Este reportaje se publicó originalmente el 22 de febrero del 2014 en la versión impresa de la revista Somos.
Está Sarita Colonia Zambrano y está también Sarita Colonia. Sentada en una silla de plástico y reposando sus 82 años, en su modesta casa en el Callao, a Rosa Colonia se le cruzan las dos en el corazón y la memoria. Mientras habla de su hermana, una de las santas populares más célebres del Perú, pasea la mirada por un vetusto altar que tiene armado en la sala. Allí hay cuadros del Señor de los Milagros, de la Virgen de Guadalupe, de San Martín de Porres y del Señor de la Justicia. Pero el más grande lleva impreso en blanco y negro el rostro de la chica que murió en 1940 a los 26 años, la que partiera cuando la anciana tenía solo 8. En su relato, aparece la primera Sarita, con la que convivió de pequeña en la avenida Argentina: “Ah, cómo le encantaba el ceviche, era su delicia. Del mercado venía siempre con pescado y maíz para hacer chicha. Cocinaba bien rico... Lo que más recuerdo de su aspecto es su cabello. En la foto no se ve, pero le llegaba hasta la cadera. Lacio, muy hermoso”.
Luego emerge estelarmente la segunda Sarita: la milagrosa, la protectora, la que siempre tiene fieles en su tumba; el nombre que se proclama en rezos y juramentos, y con el que se han bautizado niñas, colegios, empresas de transportes y hasta un penal; el rostro que es motivo de tatuajes y grafitis, pero también de investigaciones académicas, obras artísticas, composiciones musicales y series de televisión. La que se iconiza luego de su muerte. Doña Rosa, entonces, detalla casos de enfermedades curadas, amores o bebes imposibles, trabajos soñados, combis compradas, segundos pisos construidos, viajes en avión y muchas otras promesas cumplidas. El 1 de marzo se conmemoran 100 años del nacimiento de la mujer que se convirtió en mito, por lo que vale escrudiñar puntualmente sobre esta, su otra y, paradójicamente, más vívida existencia.
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Vinculada casi siempre al culto por parte de delincuentes o mujeres y travestis que ejercen la prostitución, la fuerza de la devoción se entraña principalmente en otro fenómeno social poco difundido fuera de los foros intelectuales. “…Sarita Colonia, patrona del pobre…”, canta, bajito, Rosa, en medio de la narración. Explica que es el coro de una canción de la banda Los Mojarras. “¿Usted había escuchado esto antes…?”.
Eso es un mito
Para entender este último punto hay que ir al origen del fervor. Muy poco se sabe de ella en papeles, pese a haber vivido en pleno siglo XX. Hecho comprobado y crucial, sin embargo, es el siguiente: Sarita Colonia Zambrano no era chalaca, sino ancashina. Ella y su familia pertenecieron a la primera ola de migrantes que llegó a Lima en busca de un porvenir mejor. Se asentarían definitivamente en el Callao, donde muere, dice la partida de defunción por paludismo, dice la familia por una sobredosis involuntaria de aceite de ricino purgante usado en la época). No pierde la vida porque se arroja al mar para salvarse de una violación, como dicta una de las tradiciones orales más propagadas.
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Por carecer de recursos, a Sarita la entierran en la fosa común del antiguo cementerio Baquíjano del Callao. Su padre, don Amadeo Colonia, pondría junto al lugar una cruz con el nombre de su hija, la única referencia específica a una finadita que yaciera en esa sepultura comunal. Esta se convertiría después y por décadas en un espacio de evocación e identificación para diversos grupos de deudos provenientes del mundo popular. Y también de creyentes, pues allí se iba a orar a otros muertitos milagrosos como el soldado desconocido, fray Ceferino e Isabelita. Llegó la modernidad y con ella la edificación de cuarteles con nichos en el camposanto, por lo que la fosa se cubre. Solo queda en pie la cruz de Sarita, quien termina por convertirse en una suerte de representante de las almas guardianas y bienhechoras que allí descansaban. Todas las devociones, pronto, se concentrarían en ella.
Para inicios de los años 70, la fama de la santita ya comenzaba a salir del puerto. La canonización extraoficial otorgada por las masas ocurre, pues, post mortem. De hecho, casi 30 años después de su último respiro, sin ningún acontecimiento heroico o milagro en particular de por medio.
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La primera migrante
Ahí está la clave para entender la fuerza del fenómeno Sarita, más que presente en nuestros días. “Ella fue una persona humilde que no es responsable en nada de lo que terminó por convertirse. Se sabe por testimonios de quienes la conocieron que era bondadosa, solidaria, correcta y muy trabajadora, por lo que hay una identificación inmediata con los valores de esos primeros provincianos que arribaron a Lima, y luego con sus herederos, sin contar los que seguían llegando. Sarita es una representación colectiva, un símbolo de las aspiraciones morales y los deseos de varias generaciones de migrantes”, detalla el antropólogo Harold Hernández, quien lleva 15 años estudiando el culto. Precisa así que los nuevos segmentos buscan legitimarse en la ciudad, no solo en términos de la cimentación de emblemas seculares, sino además en la esfera de la religión. Es decir necesitaban y querían su propia santa.
