Hoy domingo cumple 30 años y ya en calle le dirán señor. En esa vida que corre a 200 kilómetros, Reimond Manco ha sido siempre un adelantado, en todo lo que hizo. De puro talentoso se ganó un contratazo millonario antes que nadie, tuvo club de fans como si fuera un Beatle y se casó primero que todos, en esa carrera consigo mismo por vivir todo como si mañana se acabara el mundo. O como si hubiera pandemia.
Hoy que está más calmado, que tiene la soñada familia numerosa, y que no ha perdido ni el talento ni la fe para volver a una selección, hay que decir algo breve, a quién corresponda: siempre fue así.
Desde que tenía esos rulos adolescentes, la cintura de plastilina y un sello de fábrica que se nota en los futboleros que nacen: esas piernas de alicate. Siempre sabía qué hacer, cómo responder, a quién contradecir, como esos muchachos sabiondos de los concursos de TV que han memorizado las respuestas y sudan sin parar, única prueba de que son humanos, no robots. Reimond Manco, por ejemplo, debutó en Primera el 8 de abril del 2007 frente al Alianza Atlético de Sullana. Jugó cuatro minutos y no dio un pase: hizo una huacha. Como era bueno y se sabía bueno, entendió que el talento le daba autoridad para decir lo que pensara sin pensar lo que decía. Porque si bien era un crack naciente, le pedíamos que responda como un señor de 30 años, que opine de todo y de todos. Que resuelva las cosas que le corresponden a un presidente.
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EL PRESENTE DE MANCO
Ahora que vuelve el fútbol local sin público, y que los reporteros instalan sus campamentos en las prácticas de la ‘U’ o Alianza, mi curiosidad no es tan ambiciosa: quiero ver jugar a Manco. Saber qué futbolista es hoy, a los 30 años. En los meses de pandemia, el delantero dejó el campeón Binacional y se fue al Atlético Grau, donde más allá de estar cerca del paraíso -las playas de Piura-, tiene otra oportunidad para jugar. Cada vez que Manco completó una temporada en Perú -en Aurich 2010 (29 partidos), en UTC 2013 (36), en Unión Comercio 2018 (36)-, cada vez que se entrenó en serio y cada vez que se rodeó mejor, fue noticia. Es más, le bastaba un partido, un golazo, un pase de desprecio. Escribir “Manco” y “selección” juntos es demasiado tentador. Un poco por nostalgia -su recuerdo de Jotita-, y un poco por carencia: al cabo de cinco años y un Mundial, Christian Cueva no tiene suplente. No es postularlo, se trata de verlo bien. La selección, se sabe, es un premio a la constancia, no la Tinka.
Acepto todos los dardos para los medios y sus periodistas, sedientos por fotos exclusivas y grandes titulares de portada en la época en que los Jotitas eran joyitas. Yo mismo he perseguido a Reimond Manco hasta su casa en Lurín, o a Pastel Gary Correa por La Victoria; he esperado horas a que un casi escolar Eder Hermoza me conteste el teléfono. Esa es la naturaleza de este oficio: buscar, preguntar, encontrar. En esos años, todos queríamos saber de dónde eran estos muchachos, cuáles eran sus orígenes, qué extraña luz los había bendecido. Queríamos explicarlos.
Cometimos excesos, y cada quien debe hacerse responsable. No se puede culpar a unos chiquillos que, gracias a una pelota, tenían hasta una serie en la TV. A Maradona, cuenta Leo Zanoni en Vivir en los Medios, lo perseguían hasta el baño. Poco nos faltó para hacer lo mismo. En nuestro caso, por esa urgencia tan peruana de héroes que nos protejan, nos liberen, nos salven. No sé si en todos los temas urgentes, pero en el fútbol sí.
Reimond Manco cumple 30 años. Es ya un señor, como todos sus ex compañeros. No me arrepiento de haberlos perseguido para saber cómo hicieron esos goles y clasificaron al Mundial por todos los que nunca pudimos. Por eso ahora que regresa la Liga 1, voy a prender la TV para mirarlo a él.
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