En la cola para el cásting de imitadores, el chofer de maquinaria pesada Carlos Burga se enfrentaba a un fantasma del pasado que lo visitaba en el peor momento. Pensaba en la vez que vino de Ferreñafe a Lima, con 14 años, para convertirse en cantante, una ilusión que duró poco y dolió mucho. Estrellado contra una pared de indiferencia, el pequeño Carlos regresó a su ciudad y pasó lo de siempre: la vida siguió, llegaron las necesidades y un trabajo como conductor que mandó a archivar sus sueños de escenario por casi treinta años.
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