10:00 am. jueves 9 de abril. Torre 3, piso 5 de la Villa Panamericana.
Recibí el llamado del doctor. Llevo 5 días de aislamiento en el nuevo establecimiento que ha dispuesto el Gobierno para quienes hayan sido diagnosticados con Covid-19, pero cuyos cuadros sean leves o incluso o calificados como asintomáticos. Eso al menos es lo que han dado a entender diferentes medios de comunicación. Para contestar la llamada debo usar la única mascarilla que se me entregó desde que ingresé a la torre. Las enfermeras siempre recalcan que debemos usarla al momento de ir por las tres comidas que nos dan al día. También cada mañana a las 6:30, cuando yo y otras dos chicas que nos encontramos en el apartamento 507 salimos a que nos midan la presión y la saturación. Debemos usarlas sobre todo cuando el personal de salud entre a nuestro apartamento para consultarnos cómo nos sentimos.
El doctor comenzó con las mismas preguntas que cada especialista me ha realizado en los últimos días. Por ejemplo, cuándo había llegado al país. Viajé el 22 de marzo desde Miami. Habían aproximadamente 200 chicos más conmigo, dentro del segundo grupo de peruanos que habían quedado varados en Estados Unidos pero con la suerte de poder volver. La mayoría, por no decir todos los de ese vuelo, eran estudiantes que habían viajado de intercambio cultural. Habíamos logrado obtener un cupo en un vuelo coordinado con el Ministerio de Defensa y la agencia del programa de intercambio cultural (650 dólares valía el ticket de regreso al país). “Quizá fue ahí donde contraje el virus”, pensé la mañana del 4 de abril cuando mi padre me llamó para decirme que yo había dado positivo a la prueba.
La siguiente pregunta era para confirmar dónde me llevaron al aterrizar. “Sí, fue al hotel Los Delfines”, contesté. El doctor me preguntó si ahí me realizaron la primera prueba y si me pincharon el dedo. Claramente se refería a la prueba rápida. Contesté que esta fue realizada el 30 de marzo y que no me pincharon el dedo, sino que me hicieron la prueba molecular. Además, que demoraron cuatro días en darme los resultados. La molecular fue realizada porque había sentido molestias en la garganta dos mañanas seguidas. Lo reporté al Minsa en las llamadas matutinas a cada cuarto del hotel de San Isidro.
Hasta el día de hoy no he presentado ningún otro síntoma: fiebre, dolor muscular, mareos. Me arriesgaría a llamarme asintomática y que la enfermedad no ha hecho mucho en mí.
La siguiente pregunta del doctor me dejó un poco perpleja, sobre todo por el tono con el que la pronunció. “¿Quién te dijo que eras positivo?”. Respondí que el Instituto Nacional de Salud a través de su plataforma, porque incluso mi padre me envió el reporte de mi muestra. Las siguientes palabras empeoraron la incertidumbre sobre mi estado de salud en los últimos 10 días. “Estoy revisando tu caso porque es raro”, sentenció. Para el doctor, si salí positivo en la primera prueba molecular, debía salir IGG (parámetro que muestra anticuerpos o reacción al virus) en mi segunda prueba, que fue de sangre, pero salió negativo, como si no hubiera nada. “¿Entonces nunca estuve con el virus?”, pregunté. “No me voy a arriesgar a decir eso, es clave entender que el 20% de estas pruebas fallan”. Ese dato era cierto, en ocasiones incluso arrojan falsos negativos. Me dijo que me llamaría y que estaba viendo mi solicitud para darme de alta ya.
Colgué y caminé de nuevo hacia mi dormitorio, pensando ahora en lo que tenía que decirle a mi papá y a mi mamá. Ni yo estoy segura de mi salud, no sé si ya no tengo el virus, si la prueba rápida se equivocó, si estoy en proceso de curarme. Me recuesto en la cama y pienso, pienso en todo lo que había pasado desde que me trasladaron a la Villa Panamericana el domingo 5 de abril. Desde que me llevaron en una ambulancia, al lado de Amy, quien reside conmigo en el 507, otra positiva. Pienso en la desesperación que tuve cuando me dijeron que no podía entrar a la torre con mi celular, laptop, cosas de valor, justificándose esto por medidas de bioseguridad. Que debía dejar todo ello en una bolsa roja. Después de 24 horas pasaron cuarto por cuarto entregando las cosas de nuevo, con la clara especificación de que teníamos que devolver esta bolsa sellada en una hora, con todo adentro, pero al final nunca las pidieron de regreso.
Pienso esto mientras tomo desayuno: yogur de durazno frutado de 120 gramos y dos panes que entran, juntos, en la palma de mi mano. Cada uno es de 80 gramos y tiene especificado lo que contiene en su interior: uno con lomito y el otro con mermelada de piña. Desde que recibí el desayuno después de la primera noche allí, pensé que no había forma de curarme si me alimentaban de este modo. Igual, es un poco utópico pensar que las cosas saldrán bien en un sistema de salud que el mismo ministro Zamora ha aceptado que es precario.
‘Debería hacer durar el yogur’, me digo. Luego me dará hambre. Recuerdo que el otro día nos dieron de comer el almuerzo a las 3:30 pm. Amy, Kimberly y yo salimos felices a lavarnos las manos para poder comer. 20 segundos se convierten en 40 si tenemos en cuenta el tiempo desde que mojo mis manos hasta que cojo un papel toalla para cerrar el caño, según las indicaciones del cartel de Essalud que está pegado al lado del espejo.
