que a los más grandes. Así fue como comenzó todo.
—Te vincularon con muchas chicas de la farándula.
Bueno, gracias a la pelota uno conoce a mucha gente. Creo que mi forma de ser es lo que siempre ha llamado la atención, a pesar de que no era tan entrador. Trato de ser el mismo adonde vaya, no importa si estoy en mi barrio, en el Callao, o en La Planicie.
—¿Qué crees que te dio ese barrio?
Todo. Yo soy de la cuadra 10 del jirón Lazareto. Era un barrio difícil, pero la gente que se crio conmigo -quizás al ver que podía jugar fútbol- siempre me cuidó. Cuando ellos estaban parados en una esquina y se iban a hacer algo chueco, me botaban. No me llevaban. Nunca probé ni una droga, tampoco fumé un cigarro. Aprendí qué era bueno y qué era malo.
—Cuando la fama llegó, ¿te cambió?
Creo que todos cambiamos cuando nos pasa algo así. Antes de firmar mi primer contrato, era un tipo sin un sol en el bolsillo. Y, de pronto, pasé a tener 8 mil dólares. En vez de hacer una chancha para comprar un pollo, yo podía invitarle a toda mi familia. Entonces, cuando eres chiquillo, eso te hace pensar que eres importante. Que eres más que los demás. No es fácil tener cabeza a los 16 años. La combinación fama y plata es difícil de llevar, sobre todo, para alguien que no ha tenido nada.
—¿Hoy sientes que ya sentaste cabeza?
Por supuesto. Ahora mismo estoy muy feliz con mi pareja. Trato de ser perfil bajo con mi vida personal, pero tampoco me escondo. Lo hago porque hoy en día se dicen muchas cosas con ligereza en las redes sociales. A mí que me digan lo que quieran, pero a los míos nadie los toca.
—¿Hay planes para dejar la soltería?
A mi edad, tengo que hacer planes para todo… para casarme y, si Dios quiere, tener hijos. Es algo que definitivamente me gustaría. //