Esta conexión se evidencia en algo tan tangible como el mausoleo del Baquíjano erigido en su memoria, el mismo que fue levantado cerca de donde quedó la cruz de don Amadeo y que se atiborra de gente dos veces al año en multitudinarias romerías que recuerdan la fecha de cumpleaños y muerte de la santita (20 de diciembre) y en las que los menos favorecidos comparten, sin pedir nada a cambio, caramelos, panes y hasta platos de escabeche o carapulcra. “La construcción de este lugar se hizo a la manera provinciana. Los devotos aportaron con un sol, un ladrillo, un costal de arena, lo que tenían. Se trabajó en conjunto”, señala el antropólogo y experto en temas de migración, César Ramos.
¿Por qué entonces se la identifica más como la patrona de sujetos marginales de la sociedad, con los presos, las meretrices? Hernández indica que en los años 80 la devoción se vuelve mediática como consecuencia de lecturas particulares hechas por los medios de comunicación y algunos intelectuales, lo que se extendería hasta hoy. “Determinados periodistas, seducidos por la informalidad y la protesta que supuestamente este culto representa, se deleitan ante lo trasgresor, lo marginal y lo distinto. Esta arista de la devoción existe, claro, pero no es la única. Ellos aprecian el fenómeno y lo publicitan, pero ensalzando estos aspectos”, analiza. Las ficciones de la TV terminarían por contribuir a la causa.
La socióloga Ana María Quiroz complementa: “Los delincuente forman parte, pero la devoción que conmueve es la de la mayoría. Ella es la imagen de los peruanos ignorados, de los anónimos que esperan que un día la sociedad los trate mejor. Los cholos, al final, también son trasgresores e ilegítimos”.
Sarita para todos
Así, Sarita es inclusiva. No ha sido impuesta por las autoridades oficiales o la Iglesia, sino por el pueblo, y acá va otro punto fundamental para entender el vigor del fervor: su horizontalidad. Según Quiroz, ella no demanda de sus fieles cánones determinados de comportamiento, como si sucede con los santos católicos. Esto, sin embargo, tampoco significa que el cariño tenga que ser exclusivo para ella. La devoción se puede compartir sin problema con otras más grandes. Por eso el apilamiento de todos los cuadros de Jesús y María en el altar de doña Rosa Colonia, y también en el mausoleo. Por eso las estampas y llaveros con Sarita de un lado, y la virgen de las Mercedes del otro. O el señor de la Misericordia. O San Judas Tadeo. Está con todos. Para escoger.
Sarita es como todos, además, porque su historia la hacen todos. Subrayan Hernández, Ramos y Quiroz que los devotos tienen versiones diferentes de su biografía y que usualmente están relacionadas con sus propias vivencias. Así, por ejemplo, son los estibadores quienes dicen que murió lanzándose al mar para no ser vejada, mientras que las empleadas del hogar cuentan que fue por maltratos de sus patrones cuando trabajaba en la casa de una familia italiana.
“Desde la antropología estructural se puede decir que todas las lecturas son legítimas. No son verdaderas en el sentido histórico, sino porque representan las pretensiones de los sectores sociales que dan testimonios sobre ella, así sean contradictorios”. Y allí está riqueza de la santita para la academia. Para los fieles, no obstante, lo que importa es la fe. Es creer que va a dar una ayudadita en lo que se pida, siempre y cuando uno se esfuerce y ponga de su parte. Las miles de placas de agradecimiento en acrílico que recubren el interior del mausoleo en el Baquíjano, los ramos de flores amarillas y las eternas velas prendidas así lo comprueban. Casi todas dicen lo mismo en español: “…A Sarita por el milagro concedido…”. Existe una en inglés, otra en italiano. Dentro de una urna de vidrio que guarda su retrato y las ceniza de dos de sus hermanos, hay metidas muchas fotos tamaño carnet. Sin nombres, pero con el de todos a la vez.//
VIDA TERRENAL
De la existencia de Sarita Colonia Zambrano solo queda la partida de defunción. Lo que se sabe de ella corresponde al testimonio de sus hermanos menores. Uno de ellos, Hipólito, escribió además una biografía familiar en 1999.
- Nace el 1 de marzo de 1914 en Huaraz (Áncash).
- Su padre fue el carpintero Amadeo Colonia y su madre, Rosalía Zambrano. Sus hermanos fueron Esther e Hipólito.
- Los Colonia migran a la capital para mejorar su situación económica y para atender la salud de doña Rosalía. Sarita tenía 10 años.
- Vivieron en Barrios Altos. En un estudio local, la familia se tomaría una fotografía grupal, la única que registra a Sarita (12 años) y de donde se reproduce su famosa imagen.
- Después de cuatro años regresan a Huaraz. Allá fallece Rosalía. Amadeo se casa otra vez y tiene otros cuatro hijos: Rosa (aún viva), Graciela, Teófila y Máximo.
- La joven vuelve a Lima en 1930 y se instala en el Callao. Su papá enviudaría nuevamente, por lo que ella se ocupa de sus hermanos, a los que trae de provincia. Trabajaría en el mercado y en casa de una familia italiana del Callao como empleada doméstica.
- Sarita murió el 20 de diciembre de 1940 a los 26 años en el hospital de Bellavista. La partida de defunción señala que fue a causa de paludismo, pero la familia dice que se debió a una sobredosis de aceite de ricino.
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Este es el origen de la celebración del Señor de los Milagros.
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