Lavarse, lavarse, lavarse, recalca una y otra vez el personal de salud. No debemos pasar tiempo juntas: cada una a su cuarto. Me veo las manos cuando cojo los utensilios que luego serán desechados, y los recipientes en donde nos sirven la comida. Noto que están más resecas que el día anterior. Me lavé 15 veces en un día.
Vuelvo a hacer un recuento de lo último que sucedió conmigo. El 8 de abril otra doctora me dio a entender que su colega se habría equivocado conmigo al darme los resultados de la segunda prueba que me realizaron (esta fue la de sangre). En esta prueba rápida que me hicieron el 7 de abril para observar mi estado de la enfermedad, un médico me llamó asegurándome de que me había reinfectado. Me quedé estupefacta con eso: miles de sentimientos de culpa venían a mí por quizá no haberme lavado más las manos o por estar con mi celular desde que me lo dieron. Según él, salía en mi prueba que existían anticuerpos, sí, en esa prueba de la que ahora el doctor de la mañana del jueves 9 de abril me explicó que era negativo. Ayer la doctora me aseguró también ese resultado. Estaba angustiada de haberme “recontagiado”, pero no era la única. Kimberly y Amy igual. Comíamos juntas mientras nos poníamos a pensar si este virus algún día se iría de nosotras y nos situamos en el hipotético caso de estar cada una en su casa. Sabíamos con certeza de que allí podríamos desinfectar cada cosa que tocáramos al estar encerrada cada una en su cuarto. “Es frustrante estar aquí y solo contar con una mascarilla que nos dieron hace 5 días”, dice Kimberly. Contábamos con una tablet con internet, pero ¿de qué servía si no nos podían dar el alcohol o el gel desinfectante para poder limpiar el celular, la laptop o por último la tablet que nos dieron?
Recordaba esa escena mientras tomaba el desayuno de hoy 9 de abril. Pensaba que dentro de un rato tendría que bañarme de nuevo con el jabón de mano que había en el baño; incluido el cabello, a falta de champú. También pensaba que debo continuar distribuyendo mejor mi pasta dental por ya no queda nada y no sabía cuándo me iban a dar de alta ahora tras la llamada del doctor. Era imposible que mis padres me trajeran algo de ropa o comida.
La situación es un poco frustrante. Mis amigas me preguntan qué tratamiento me dan y les comento que no hay tratamiento. El coronavirus no tiene una medicación. Y si me duele la cabeza debo esperar como una hora hasta que me puedan traer un paracetamol. Lamentablemente, la mayoría de solicitudes básicas se han respondido con un “no te prometo nada” que al final termina en eso, en nada. Cuando pedí un vaso para tomar agua me dijeron que usara el que vendría con el almuerzo. Las preguntas de algunas enfermeras sobre “cuándo fue que te contagiaste” resultan innecesarias.
La conclusión siempre es la misma: aquí en la Villa, una medida rápida y estratégica por parte del gobierno para separar a un grupo característico de contagiados tiene claras falencias. Mis amigos me dicen que tenga paciencia. Pero ¿cómo esperar medidas acertadas de un sistema de salud deficiente?
3:30 pm. Jueves 9 de abril. Torre 3, piso 5 de la Villa Panamericana.
Me comunico con una enfermera para explicarle que necesitaba saber si hoy me iba o no. Necesito saber cuál es mi estado de salud real. Ella me comenta que el doctor dice que no va a ser posible trasladarme porque me tomarán una nueva prueba rápida. Esta sería la tercera, ya que no tienen un esquema claro de mi salud. A las 5 pm pasarían a tomarme la prueba.
5:45 pm.
Me vuelvo a comunicar con la enfermera y esta vez me pasa con el doctor. Le pregunto por la prueba rápida que se suponía que iban a tomarme. El doctor me comenta que no habrá prueba rápida, que chequeó con el laboratorio y que yo tengo el resultado final de IgG y que ya estoy curada. ¿Curada?, exclamo. Según él sí, que use mascarilla en mi casa nomás. Le pedí un informe. “No será posible”. La incertidumbre de nuevo me invade. Sin reporte sobre mi salud, nada me asegura que esta vez me estén dando una respuesta correcta.
(Poco antes de esta publicación, Valeria fue conducida a su domicilio. A pesar de su insistencia, nunca le mostraron el parte médico). //
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¿Qué es un coronavirus?
Los coronavirus son una amplia familia de virus que pueden llegar a causar infecciones que van desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, que se pueden contagiar de animales a personas (transmisión zoonótica). De acuerdo con estudios, el SRAS-CoV se transmitió de la civeta al ser humano, mientras que el MERS-CoV pasó del dromedario a la gente. El último caso de coronavirus que se conoce es el covid-19.
En resumen, un nuevo coronavirus es una nueva cepa de coronavirus que no se había encontrado antes en el ser humano y debe su nombre al aspecto que presenta, ya que es muy parecido a una corona o un halo.
¿Cuáles son los síntomas del nuevo coronavirus?
Entre los síntomas más comunes del covid-19 están: fiebre, cansancio y tos seca, aunque en algunos pacientes se ha detectado dolor corporal, congestión nasal, rinorrea, dolor de garganta y diarrea. Estos malestares pueden ser leves o presentarse de forma gradual; sin embargo, existen casos en los que la gente se infecta, pero no desarrolla ningún síntoma, precisó la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Además, la entidad dio a conocer que el 80 % de personas que adquieren la enfermedad se recupera sin llevar un tratamiento especial, 1 de cada 6 casos desarrolla una enfermedad grave y tiene dificultad para respirar, la gente mayor y quienes padecen afecciones médicas subyacentes (hipertensión arterial, problemas cardiacos o diabetes) tienen más probabilidades de desarrollar una enfermedad grave y que solo el 2 % de los que contrajeron el virus murieron.