Decía el gran Julio Ramón Ribeyro que “quien no conoce las tristezas deportivas no conoce nada de la tristeza”. Para el sufrido hincha peruano, que se quedó sin uñas el lunes durante la tanda de penales que nos llevaría a Qatar, la frase del melancólico escritor no le sabe a hipérbole, sino a una realidad con la que lidia. Nos quedamos sin mundial. El país ha vivido un evento traumático en vivo y en directo y es natural que los más apasionados sientan todavía el amargo de la derrota en el paladar. La pregunta es ¿por cuánto tiempo es bueno sentirse así?
MIRA: Cuál es la huella que Ricardo Gareca ha dejado en el hincha peruano
“Lo que sucedió esta semana es algo propio de cómo se ve el fútbol en nuestros países latinos, en donde se le asocia a sentimientos de unión y orgullo. Es un deporte que es visto como algo del tipo ‘todo o nada’ y eso no siempre es bueno”, dice Rosa Cornejo, psicóloga del Servicio Psicopedagógico de la Universidad de Piura.
Lo que está pasando con algunos hinchas es una situación que recuerda a la del duelo, en donde transitamos por una escala severa de emociones: negación, ira, dolor y culpa. Superadas esas etapas, tendría que venir la aceptación, que es cuando nos ponemos de pie y conseguimos aprender algo de lo vivido.
Gracias, Gareca
Ver esta experiencia como algo del tipo ‘todo o nada’ nos hace perder perspectiva y nos impide ver el terreno ganado: luego de tres décadas de ser los coleros del continente, hemos avanzado. Fuimos a un mundial en el 2018, arañamos una Copa América y estuvimos a puertas de entrar a otra copa del mundo, una realidad que parecería inconcebible para los que se educaron viendo perder a la selección en los años noventa, toda esa generación que sobrevivía a punta de humo y ocasionales e inspirados ‘chorrigolazos’.
“La única forma de que el ser humano aprenda es a través de las experiencias desagradables”, acota la doctora Cornejo. Cada vez que la vida nos maltrata, no es que nos haga más fuertes, como la gente cree. “Se piensa que fortaleza es ‘vol- verse duro’ o insensible, y no es así. Aprender es adquirir herramientas para afrontar los problemas, y esto se aplica para todo, incluso para el fútbol”.
Sobra decir que una pena deportiva colectiva no debe equipararse con una depresión, que es un estado clínico muy serio, pero sí es posible señalar que si alguno no pu- diera superar una derrota de este tipo con la vieja estrategia del tiempo que lo cura todo, sería oportuno consultar con un especialista.
La procesión por fuera
La pena del hincha descorazonado puede ser fuerte, pero nunca equiparable a lo que sienten los verdaderos protagonistas de un encuentro deportivo, los jugadores, sobre los que recae toda la presión de las ilusiones de un país.
Esta semana se hizo viral la reacción del lateral Luis Advíncula, quien luego de errar el penal ante Australia se atribuyó la “debacle” del partido en un post, que luego borró de sus redes, con palabras que resaltaban un sentimiento de minusvalía que debería generar alertas en los responsables de darle asistencia, asesoría y soporte emocional. “Cuando hablamos de tristezas deportivas en el Perú, en verdad deberíamos hablar de tristezas en el fútbol. Si te fijas, hay motivos para alegrarse en otros deportes a nivel nacional, donde nos va bien, pero eso parece no importarle al hincha promedio”, aclara la doctora Jennyfer Cóndor, de la Sociedad Peruana de Psicología del Deporte y el Ejercicio (SOPPSIDE).
Sobre la reacción especial de Advíncula, la especialista resalta una posible “falta de gestión de las emociones”, un componente fundamental en un equipo deportivo, más aún si afronta procesos de estrés tan desgastantes a nivel psicológico como es una tanda de penales. “Eso es un trabajo que no puede reducirse a una charla encargada a un coach. La presencia del psicólogo Marcelo Márquez en la campaña del 2018 fue fundamental en ese sentido”, apunta Cóndor. Es en esos casos cuando entra a tallar lo que los psicólogos deportivos llaman la “fortaleza mental”, justamente el lado que el arquero australiano Andrew Redmayne atacó sobre la base de un calculado show circense que montó en su portería. “Si le preguntan a Benzema, él sabe que la va a meter antes de patear. Tiene que ver mucho con la autoconfianza”.
¿Cómo se recupera uno de una situación así? Los jugadores requerirán mucho soporte en estos días. Los hinchas pueden apelar al tiempo y a la paciencia, pero también pueden ser proactivos. Como dice el psicoanalista Leopoldo Caravedo, hay que saber perder o aprender a hacerlo. “A diferencia de la muerte de un ser querido, lo que se ha perdido aquí es una ilusión que puede volver a prenderse. Corresponde a los hinchas, dice, exigir a sus clubes un trabajo más serio, que haya torneos competitivos y un proyecto que nos saque de esto en pocos años”. El fútbol, como la vida, siempre da revanchas. //
La Opinión
Miguel Villegas
Periodista
El fin de un milagro
Ahora que ya despertamos, conviene decir que hemos sido testigos de un evento sobrenatural, milagroso, casi bíblico. Posiblemente no nos dimos cuenta. Solo así se explica que, acompañado por este fútbol local que produce un crack mundial por década, cuyos clubes símbolo son fábricas en ruinas y los vigilan contados directivos con estudios de gerencia, la selección peruana haya cumplido el sueño negado por años: ganar. Una clasificación al mundial, una final de copa América, pero, sobre todo, este unánime prestigio continental. Y aunque hay decenas de nombres involucrados -el más importante, Juan Carlos Oblitas-, la gestión de estas carencias y su traducción en un milagro futbolístico le pertenece a un hombre: Ricardo Gareca. El señor de los milagros.
Ahora que ya despertamos, y que su futuro depende precisamente de que aquellas estructuras, las que sostienen a la selección, se transformen de raíz, sirva este breve espacio para decirle gracias, otra vez, por los resultados conseguidos, los goles gritados y la frágil burbuja en la que nos permitió estar, que a veces parecía de detergente y otras, de hierro. Porque al cabo de 96 partidos como director técnico de la selección, el ciclo más largo de la historia, Ricardo Gareca fue mucho más de lo que su sueldo obligaba: líder de unos muchachos en los que nadie creía y que se tiraron de cara por su equipo, como si aún fueran amateurs; político cuando habló de nuestra peruanidad y nos hizo repensarla, desde la primera vez que pisó el aeropuerto y se fastidió de ver tanta gente caminando con camisetas de otros países; y rostro, finalmente, de la única buena noticia que apareció durante siete años en los diarios, la radio y la tV. Seguíamos sus conferencias como si fueran mensajes a la nación. Porque, la verdad, qué difícil es sentirse orgulloso de ser peruano en estos tiempos. Pero qué fácil era cada vez que este señor salía, con sus pelos de Rolling Stone y su barba de profeta, y decía que lo éramos.
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