La última noche que Sargento Pimienta abrió sus puertas fue un sábado previo al inicio del Estado de Emergencia. En medio de lo que hace tan solo un año era la pista de baile, Eduardo Chaparro recuerda esa jornada con nostalgia: buena música, grupos de amigos brindando, parejas riendo (desconocidos flirteando) y vasos de cerveza desfilando de un lado al otro. Nada hacía presagiar que una escena así no se volvería a repetir en un futuro cercano. Que esa noche, por última vez, cientos de sargenteros transitarían por ese larguísimo pasadizo, ubicado a la entrada, que los conducía hacia un mismo fin: pasar un buen rato. O quizás algo más.
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