La escritura del libro La fórmula del gol ha sido, en palabras de sus autores, un ejercicio anfibio: con medio cuerpo en la academia y la otra mitad en la calle. (Fotoilustración: Verónica Calderón Chui)
La escritura del libro La fórmula del gol ha sido, en palabras de sus autores, un ejercicio anfibio: con medio cuerpo en la academia y la otra mitad en la calle. (Fotoilustración: Verónica Calderón Chui)
Alberto Vergara

No sé si Hugo Ñopo y Jaime Cordero son conscientes de la tarea que han emprendido en La fórmula del gol. Me pregunto si perciben el sustrato, las dimensiones y las consecuencias de lo que sostienen en el libro. Detrás del tema futbolero, este trabajo es, pienso yo, una rara invitación a la modernidad en un país bastante premoderno. Por sus páginas trota Kant vestido de corto: atrévete a pensar, hincha esotérico. Y pone fuerte la pierna Francis Bacon cuatro siglos después: scientia potestas est (el conocimiento científico es poder). El fútbol no es aquí una pasión, es una disciplina. Y sus misterios no son consustanciales al mismo, solo reflejan nuestra ignorancia. Todo puede escudriñarse y entenderse a condición de poseer la buena información (data) y las buenas técnicas (matemáticas). El fútbol sí tiene lógica, lo que ocurre es que todavía no la hemos desentrañado. Pero ya llega. Antes hay que jubilar nuestros atavismos; olvidar a la milagrosa Melchorita y dejar de convocar a chamanes y curanderos para que escupan sobre la Blanquirroja. No más. Tiembla, medioevo futbolero. Aquí está tu Enciclopedia. Tu Diderot y tu d’Alembert. 

Aunque a los peruanos la frase ‘matemáticamente posible’ nos suene al anticipo de un fracaso, Ñopo y Cordero la pintan de verde esperanza. La ciencia es la llave al progreso y el futuro no es territorio de taumaturgos, sino de modelos matemáticos capaces de dar con el premio mayor de la ciencia moderna: el predictor. Por ejemplo, me he enterado leyendo algunas páginas iluminadoras de la poderosa capacidad predictora del ránking . Exacto, ese escalafón que solemos menospreciar como a cualquier sinsentido. Escuche bien –¡oído a la música!, ‘Veco’, mi querido ‘Veco’–, tras enjundiosos procesos estadísticos, Ñopo y Cordero nos informan que el ránking FIFA es casi visionario. Los batacazos (es decir, que un equipo peor ubicado derrote a uno mejor rankeado) son escasos. Constantemente, desde 1993, esto solo ocurre en el 18% de los partidos. Y si la distancia entre los dos equipos es amplia, la sorpresa es todavía más escasa. 

Al enterarme de esto corrí al ránking de marras para ver las posiciones de nuestros rivales en la primera rueda de . Frótese las manos. Las probabilidades se tiñen de blanco y rojo. Perú está en el puesto 11; Francia, en el 2; Dinamarca, en el 12; y Australia, en el 40. Tenemos dos partidos casi seguros. Note que a la estadística no le importa que solo le llevemos un puesto a Dinamarca, lo que importa es que estamos por encima. Octavos de final, ahí nos vemos. 

En el libro abundan estadísticas de este tipo, probabilidades que son casi una sentencia adelantada. ‘Voltear’ un partido es mucho más difícil de lo que el esperanzado hincha cree. Tras procesar una data gigante, se encuentra que si un equipo hace el primer gol del partido, tiene 70% de probabilidades de ganarlo y, más lapidario aún, solo pierde en 10% de las ocasiones. Y la ruleta de los penales no es tan ruleta. En 72% de las definiciones desde los doce pasos el que pateó primero ganó. Y para seguir con estadísticas que desafían nuestro conocimiento amateur, a pesar de toda la mitología sobre el toque nacional, las gambetas, tacos y paredes, el equipo de Perú que ha clasificado al Mundial consigue mejores resultados cuando no tiene la pelota. Triunfan cuando la corretean, no cuando la acaparan. En resumen, no hay como las matemáticas para desasnarnos. Don César Vallejo ya lo había hecho verso: confianza en el anteojo, no en el ojo. 

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